La habitabilidad durante la pandemia cobró extrema importancia particularmente en la calidad espacial. Nuestros entornos que de pronto se volvieron multifuncionales, casa dormitorio, casa-oficina, casa-escuela carecen de idoneidad constructiva principio que serviría de primer escudo defensivo ante las epidemias y otros males.
POR ALEJANDRO MENDO GUTIÉRREZ, PROFESOR DEL DEPARTAMENTO DEL HÁBITAT Y DESARROLLO URBANO
ILUSTRACIÓN DE HUGO GARCÍA SAHAGÚN, PROFESOR DEL DEPARTAMENTO DEL HÁBITAT Y DESARROLLO URBANO
Ciudades, barrios y viviendas son los espacios mayoritarios en donde transcurren nuestras vidas. Al menos en México, las estadísticas demográficas informan que cuatro quintas partes de la población total radican en núcleos urbanos. Esto implica que la generalidad de los mexicanos nos desenvolvemos en entornos artificiales, es decir, en extensivos espacios construidos. Para tener una idea del calado de esta transformación social hay que recordar que hace un siglo la situación era justamente lo contrario: casi un 30 por ciento de la población residía en localidades urbanas mientras el resto eran habitantes rurales.
Con el surgimiento de las restricciones a la movilidad individual que este año se impusieron a raíz de la pandemia por la Covid-19, se advirtió la extrema importancia de la habitabilidad en casa y fuera de ella. La habitabilidad podría definirse como la idoneidad material que los ambientes adaptados para la vida humana ofrecen a sus ocupantes. Al hablar de habitabilidad estamos refiriendo condiciones físicas cambiantes como la temperatura, la iluminación, la humedad o la ventilación, pero también se incluyen otros aspectos concretos como la superficie disponible, la configuración geométrica, los componentes edificados y las instalaciones de servicio presentes en todo inmueble.
En el último semestre se han realizado numerosas evaluaciones rápidas a la calidad de las viviendas actuales y cómo estas han respondido bien o mal ante los embates de la calamidad que ha trastocado la vida de todos. En este sentido, queda claro que los actuales modelos habitacionales salen mal parados como lugares adecuados para el bienestar de las personas, cuando deberían ser el primer escudo defensivo ante epidemias y otros males. ¿En qué consisten los principales defectos de las viviendas que produce la industria de la construcción? Hay dos respuestas, una cuantitativa ―que apunta a los pocos metros cuadrados de área disponibles y al alto costo de la vivienda como objeto―, y una cualitativa, que señala la baja funcionalidad de los espacios interiores y la limitada consolidación de los entornos circundantes.
Derivado de análisis similares, el Programa de las Naciones Unidas para los Asentamientos Humanos ha declarado que este 5 de octubre ―Día Mundial del Hábitat― se reflexionará alrededor del lema Vivienda para todos: Un mejor futuro urbano, pensando en movilizar a la comunidad internacional hacia el cumplimiento efectivo del derecho humano a un techo. La consecución de suelo y vivienda es una añeja demanda reclamada por sectores empobrecidos y desplazados en todo el orbe. Como aspiración mundial sigue siendo una de las metas enlistadas en la famosa Agenda 2030 y sus Objetivos de Desarrollo Sostenible. Para fortuna de muchos, la actual administración pública federal ha planteado una política urbano-territorial diseñada para incrementar la construcción social de casas sin favorecer el esquema de privilegios que por décadas benefició a empresas constructoras y entidades financieras.
La sola idea de animar la autoconstrucción habitacional sin el concurso de organismos intermediarios es revolucionaria en México, aunque responde a prácticas que en otras naciones se han implementado con resultados muy positivos desde hace años. ¿Qué tan pertinente será ensayar nuevas modalidades para atacar nuestro rezago en vivienda? No es un secreto que importantes consorcios constructores y ayuntamientos irresponsables son también los responsables directos del desastre nacional que representan decenas de miles de viviendas abandonadas en ciudades dormitorio alejadas de los núcleos urbanos. Departamentos vandalizados, casas ruinosas y parques desatendidos son el paisaje cotidiano para miles de familias que invirtieron sus ahorros para adquirir un patrimonio y hoy se sienten defraudadas.
Visto así, sí vale la pena ingeniar mecánicas innovadoras para imprimir calidad espacial, esto es, habitabilidad, a los sitios abiertos de acceso libre, a las locaciones privadas cerradas y a las ubicaciones semipúblicas en donde tienen lugar las diferentes actividades personales, familiares, laborales o colectivas. La idoneidad constructiva de estos entornos sí importan cuando se trata de mejorar nuestra calidad de vida o empeorar nuestra existencia. No obstante, las intervenciones técnicas que se emprendan en lo futuro deberán responder con eficiencia a los criterios de protección a la salud que hoy se exigen para evitar contagios de SARS-coV-2.
En una fórmula simplificada, la vivienda tendrá que ser pensada como casa-dormitorio, casa-oficina, casa-taller, casa-gimnasio, casa-huerto, es decir, como espacio multifuncional. A su vez, los espacios de trabajo ―oficinas, talleres, aulas― deberán plantearse desde una lógica flexible que no solo permitan las actividades previsibles, sino además puedan ser reconfigurados para otros fines como las labores en línea o las interacciones presenciales distanciadas. Los espacios públicos invertirán sus patrones habituales para otorgar más protagonismo a peatones y ciclistas. Piensa ahora, cómo adaptaste tu hogar o tu sitio de trabajo para poder desempeñarte en la cuarentena. ¿Hiciste cambios sencillos o tuviste que modificar muros e instalaciones fijas?
Ganar calidad para nuestros entornos de vida implica avanzar en varios frentes. Por un lado, el sector gubernamental tendrá que facilitar las regulaciones en materia constructiva para permitir la modificación doméstica de nuestras viviendas sin cumplimentar demasiados formularios, pero garantizando la seguridad estructural y la multifuncionalidad de los hogares. Para los prestadores de servicios profesionales en cuestión de inmuebles se exigirán mayores estándares de desempeño en asuntos de actualización, por ejemplo, la utilización de materiales de edificación salutógenos y terminados constructivos inocuos. Esto, además del cuidado de la eficiencia energética y el correcto reciclaje de residuos de edificación. En torno al entorno, ¿no hay para todos mucho qué hacer en lo porvenir?
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