Mantener viva la esperanza en momentos de incertidumbre es una vía para descubrir qué es lo que realmente da sentido a nuestras vidas. Enfrentar lo inesperado y tajante, como puede ser el impacto de una pandemia, reinventando nuestros procesos formativos, nos fortalece como una comunidad que tiene por modelo la vida de Jesús.

Anselm Grün dijo que “no existe aquello que no se puede cambiar. No hay ninguna oscuridad que no se pueda iluminar, ningún fracaso que no se pueda transformar en un nuevo comienzo. Ni ninguna muerte que no se pueda transformar en vida”.

La situación atípica que nos impuso la pandemia a nivel global, obligó a pausar la presencialidad de las actividades de la comunidad universitaria, entre ellas los procesos formativos sobre filosofía ignaciana para las y los colaboradores del ITESO, planteados con la intención de fortalecer la misión que tenemos al ser parte de una comunidad universitaria confiada a la Compañía de Jesús.

Estos grupos de formación se fueron consolidando como espacios de encuentro para compartir en comunidad y la pausa obligada por la pandemia, nos exigió repensar el planteamiento metodológico de estos procesos, que consideraba el encuentro presencial como un elemento sustancial para la construcción de comunidad.

Sin embargo, en ese momento, los participantes expresaron su interés en continuar con los procesos de manera virtual, ya que manifestaron que el confinamiento les planteaba preguntas que les invitaban a revisar y profundizar desde una perspectiva espiritual. El migrar la formación y el acompañamiento a la modalidad virtual implicó la construcción de nuevas estrategias y la exploración de herramientas digitales para seguir caminando juntos.

La necesidad de coincidir a través de medios digitales responde a la necesidad del encuentro humano. La filósofa Adela Cortina explica para este contexto que, los seres humanos “somos en vínculo y en relación”, y agrega que, si no podemos vernos, nos inventamos lo que haga falta para seguir relacionándonos. Este confinamiento nos ha demostrado que nos necesitamos unos a otros.

Esta necesidad de encuentro digital alcanza a solventar parcialmente el marco de fragilidad que detonó el contexto y generó otras implicaciones. Según la Asociación EMDR de España, los espacios virtuales pueden ser estresantes por el desgaste que genera la ausencia de la totalidad del lenguaje corporal, las disonancias que generan el hecho de que nuestras mentes están juntas cuando nuestros cuerpos sienten que no lo estamos, la ausencia de ritmo creada por el silencio de manera natural en un encuentro presencial, y la necesidad de ser performativo al experimentar la concentración de miradas en el rol que cobramos frente a la pantalla.

En el marco de la fragilidad generada por el contexto de la pandemia, nos parecía importante recuperar la experiencia desde la propia voz de personas que participaron en dos de los procesos formativos que continuaron cursándose en línea: la Ruta Ignaciana y el Círculo de lectura, para valorar el impacto que tuvo la virtualidad en estos procesos.

Los siguientes párrafos recuperan la evaluación que hicieron los participantes. Al revisarla, se prepondera que haber continuado en estos espacios desde la virtualidad generó esperanza. Recupero solo algunos de los comentarios que enfatizan el significado que tuvo esta experiencia:

Me dio fortaleza y los medios para entender y sentir que estaba viviendo lo que me estaban dando, la oportunidad de vivir con esperanza, tranquilidad y paciencia.”

“Pareciera que el módulo hubiera sido pensado precisamente para tiempos de pandemia y distanciamiento físico, me ha permitido contar con un espacio para mantener la esperanza”

“Me parece que debemos escuchar nuestros deseos más íntimos y profundos que nos lleven a conocernos profundamente y así reconocer los momentos en que nos hemos sentido invadidos de amor, paz, serenidad y confianza plena. Para reconocernos en la certeza de que este confinamiento tiene principio y final. Estar atentos y escuchar los temores y las alteraciones de nuestro ser para saber desde dónde se originan y reconocerlos como parte de nosotros. Así podremos decidir encontrar los caminos que nos regresen a esa posibilidad de sentir cobijo y dar cabida al amor infinito en la vida que nos es dada. Para darle un sentido mayor a este periodo. Un sentido de esperanza”.

El ancla en el fondo

El catecismo de la iglesia católica menciona que, las virtudes humanas se arraigan en las virtudes teologales que adaptan las facultades de las personas a la participación de la naturaleza divina. La esperanza a la que hacen notoriamente mención los participantes de los procesos formativos, junto con la fe y la caridad, conforman las denominadas virtudes teologales. La esperanza es “el ancla del alma”, segura y firme, que penetra… un ancla útil en medio de la tormenta como la que experimentamos. El mismo catecismo cita más adelante a Santa Teresa de Jesús: “Vela con cuidado, que todo se pasa con brevedad, aunque tu deseo hace lo cierto dudoso, y el tiempo breve largo”. Pierde la esperanza quien se desespera, por lo que se hace indispensable en este contexto, en el que resulta fácil desesperarse, mantener el ancla de la esperanza fuera de la embarcación arrojada en el fondo, para mantenernos estables mientras la tormenta continua.

Mantener viva la esperanza en momentos de incertidumbre puede ser la vía para descubrir qué es lo que realmente tiene sentido, y esto nos puede permitir escuchar con más claridad lo que nos va diciendo Dios ante las situaciones sobre las que no tenemos control. La esperanza, puede ser el vector que nos guíe para seguir caminando como personas que integran el cuerpo de una comunidad educativa, como la nuestra, que tiene por modelo a Jesús.

Cerramos así la primavera 2020, en una situación de fragilidad en muchos sentidos a nivel global y en nuestra comunidad, con la intención de continuar en la presencialidad, pero abiertos y conscientes de que la situación es aún incierta. Confiamos en que recogimos suficientes frutos que nos llenaron de esperanza, de los cuales tenemos semillas para sembrar en las tareas en las que estaremos involucrados durante el otoño 2020, en la universidad y en nuestra vida cotidiana.

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  2. En primavera aprende a amar los días grises, por Juan Enrique Casas Rudbeck, SJ
  3. La meditación como camino espiritual, por Jorge del Valle
  4. Pandemia, un pozo para el hogar y el reposo, por José Martín del Campo, SJ
  5. Orar con el cuerpo, de Resurrección Rodríguez
  6. Oportunidad para la espiritualidad, de Fernando Villalobos.
  7. Alivio, gozo y solidaridad en tiempos de incertidumbre y ansiedad, de Gerardo Valenzuela Rodríguez, SJ
  8. Vivir al modo de Jesús: más cercanos que nunca, de Javier Escobedo, SJ
  9. El ancla en medio de la tormenta, de Paulina Quintero Toscano
  10. La esperanza de un ingeniero desde el confinamiento, de Bernardo Cotero
  11. Hiperconectividad, ¿espiritual?, de Francisco Cibrián
  12. Fortes in proelio: Una compañía universal ante los grandes retos de la humanidad, de Jorge del Valle Márquez