Si logramos apreciar el contraste entre la inmensidad del universo, el concierto de vida que hay en él y nuestra cotidianidad, podríamos dar un giro repentino a la dimensión que le damos a las cosas, a nuestras situaciones, a nosotros. Descentrarnos del Yo y valorar las infinitas interrelaciones que nos hacen persona, en profunda e inevitable conexión unos con otros, podría aventurarnos a vivir en la “ética del amor”. 

POR MÓNICA MÁRQUEZ HERMOSILLO, DIRECTORA DE INFORMACIÓN ACADÉMICA Y DE LA BIBLIOTECA JORGE VILLALOBOS PADILLA, SJ

Se estrenó recientemente la tercera temporada de Cosmos; trece episodios que dan continuidad a la serie divulgación científica más popular de la televisión de los años 80, iniciada por Carl Sagan y retomada por el astrofísico Neil deGrasse Tyson, quien nos lleva desde los comienzos del universo, la explosión cámbrica, el desarrollo de la vida, los logros de la civilización, el efecto invernadero, los límites del espacio, el mundo en que puede esperar crecer una niña nacida en el 2020 y la visión de futuro en otros mundos 

Con una asombrosa fotografía y efectos especiales de última generación, la serie nos recuerda que la tierra es sólo un punto azul pálido en la vasta arena cósmica” como lo dijo Sagan (1994) haciendo referencia a aquella foto que desde una distancia de 6,000 millones de km tomó el Voyager 1 en 1990.  

Una sensación de vértigo y pequeñez invade al término de cada episodio. Y la pregunta sigue siendo: Si nuestro planeta es un punto azul, ¿qué somos nosotros? Sin duda sólo “ceniza de la alquimia estelar”, “una mota de polvo en el universo. Con esta perspectiva como punto de partida, repentinamente la realidad cambia de dimensión y las cosas adquieren un peso diferente 

Solemos creer que nuestras ideas son trascendentes, que nuestros problemas son graves y nuestros sentimientos importantes. Pero si somos una mota de polvo en el universo, ¿qué es entonces mi deseo, mi enojo, mi cansancio o mi argumento? No es nada. Mi cumpleaños, mi agenda, mi cuidadosa planificación de actividades no es nada contrastado con los 12 millones de años en que eclosionaron las primeras estrellas. Aquello que yo veo inmenso, infranqueable, irresoluble, aplastante, comparado con el concierto del universo, es nada. 

«Sin darnos cuenta, hemos vuelto a creer que la Tierra es el centro del universo, que el ser humano es el centro de la vida, que alrededor del Yo gira el mundo.«

La idea contrasta con la actual estructura económica e ideológica que ha generado una sociedad en la que se acentúa el individualismo, la competencia, el narcisismo y la privatización. Una sociedad en donde se exacerba el cultivo de la personalidad diferenciada y de la autorrealización como meta. Una sociedad que impulsa la autosuficiencia y en donde se cree que el objeto más preciado es el desarrollo personal y la consecución de las metas propias. Sin darnos cuenta, hemos vuelto a creer que la Tierra es el centro del universo, que el ser humano es el centro de la vida, que alrededor del Yo gira el mundo. Movernos de esa inercia que nos confirma la publicidad, las noticias, las instituciones e incluso los sistemas educativos, es muy complicado. 

Pero entonces, llegó covid-19, por un virus que no distingue la edad, la raza, la genética o las experiencias previas. Un virus al que le importa poco quién soy yo y quién eres tú. Un virus que ha puesto en entredicho los valores preeminentes de esta sociedad autorreferencial.  

En estos largos días de encierro obligado, ante una pandemia que no sabemos cómo evolucionará o hasta cuándo acabará, la incertidumbre es nuestra única certeza y cualquier claridad a la que nos queramos asir, sabemos que está edificada sobre un terreno movedizo. No somos dueños de lo que creíamos tener y menos de lo que vendrá. 

El confinamiento, la distancia, el temor, la enfermedad, la muerte, nos dan una nueva lección de humildad. No somos el centro del universo, ni los dueños de la vida, ni del comportamiento de la naturaleza. La escala de la vida no es la mía, ni comienza en mis pies, ni en la OMS, ni en Trump, ni en Gatell o en Alfaro. La crisis de la covid19 nos está recordando que necesitamos pensar en una nueva escala humana, en una dimensión diferente del yo y del Otro, en una “revolución del cuidado” como diría Leonardo Boff, que nos represente a nosotros mismos en unas proporciones más éticas (2002).

