Profesor de la Especialidad en Deporte para el Bienestar y el Desarrollo, es autor, junto con Marina Caireta Sampere, del libro Cultura de paz en el deporte, en el que desarrollan un método para transformar los conflictos y avanzar hacia una transformación social incidiendo en tres facetas deportivas: la educativa, la social y la del alto rendimiento
Pasó hace cerca de 40 años, pero Andrés Barrientos lo recuerda bien: un día se encontraba jugando junto con otros amigos en una alberca cuando de pronto vio que, en una orilla, sujeto del borde de la pileta, lloraba un niño: no sabía nadar y nadie lo ayudaba. Andrés se acercó “y en menos de una hora ya se había soltado del borde”. La anécdota sirve para contar tres de las principales facetas que distinguen al profesor de la Especialidad para el Bienestar y el Desarrollo del ITESO: su facilidad para conectar con la gente, su trabajo como entrenador de niñas, niños y adolescentes y su capacidad para convertir el conflicto en una oportunidad de transformación.
Andrés Barrientos Triay nació en Córdoba, Argentina; trabaja en Barcelona, España, y desde el año pasado forma parte de la comunidad docente de la especialidad. Durante mucho tiempo fue entrenador de hockey sobre pasto —“mi deporte”, lo llama— y conoce a la perfección el ambiente deportivo que podría llamarse tradicional, al que describe como “competitivo, machista y patriarcal”. De trato afable, camina con una mochila en la que, dice, carga su vida. Y algo hay de cierto: adentro tiene un ejemplar de Cultura de paz en el deporte: Guía práctica para transformar el conflicto en oportunidades, que escribió junto con Marina Caireta Sampere, su esposa, y que fue su punto de contacto con el ITESO.
“Cuando tenía más o menos 30 años ya había desarrollado un método propio que combinaba valores con el deporte, pero eran puras buenas intenciones. Ya en los cuarenta y pico conocí a mi esposa, que vino a ponerle método a esas buenas intenciones. Escribimos el libro con la certeza de que la cultura de paz tiene posibilidades para generar conversaciones potentes y hacerlo a través del deporte”, cuenta.
El método que desarrollaron Barrientos y Caireta tiene como fundamento cuatro pilares: la claridad de normas, valores y alianzas; la prevención, todo lo que se puede prevenir, hay que prevenirlo; la prevención, es decir, proveer herramientas para resolver los conflictos; y, finalmente, la transformación, a partir de la identificación del tipo de conflictos. “El conflicto es una señal de que algo está intentando cambiar. Si tú lo tapas, te pierdes toda la información que el conflicto te está dando. Cuando se atiende bien, es cuando se modifican las estructuras que lo provocaron”, dice Barrientos Triay.
Cada uno de los puntos se lleva a la práctica con acciones concretas. Por ejemplo, una sugerencia es realizar una reunión antes de cada sesión de entrenamiento o competencia, en la que se habla de lo que se espera, luego se realiza la sesión y, al final, se lleva a cabo otra reunión para evaluar qué tanto se cumplió lo que se había hablado al inicio. Este diálogo permite, dice el académico, liberar tensiones y fomentar el reconocimiento de errores, lo que a la larga permite prevenir el crecimiento de los conflictos. Con los niños es fácil llevarlo a cabo, con las personas a cargo “da más trabajo”, dice Andrés Barrientos, “porque es necesario revisar la didáctica. Todo ha evolucionado, menos el acto educativo, y estamos preparando a las y los niños para una sociedad que ya no existe, quieren participar, construir normas, hablar, reflexionar, y para eso necesitan un educador distinto”.
El profesor señala que uno de los problemas de fondo es que “no sabemos dialogar con el diferente”. Y salta a la cancha: “Eso el deporte te lo pone en bandeja: ahí todos somos diferentes, en situaciones de estrés en las que hay que rendir, ganarle al otro dentro de un reglamento. Es una oportunidad muy rica. En una hora de deporte te pasan muchas más cosas que en toda una jornada sentado en un pupitre, pero hace falta un maestro que sepa ver los conflictos como oportunidades, y no es fácil. La mayoría le temen al conflicto”.
Vincular el deporte, un ámbito en el que incluso el lenguaje que se usa habla de derrotar, vencer, competir, con el tema de la cultura de paz, no es sencillo. Es necesario, dice Andrés, “un cambio de conciencia, porque no puedes cambiar eso de lo que no te das cuenta. Lo primero es hacer visible lo invisible y que la gente conozca las consecuencias de las violencias, porque hemos normalizado su consumo, todo el tiempo la estamos difundiendo. La cultura de la paz lo primero que hace es sensibilizar, y para ellos usamos el juego y el deporte con una serie de dinámicas socioafectivas para que la gente diga ‘Wow, no me había dado cuenta de esto’”.
Una vez habiendo sensibilizado a las personas, lo que sigue es que la cultura de paz se incorpore a la vida cotidiana. Andrés, que no para de contar anécdotas en toda la charla, comparte una más: “En un colegio multicultural de Barcelona hemos creado una comisión de convivencia. Nos decían que no iba a tener éxito porque convocamos a jóvenes conflictivos y a los de mejor rendimiento académico para que trabajen unidos. De ahí iban a salir cuatro tipos de alumnos: observadores, acompañantes, dinamizadores y transformadores de conflictos. La dirección decía que no íbamos a tener éxito porque, ¿quién va a querer formar parte de una comisión por la paz? Queríamos 15 estudiantes, fui a visitar los grupos, les puse videos, hice dinámicas y sacamos 55 jóvenes. Cuando tú explicas bien la cultura de la paz, la mayoría de la gente la elige”.
Todas estas ideas, conceptos y valores, Andrés las ha llevado a la práctica en el deporte escolar y social. Pero aspira más alto. “Soy un soñador”, dice y se explica: “El deporte de alto rendimiento también puede colaborar a que la cultura de la paz permee en la sociedad”. Y echa a volar la imaginación: “Imagino al América con el Monterrey, estadio Azteca lleno, los dos equipos en el centro del círculo, mezclados, respondiendo cómo quieren que sea el partido, qué van a hacer para que se logre, qué pasa si no, qué pasa si sí. Que jueguen el partido y al final, con micrófono para que todo el mundo escuche, revisar si lo que queríamos que sucediera, sucedió”. Y esa es apenas una idea: también habla de la “tarjeta positiva”, que reconozca las buenas conductas que ocurren dentro de la actividad deportiva porque, dice, estamos acostumbrados a sólo ver las tarjetas de castigo. “Lo bonito lo dejamos pasar, pero le damos mucha más importancia a lo negativo y por eso se propaga más”.
El trabajo que realiza Andrés Barrientos Triay tiene una certeza de fondo: “La cultura de paz es una urgencia, ahora más que nunca: con lo que se viene del norte, con los pichones de Trump que hay por ahí, Europa ha cuadruplicado el gasto militar… todos esos millones de dólares y euros que se van para hacer tanques, son los que le faltan a la sanidad, a la educación. La gente quiere trabajar, tener salud, una vivienda, eso es seguridad, no necesitamos más tanques. La cultura de paz no es un lujo, es una urgencia”, concluye.
FOTO: Zyan André