El debate sobre la situación que vive Venezuela se ha centrado sobre la defensa de la democracia y de los derechos humanos. Sobre el apoyo al dictador o al opositor. Un debate que nos puede remitir al Iraq de 2003. ¿Qué implicaciones tiene esto para la política internacional? Y ¿qué implicaciones tiene esto para Latinoamérica y para el pueblo venezolano?

Juan Guaidó se autoproclamó presidente interino de Venezuela el pasado 23 de enero, inaugurando un capítulo más de la tragedia que vive el pueblo venezolano desde hace unos años. Apegándose a los principios constitucionales, Guaidó se invistió como interino argumentando la ausencia de un mandatario legítimo, pues según él y el grupo parlamentario que lo respalda –y que es mayoría en la Asamblea General-; el proceso electoral presidencial del 2018 en el que resultó electo Nicolás Maduro, estuvo cargado de irregularidades y no contó con el beneplácito de la comunidad internacional.

La ocasión no fue desaprovechada por la comunidad internacional y, bajo el oportunismo norteamericano que otorgó un inmediato reconocimiento a Guaidó como presidente interino venezolano, le siguieron los vecinos latinoamericanos que conforman el Grupo de Lima (conformado por Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Honduras, México, Panamá, Paraguay y Perú). Bolsonaro en Brasil, Macri en Argentina, Duque en Colombia se apresuraron a reconocer al presidente interino y de esa manera fortalecer a la oposición venezolana en su lucha por poner fin al gobierno de Maduro.

Por otro lado, México y Uruguay se abstuvieron a reconocer el interinato y, por el contrario, llamaron al diálogo entre las partes ofreciéndose a mediar en el conflicto. En ese mismo sentido, la Unión Europea no se atrevió a reconocer a Guaidó y le dio a Maduro ocho días para convocar a nuevas elecciones, como medida para presionar la transición.

El debate se ha centrado sobre la pertinencia o no de reconocer o desconocer a uno u a otro presidente. Sobre la defensa de la democracia y de los derechos humanos del pueblo venezolano. Sobre el apoyo al dictador o al opositor. Un debate que nos puede remitir al Iraq de 2003. Pero, ¿qué implicaciones tiene esto para la política internacional? Y sobre todo ¿qué implicaciones tiene esto para Latinoamérica y para el pueblo venezolano?

Lo primero que habría que analizar es la precipitación de Estados Unidos por reconocer al presidente interino. Recordemos que Estados Unidos estuvo viviendo una crisis política en esos días, derivada de la negativa del congreso a aprobar el presupuesto a Donald Trump. Y este conflicto tiene un gran protagonista: El muro que el magnate se comprometió a construir en la frontera con México y para el que no hay recursos; como consecuencia, su popularidad ha caído. Así que ratificar a Guaidó como presidente interino, resultó un recurso perfecto para reiterar su compromiso con “la democracia”, refrendar la influencia de EEUU en el continente y de esta manera transmitir una imagen fuerte en momentos adversos.

Lo mismo sucede en América del Sur. Recordemos que en los últimos años la configuración política de los países sudamericanos ha cambiado: donde antes gobernaba la izquierda progresista, ahora gobierna la derecha neoliberal. Brasil, Argentina, Chile, por mencionar algunos ejemplos. La excepción es Bolivia, pero parece que los días del gobierno de Evo Morales están contados. Para estos países, Venezuela representa el origen de los problemas sudamericanos, pues recordemos que, en la década pasada, cuando la izquierda gobernaba, Hugo Chavez desde Venezuela jugaba un papel de líder entre los países de la región. Por ello, al Grupo de Lima le es bastante conveniente que toda herencia del chavismo desaparezca. Esto no quiere decir que esta instancia sea exclusivamente antichavista, lo que sí se puede señalar es que el Grupo de Lima está conformado por gobiernos abiertamente antichavistas y por ello valdría la pena analizar los efectos que sus posturas pueden generar al interior de sus países.

El principal protagonista de esta encrucijada latinoamericana es Brasil, quien está estrenando gobierno a cargo de Jair Bolsonaro. El protagonismo brasileño en los asuntos sudamericanos se sostiene en el tamaño de su economía, pero sobre todo en el poder de influencia que ejerce en sus vecinos. Bolsonaro, un ex militar, admirador de dictadores, enemigo de las minorías étnicas y de las mujeres, se ha sumado a reconocer a Guaidó como presidente interino, bajo el argumento de que Maduro es un dictador que amenaza a la democracia y a los derechos políticos de la disidencia venezolana. Aquí vale la pena recordar que en el proceso de destitución de la ex presidenta Dilma Russeff, Bolsonaro dedicó su voto a favor de la destitución al Coronel Brilhante Ustra quien fuera autor de la tortura que vivió Dilma en tiempos de la dictadura, lo que nos habla del nivel de convicción que tiene Bolsonaro en los Derechos Humanos.

Por otro lado, Macri en Argentina y Duque en Colombia, se suman a la postura estadounidense y a la brasileña, en un intento desesperado por alinearse con estos países y de esa manera fortalecer la postura de la “derecha liberal” en sus países, y en el resto de América Latina. Y es que, lo que queda claro es que este nuevo grupo tiene un interés peculiar: revertir la postura anti-neoliberal de los gobiernos izquierdistas de la primera década del siglo XXI que se caracterizaron por apartarse de Estados Unidos y acercarse a países como Rusia o China –quienes tampoco reconocen a Guaidó como presidente interino, además de mostrarse preocupados por la posibilidad de una intervención militar norteamericana en Venezuela–.

De ahí la importancia de rescatar las posturas de Uruguay y México, o inclusive la de la Unión Europea que aboga por una transición pacífica y ordenada en Venezuela. Durante casi cuarenta años, Estados Unidos intervino en los países sudamericanos para desestabilizar a los gobiernos afines al bloque soviético o simplemente para implantar dictaduras: Chile, Cuba, Panamá, Nicaragua, El Salvador, Guatemala, Colombia, Argentina y Brasil fueron testigos de esos episodios.

Estados Unidos conoce el territorio americano y tiene la capacidad para orquestar y ejecutar una movilización militar sorpresiva, pues cuenta con bases militares en Colombia y Panamá, además de que la cercanía geográfica lo facilita todo. El asesor de Seguridad Nacional de Trump, John Bolton anunciaba el lunes pasado más sanciones a Maduro, para apoyar a la oposición venezolana. En la rueda de prensa del anuncio, mostró accidentalmente su libreta en la que había anotado “5 mil soldados en Colombia”. La gente pasó por alto el hecho, pero vale la pena recordar que Bolton fue uno de los artífices de la invasión a Iraq en 2003. De 2001 a 2005 se desempeñó como sub secretario de estado para el control de armas y asuntos de seguridad internacional en el gobierno de Bush.

Parece que la caída de Sadam Husein no sirvió de mucho, pues hemos olvidado que en nombre de la democracia se han justificado guerras, se han destruido países y mucha gente ha muerto. Debemos reconocer que tanto el gobierno de Sadam como el de Maduro no son democráticos, pero tampoco podemos negar que hoy Iraq es un infierno en comparación con los años de mayor represión del régimen de Husein. Es urgente resolver la crisis venezolana, pero esto no sucederá si los gobiernos vecinos pretenden sacar provecho de ello, menos aun si creemos que la democracia y los derechos humanos están exentos de ser utilizados como recursos políticos.