En tiempos de crisis se requiere asumir una conciencia histórica para poder aprender. La pandemia nos ofrece un horizonte de vida, de esperanza y de futuro si miramos con lucidez cómo estamos situados y situadas en este mundo.
POR JOSÉ MARTÍN DEL CAMPO, SJ, INTEGRANTE DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS Y DEL CENTRO UNIVERSITARIO IGNACIANO DEL ITESO
No quiero dar la impresión de ser profeta de calamidades, ni de comunicar una esperanza ingenua e infantil, sin arraigo en la historia. Deseo comunicar un pensamiento para ir más allá de lo cotidiano y práctico; de superar el empacho y la repetición de información, y librarnos del agotamiento de consejos para vivir encerrados. Aprovechar este tiempo y espacio de confinamiento, con todo lo bueno y tenso que está siendo, para conectarnos con nuestra interioridad y afectividad, y así descubrir qué está sucediendo en cada uno de nosotros, en la familia, en la sociedad y en el mundo.
Soy consciente de que este mensaje está dirigido a personas privilegiadas que tenemos los medios para vivir y sobrevivir. Y convencido de que los pobres pueden enseñarnos caminos que nosotros no vemos; porque ellos siempre se tienen que inventar para sobrevivir y encontrar caminos de solidaridad, algo que a nosotros se nos dificulta mucho.
En la historia de la humanidad nunca había sucedido un acontecimiento que tuviera tan rápida implantación y con repercusión en todos los aspectos de la vida y convivencia humana. Nuestro enemigo, causante de todo, es un “bicho”; casi un ser vivo que ni siquiera vemos y que necesita de una célula humana para vivir y reproducirse; que muere con jabón y alcohol, y que convierte a cualquier ser humano en receptor y transmisor. Esto en un mundo de avances científicos increíbles.
En tiempos de crisis se requiere asumir una conciencia histórica para poder aprender lo que esta situación nos está ofreciendo. “Nosotros somos seres históricos antes que espectadores de la historia y sólo porque somos lo primero podemos convertirnos en lo segundo”, afirma el filósofo M. Landmann. Esto quiere decir que no son los datos fácticos y científicos únicamente los que nos van a dar la respuesta cuando acabe la pandemia, sino la conciencia de nuestra historicidad la que puede ofrecernos un horizonte más de vida, de esperanza y de futuro.
Este virus, por decirlo en una imagen casera, nos paró en seco; nos está golpeando, nos encerró, nos guardó en nuestros hogares, nos detuvo. No sólo para no contagiar, ni contagiarnos, que es ahora lo urgente, sino para que el mundo como humanidad y como naturaleza tuviera pozo, porque no había re–poso. Tener la oportunidad de interpretar esta situación no sólo como una pandemia que hay que vivirla y superarla, sino como una oportunidad de tomar lucidez de cómo estamos situados en el mundo.
No me imagino que en estos momentos un solo ser humano pueda explicar el alcance y la profundidad de las consecuencias de esta pandemia. Se necesitarán años para que, en la historicidad de lo que fue, podamos como sociedad y como mundo descubrir los aprendizajes que nos dejó. Cada vez somos más conscientes de que todos somos o debemos ser sujetos de la historia, y que tenemos la vocación de diseñar nuestro futuro como una humanidad hacia una realización más plena o podemos construir situaciones catastróficas y de aniquilamiento.
La pandemia nos ofrece la posibilidad de utilizar este confinamiento para aprender a guardar silencio y, mucho más fuerte, a ser silencio. Tener más hondura de vida; librarnos de toda la banalidad de la comunicación en redes, de ser muy críticos de la información; de cumplir con responsabilidad la educación a distancia; de las consecuencias que tiene el vivir en un mundo donde todos somos responsables; de vivir en familia y revisar nuestro propio hogar que es donde habito, vivo, estoy y soy. Para aprovechar este impasse obligatorio, y revisar nuestro propio hogar, podría ayudarnos responder tres preguntas básicas: ¿Dejo mi vida en manos de otras personas? ¿Decido en función de valores superficiales o exteriores? ¿Escucho mi corazón y actúo al servicio de mi proyecto personal y familiar? Al responderlas, sin prisas, podríamos tener caminos para reinventarnos en lo cotidiano y poder diseñar la forma de salir de esta crisis como re-creados y co-creadores.
Los seres humanos tendemos mucho a la repetición, a lo ya sabido, al mundo de la rutina. Desde la visión cristiana, el que abre el futuro a la historia, a lo nuevo, es Dios, dando posibilidades nuevas junto con el actuar humano. Para el que tiene fe en Cristo la historia, que nomás hay una, tiene la posibilidad de vivirla responsablemente con esperanza y con futuro, porque el futuro de la humanidad es el futuro de Dios.