La pandemia nos ha puesto de frente la urgencia de una ética centrada en las personas; pero no en mi persona, sino en nuestra relación como personas. Es decir, no en el “ser humano” o en las personas en abstracto, sino en la relación con tu hermano, tu padre, tu abuela, con tu vecino, tu alumna, tu profesor, con el colega, el conocido, el compatriota, con el pasajero del mismo viaje 

Una ética que vele por todos aquellos que constituyen el entramado real de nuestra interdependencia vital, desde donde cada ser humano merece cuidado, en especial en momentos de máxima vulnerabilidad, pues en su vida va la nuestra 

Desde esta ética interpersonal y con todo nuestro equipamiento de libertad puesto, es que cobra sentido el acatar las reglas sanitarias y las restricciones, el conservar el aislamiento físico y la distancia, el respetar las señales y los aforos. Las cercas que rodeen el campus y los cubrebocas tienen sentido porque en su origen no está la palabra Yo, sino la palabra corresponsabilidad.  

La corresponsabilidad es cuestión de todos y surge de una ética que va más allá de las razones y el deber, capaz de equilibrar la parte lógica-racional y la parte racional-subjetiva, capaz de “vivir emotiva y subjetivamente la convivencia (Boff, 2002). Se trata de una ética que no sólo sabe dar cuenta de lo bueno y lo malo, lo correcto o lo incorrecto, de lo que se debe o no se debe hacer, sino de una “ética que ama” 

“La pandemia nos ha puesto frente a la urgencia de una ética que vele por todos aquellos que constituyen el entramado real de nuestra interdependencia vital, desde donde cada ser humano merece cuidado, en especial en momentos de máxima vulnerabilidad, pues en su vida va la nuestra.»  

La ética del cuidado transforma el sentido de las relaciones: es una ética centrada en la persona, pero no en mi persona o en mis personas cercanas, sino también en todas las otras personas en interrelación, entretejidas junto conmigo en el concierto de la vida, que merecen ser cuidadas y queridas, las conozca o no, coincida con ellos o no, incluso hayan nacido o no. Porque de nada sirve que yo esté bien, si los otros no están bien. Cuidar al otro no pretende ser una frase bonita y nada más, sino un llamado para vencer la autorreferencialidad, el egoísmo, el miedo que nos paraliza, la indiferencia, el aislamiento que nos evade.  

Y eso es precisamente lo que nos ha mostrado la pandemia de covid19: que somos una simple mota en el universo, vulnerables, dependientes del cuidado y la consideración de los otros. También nos ha ido enseñando cómo podemos protegernos y apoyarnos unos a otros, actuando juntos y al mismo tiempo, en humilde reconocimiento de la interdependencia humana. 

Sagan sostenía: “no hay ni un indicio de que la ayuda llegará desde algún otro lugar para salvarnos de nosotros mismos”, por eso, es nuestra responsabilidad cuidarnos unos a otros, tratarnos con mayor compasión y consideración, para así poder preservar juntos “ese punto azul pálido, el único hogar que jamás hemos conocido”.  

Boff, Leonardo (2002) El cuidado esencial. España: Editorial Trotta. 

Sagan, Carl (1994) Un punto azul pálido: una visión del futuro humano en el espacio. España: Editorial Planeta. 

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Lee más artículos de la serie Reflexiones éticas en una pandemia:

  1. La vida que nos sostiene, de Salvador Ramírez Peña, SJ.
  2. Sobre la dificultad para detenerse, de Bernardo García González.
  3. El llamado de la ética: la importancia de las instituciones, de Rubén Ignacio Corona, SJ.
  4. Afectividad y circunstancia, de Ana Sofía Torres.
  5. La nueva-vieja realidad que nos dejará el virus, de Juan Carlos Núñez Bustillos.
  6. Recuperar la mesura, de Gabriela Quintero Toscano.
  7. El ITESO y el reto de la nueva normalidad, de Ignacio Román Morales.
  8. E pluribus unum, de Bernardo Masini.
  9. El regreso, de Carlos E. Luna Cortés
  10. Un minuto de silencio, de Eneyda Suñer
  11. Pandemia, 10 lecciones, de Luis Arriaga, SJ
  12. Extraño… Te extraño, de Antonio Sánchez Antillón
  13. Ética en la ciudad pandémica, de Christian Grimaldo-Rodríguez
  14. Convivir: el tema de la ética, de Jesús Arturo Navarro
  15. Un problema público llamado Covid-19, de Jorge Eufracio Jaramillo
  16. En torno al entorno, de Alejandro Mendo