Mesurarse es situarse en el punto medio entre insuficiencia y el exceso. Supone por tanto el discernimiento y la elección de un lugar para estar, donde no se experimenta carencia, pero tampoco demasía. La pandemia nos ha confinado a la circunstancia de estar en casa, esta mesura, al menos de espacio, nos presenta una oportunidad inédita para integrar nuevos aprendizajes individuales y colectivos.

POR GABRIELA QUINTERO TOSCANO, PROFESORA DEL CENTRO UNIVERSITARIO IGNACIANO Y DEL DEPARTAMENTO DE FORMACIÓN HUMANA

ILUSTRACIÓN: HUGO GARCÍA SAHAGÚN, PROFESOR DEL DEPARTAMENTO DEL HÁBITAT Y DESARROLLO URBANO

La tentación de romantizar la pandemia está ahí como telón de fondo del #QuédateEnCasa, telón que sostienen los medios digitales de nuestro tiempo a través de una fuerte oferta cultural en el ámbito de la música, el teatro, el cine, la danza, la literatura, recorridos virtuales por museos, plataformas de entretenimiento, experiencias digitales, un cúmulo de información y la posibilidad de tener en tu puerta básicamente cualquier producto. El mercado compite por nuestra atención constantemente y la pandemia no lo ha logrado detener.

Pareciera que tenemos una oportunidad única en la historia de hacer todo aquello que no hemos tenido tiempo de hacer en nuestras agotadoras realidades fuera de casa, que nos mantienen permanentemente en el exterior realizando jornadas extendidas y traslados en el tráfico de nuestras ciudades. Sin embargo, la necesidad de actualizarnos en nuevas tecnologías, las horas de trabajo en pantalla, el cuidado de otros y del propio espacio entre diversos temas, nos han hecho desistir pronto de muchas de las tentaciones. Hoy estamos agotados de un modo distinto, y aún en los casos más privilegiados estamos empapados por una nube de intensa incertidumbre respecto a lo que sigue.

Por otro lado, la mayoría de la población mundial expulsada desde siempre del paraíso en el que se ofertan las tentaciones digitales, enfrentan la pandemia con mayor vulnerabilidad, debido al aumento en el número de casos de abuso sexual y violencia intrafamiliar, mayor exposición al contagio realizando labores esenciales que han sostenido a las ciudades en movimiento, además de la pronunciada precariedad económica.

Desde lugares diferentes, todos intentamos atravesar de la mejor manera posible esta etapa de incertidumbre que ha detonado elevados costos en términos de vidas humanas, pérdidas económicas y aumento de la vulnerabilidad de la especie humana a nivel global. Paradójicamente en medio de este desolador panorama estamos frente a una oportunidad inédita para integrar algunos aprendizajes individuales y colectivos, posibilidad que no será una realidad concreta si no hacemos de este periodo de confinamiento impuesto, el momento de prestar atención a la importancia de la mesura como práctica individual y colectiva.

Prestar atención a la mesura especialmente al cierre del confinamiento, podría comenzar a definirnos de una manera distinta. Las cosas a las que prestamos atención terminan definiendo lo que somos, Ortega y Gasset lo expresó así desde principios del siglo XX, “Dime a qué le prestas atención y te diré quién eres”.

La mesura implica algo diferente al exceso, pero de igual manera algo diferente a la carencia o la insuficiencia. Involucra tareas relacionados con moderar, contener, considerar y determinar la dimensión de algo. Mesurarse es situarse en el punto medio entre insuficiencia y el exceso. Supone por tanto el discernimiento y la elección de un lugar para estar, donde no se experimenta carencia, pero tampoco demasía.

El modelo de producción y consumo de nuestra especie ha generado en el planeta un nivel de devastación ambiental que terminó por adelantar una pandemia viral, a los daños estipulado por el efecto del calentamiento global. El estar fuera de casa propicia consumir y producir para vivirnos en el exterior, mientras el #QuédateEnCasa, cuyo objetivo es contrarrestar el colapso del sistema de salud, nos impuso la vida en el interior de nuestros domicilios, y por tanto indirectamente la mesura al menos frente al espacio físico con la intención de cuidar de los otros, especialmente de los más frágiles y de nosotros mismos. Estar en casa nos ha confinado a un espacio y nos ha aproximado al tema del cuidado.

Notas recientes sobre la reapertura de la tienda departamental Zara, hacían referencia a las largas filas en Francia en las que no se observaban las medidas de distancia recomendada. La industria de la moda es el segundo sector más contaminante del mundo después del transporte aéreo. El confinamiento nos contuvo en términos de desplazamiento, pero nos ofreció otras experiencias de consumo. Una propuesta es comenzar a cultivar la mesura a través de la reflexión en las conductas concretas que abonan al exceso en un sentido y a la carencia en otro, que robustecen la brecha de la desigualdad entre la humanidad y la devastación del planeta. Podríamos intentar comenzar con las siguientes preguntas: ¿de qué consumo en exceso?, ¿qué efectos genera para la tierra y para otros la manera en que consumo y me desplazo?, de lo que soy o tengo ¿qué quiero compartir con otros?

La mesura me parece una medida básica para aplanar la curva de frivolidad que nos trajo aquí, y que nos ha obligado a estar en nuestras casas. En la medida que hagamos el estar ahí, una actitud de mesura frente al consumo de lo no sustancial, estaremos contrarrestando los efectos económicos, sociales y ambientales que seguirán al confinamiento. La participación proactiva en una economía social, circular y solidaria es un buen punto de partida.

Hacernos cargo de la responsabilidad que nos corresponde mediante acciones concretas, facilitará el acceso a un lugar interior donde podremos discernir con sensibilidad lo que es realmente substancial rescatar de esta experiencia: el silencio, la presencia, la atención, la escucha, los vínculos, el cuerpo, los ritos, el placer, la ternura, la comunidad, la belleza, la frugalidad, la salud en un sentido amplio, lo lúdico, la agricultura a pequeña escala, el barrio, la elegancia de lo simple, el valor de la vida interior y de todo lo que tiene vida en la tierra por pequeño o invisible que parezca. Integrar la mesura como actitud, pudiera llevarnos a encontrar lo mismo que encontró El Principito en la obra de Antoine Saint-Exupéry que, “La casa guardaba un secreto en el fondo de su corazón”, e incluso a recuperar una fracción del paraíso que aún podemos reconstruir como especie. De ser así, quedarnos en casa habrá tenido sentido.

 

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