Tan inaceptable es que una molécula de ácido ribonucleico rodeada de proteínas someta a la humanidad a una enfermedad; como que las inercias económicas destruyan nuestras capacidades de vivir como sociedades cohesionadas. La nueva “normalidad”, la que configuremos en conjunto, como universidad, implicaría aceptar el reto de nuestra misión: la búsqueda de la verdad y ampliación de las fronteras del conocimiento.

POR IGNACIO ROMÁN MORALES, PROFESOR DEL DEPARTAMENTO DE ECONOMÍA, ADMINISTRACIÓN Y MERCADOLOGÍA

El término normal tiene diversas acepciones. Según la Real Academia Española refiere al estado natural de una cosa, a lo habitual u ordinario, a lo que sirve de norma o regla, a lo que se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano.

En la acepción del estado natural, es inevitable el cambio permanente de la naturaleza, por lo que la mutación que dio lugar al Covid-19 es normal, suponiendo que este virus no sea resultante de una manipulación humana, en el sentido que la naturaleza no es estática y por consiguiente no podemos proyectar nuestro futuro como inercia del pasado.

Por el contrario, desde la acepción de lo habitual u ordinario, el Covid-19 no es normal sino disruptivo. Parecería inimaginable que nuestra situación actual se convierta en nuestra regla, pues es imprevisible fijar de antemano las reglas a seguir ante la pandemia.

Si establecemos una analogía con el coronavirus, cabe preguntarnos si ha sido normal la forma en la que global, nacional y localmente hemos vivido desde antes de esta crisis sanitaria y económica. ¿Es normal que una, dos o tres decenas de personas cuenten con un capital superior al de la mitad más pobre de la humanidad? ¿es normal que estemos destruyendo la capacidad del planeta para sostener la vida? ¿es normal que vivamos en medio del temor, la inseguridad y la violencia? Si entendemos lo normal en términos de la naturaleza humana, esto es una aberración; pero si lo entendemos en términos de “lo habitual o lo ordinario”, de “lo que ha servido como regla” y de “las normas del libre mercado fijadas de antemano”, entonces sí, desgraciadamente todo esto ha sido parte de una normalidad cada vez más autodestructiva.

La normalidad no lleva en sí misma una connotación positiva o negativa, la cuestión es si la normalidad en la que hemos vivido es aquella que no solo queremos, sino también es la que podemos vivir. Es probable es que este Coronavirus sea natural, en el sentido de que se trate del resultado de una transformación en la naturaleza, dónde un virus, una molécula de ácido ribonucleico rodeada de proteínas, adquiere la capacidad de alojarse y reproducirse en el ser humano. Sin embargo, ese carácter natural de una molécula, no significa que simplemente nos sometamos a la enfermedad que produce. Paralelamente, el que nuestras inercias económicas destruyan nuestras capacidades de vivir como sociedades cohesionadas es tan inaceptable como el virus mismo llamado Covid-19.

Si los expertos de las ciencias médico biológicas están empleando todo el conocimiento disponible para enfrentar la amenaza de la enfermedad y la muerte, entonces también nos toca emplear no sólo nuestros conocimientos, sino también nuestros sentimientos y capacidades, de todo tipo, para enfrentar la polarización de la riqueza, el cortoplacismo del libre mercado, el desdén hacia la destrucción ambiental, la discriminación, el hostigamiento (sexual, laboral o de cualquier otro tipo), la competencia avasalladora hacia “los perdedores” o los “no exitosos” y la tolerancia a todo aquello que lejos de impulsarnos a poder vivir colectivamente como seres humanos, nos “naturaliza” a convertirnos en el lobo para el hombre (homo homini lupus), o el lobo para la humanidad, como lo advirtió Thomas Hobbes, que de natural no tiene nada, puesto que los lobos no comen lobos, pero los humanos sí podemos ir sobre nuestra propia especie.

La normalidad que hemos estado reproduciendo no nos permite perdurar colectivamente en condiciones dignas ¿Qué podemos hacer en el ITESO? Si nuestra misión como universidad es formar profesionales y colocarnos como al servicio de la sociedad, y no necesaria ni prioritariamente en función del mercado. Entonces debemos contribuir a la construcción de estrategias humanísticas, técnicas y científicas que nos permitan romper con una normalidad social y ambientalmente destructiva. Una normalidad alternativa, que podría implicar el uso de tecnologías, de formas de organización, de políticas y de metodologías inclusivas que partan de nuestras propias características locales, regionales y nacionales. Debemos aprovechar el privilegio de estar en el ITESO justamente para no reproducir privilegios, sino que las condiciones de desarrollo que nos ofrece, las utilicemos para romper paradigmas, para que las políticas ambientales, culturales o sociales no estén condicionadas por su viabilidad económica, sino que las estrategias económicas estén condicionadas a su viabilidad ambiental, cultural y social. Ello implicaría aceptar el reto de nuestra misión universitaria en términos de búsqueda de la verdad y ampliación de las fronteras del conocimiento. Ello implica proponer y desarrollar soluciones viables para la transformación de sistemas e instituciones. En suma, implica actuar de acuerdo a nuestra Misión.

Las propuestas por área de conocimiento, por nuestras historias institucionales y personales pueden ser infinitas, pero hay una pregunta más, que es obligatoria de responder antes de proponer algo: ¿qué es lo que no podemos hacer? No podemos seguir reproduciendo nuestras inercias sociales o mercantiles de una búsqueda por ser superiores al otro, del privilegio individual y de la negación de nuestra realidad, no podemos negar que estamos en el barco en el que viajamos todos.

No volveremos a una nueva normalidad definida no sabemos dónde ni por quién. Esa nueva normalidad la tendremos que construir hacia dentro del ITESO, y desde ahí hacia nuestra ciudad, país y planeta. Requerimos una normalidad que nos beneficie como mundo y como especie, no una normalidad que nos muestre como un espejo que como a la bruja de Blanca Nieves nos diga que somos los más bonitos o los mejores; sino una normalidad en la que podamos vernos más allá del nuestro propio reflejo.

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