Fijar la mirada en la sociedad que somos nos permite comprender el tipo de relaciones que tenemos y las distintas maneras de convivir, que muchas veces se contraponen. Con los riesgos y la contingencia que trajo consigo el Covid-19 se exacerba la contraposición de los modos de convivencia humana, por lo que la reflexión ética no puede dejarse de lado.
POR JESÚS ARTURO NAVARRO, PROFESOR DEL DEPARTAMENTO DE FORMACIÓN HUMANA DEL ITESO
ILUSTRACIÓN DE HUGO GARCÍA SAHAGÚN, PROFESOR DEL DEPARTAMENTO DEL HÁBITAT Y DESARROLLO URBANO
La palabra ética va más allá de la idea de normatividad y del uso de los términos bien y mal. Mi comprensión de la ética tiene que ver con algo más profundo que alude a la convivencia. La ética es una reflexión sobre la forma como convivimos, es decir, se trata de pensar qué tipo de sociedad deseamos, y por supuesto, esto requiere de un ejercicio de análisis y contrastes. No es posible pensar la forma de convivir que deseamos si antes no fijamos la mirada en la sociedad que somos. Cuando Leonardo Boff explica el significado de la ética lo hace pensando en la morada humana, y distingue entre la necesidad de tener una vivienda/morada y los distintos modos de organizarla en función del clima, los materiales disponibles y el tipo de relaciones que se desea configurar a partir del diseño de la casa. La necesidad de pensar la morada humana será la ética, las distintas formas de hacer habitable el espacio físico darán origen a distintas morales.
Este asunto se entiende con claridad en la medida que alude a dos cuestiones que se nos imponen: tener un lugar para vivir y la diversidad de diseños arquitectónicos. Sin embargo, cuando el ejemplo se aplica a la convivencia humana las cosas se complican; porque si bien, se puede aceptar en teoría la necesidad de tener una ética -que como la vivienda configure un espacio habitable que satisfaga y proteja-, aparecen ideas no sólo afines, sino otras contrarias e incluso contradictorias sobre cómo convivir. Es el problema cotidiano de la confrontación entre las distintas morales que hoy nos ponen frente al dilema de pensar la convivencia.
En tiempos de la contingencia generada por los riesgos y la incertidumbre que trajo consigo el Covid-19, la reflexión ética no puede dejarse de lado. Las autoridades de salud, por cuestión de prevención han irrumpido en el espacio habitable; es decir, en la forma como hemos configurado la morada humana para señalarnos con una frase la existencia -al parecer- de un modo único y seguro de convivir: “Quédate en casa” o “usa el cubrebocas”. Algunas autoridades incluso consideraron conveniente la sanción punitiva de la violación de esta medida, que trajo aparejadas otras como la determinación de lo que podrían considerarse actividades esenciales y el resto que pasaron al terreno de lo desplazable. Así, por ejemplo, las creencias y sus expresiones quedaron reducidas al ámbito de la vida privada, y expuestas sólo a través del uso del internet. Creencias de todo tipo: religiosas, espirituales, sociales y laborales quedaron reducidas a prácticas de observación, de llamadas telefónicas y de videoconferencias. Las reacciones fueron diversas. Algunos incluso, pretendieron señalar, por ejemplo, el modo de comportarse en las celebraciones religiosas: escuchar el culto acompañado, poner sillas, cuidar la escenografía, pero, sobre todo “cuidar el vestuario: vístete bien para la misa. Deja el pijama para dormir y el pants para hacer deporte”. Otros como en el caso de los miembros de Confraternidad Nacional de Iglesias Cristianas Evangélicas (Confraternice) se negaron a suspender sus reuniones de culto hasta que las autoridades indicaran por escrito la suspensión para impugnarla legalmente: “que lo fundamenten, motiven para ver cuáles son las razones jurídicas y no el miedo que está invadiendo a algunos funcionarios menores, sean municipales, estatales o federales”. Otros simplemente, desde su perspectiva dejaron pasar los comentarios debido -en parte- a que este tipo de decisiones irrumpieron en la moral de las familias.
La pretensión de establecer un modo único de vivir, protegerse y cuidar a los que se ama, plantea consecuencias que han sido complejas. Pronto nos dimos cuenta de que la casa no siempre es un espacio habitable por distintos motivos, desde aquellos que tienen que ver con decisiones de políticas públicas que organizan el espacio compartido, o con criterios arquitectónicos en el diseño de las construcciones -sobre todo aquellas llamadas de interés social-, pero sobre todo con criterios difusos sobre cómo convivir.
Aquí es donde entra en juego la ética. Señalo dos cuestiones que podrán parecer herejía en boca de quien enseña ética. Primero: la ética no existe. Segundo: la ética es una re-flexión sobre la moral que está en etapa de gestación. Expliquemos.
Una provocación para pensar
Estamos rodeados de morales, es decir, de formas normativas que pretenden orientar la convivencia, y que en este esfuerzo cada una busca tomar el lugar primero, a veces, desplazando peligrosamente a las demás. Cuando señalo que la ética no existe, lo planteo como provocación para pensar. ¿Por qué sostener que la ética no existe y lo que hay son las morales? Sencillamente -pues no es aquí el lugar para dictar una clase-, porque la ética es una re-flexión -así con esta separación en la palabra- sobre la moral. La separación busca enfatizar el volver (re) a inclinarse (flexión) sobre las costumbres, hábitos, juicios, prejuicios, creencias, criterios de actuación (horizonte moral), para observar no sólo sus fundamentos sino sus consecuencias. Pero hacer esto, es complicado y complejo, pues implica ir a nuestro sentido profundo de vivir y de encontrarnos/relacionarnos con las cosas para sospechar y preguntar no sólo ¿cuáles son las razones últimas de determinada forma de convivir, sino hacia dónde nos conduce nuestra forma de convivir?
En la re-flexión ética se trata de volver a pensarnos como humanos, porque pronto nos hemos dado cuenta de que las ideas fuertes, que planteaba nuestra manera de convivir, se han convertido, gracias a la pandemia, en razones y acciones débiles que no tienen que ver con lo esencial. Los conceptos que hemos incorporado a nuestro vocabulario todavía son conceptos vacíos para muchos: confinamiento, nueva normalidad, contingencia, actividades esenciales, cubrebocas, careta, cuarentena, inocuo, remitir, sintomático, asintomático, disnea, videollamada, videoconferencia, coronavirus, sanitizar, pandemia, triage, intubar… entre otras muchas, requieren dotarse de contenido. No porque no lo tuvieran, sino porque además de volverse parte del vocabulario, incluso de los niños, parece que requieren de dotarse de un contenido compartido por todos. Las definiciones ya estaban ahí antes de la pandemia, pero, aunque han bajado al uso común, requieren de una formulación y comprensión en función de algo mayor y primero que es la convivencia. Ahí no parece que hallamos llegado. Por eso, sostengo que la ética es una re-flexión sobre la convivencia que requiere dotar de contenido el lenguaje que usamos para pensarnos. Ahí, parece que esperanzadoramente la ética está en etapa de gestación. La universidad -en cuanto espacio privilegiado para pensarnos- seguramente puede ofrecer algunas ideas para debatir en función de decidir qué tipo de sociedad deseamos. Esta tarea es incómoda pues implica desestabilización ante el deseo de volver a la antigua normalidad, pero la ética es una reflexión que incomoda y hace pensar, y eso al parecer la vuelve necesaria. ¿Qué opinan?
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