Aunque suele asociarse con etapas como la infancia y la adolescencia, el acoso escolar también ocurre en las universidades. Su estudio y documentación aún son limitados, lo que impide dimensionar con claridad la magnitud del problema en la educación superior
Fátima fue hospitalizada por una fractura de cadera provocada por una agresión de sus compañeros en la escuela. Se burlaban de ella porque le gustaba escuchar K-pop. Jesús Israel, estudiante del Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH), fue asesinado por otro alumno con un arma blanca. El agresor ya había sido denunciado por su comportamiento violento. Nicole, de 12 años, pasó seis días en el hospital después de ser golpeada brutalmente por usar tenis “pirata”.
Estos casos ocurrieron en lo que va del 2025 y evidencian la falta de seguridad, protocolos de atención y prevención en los planteles educativos mexicanos. También reflejan lo que significa ser uno de los países con más casos de violencia escolar en el mundo, según diversos diagnósticos que colocan a México en los primeros lugares junto a España y Costa Rica.
El hostigamiento entre estudiantes puede manifestarse como discriminación, burlas, ciberacoso, exclusión, agresiones físicas o incluso violencia sexual. Su origen es complejo: desde la violencia en los hogares, la falta de acompañamiento emocional, hasta la impunidad que protege a los agresores. “Es un abuso de poder, una violencia encubierta que va escalando y tiene una intención distinta a la de una broma, como muchas veces suele plantearse”, explica Elvira Orozco, coordinadora de la licenciatura en Psicología del ITESO.
El primer jueves de noviembre fue declarado por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) como el Día Internacional contra la Violencia y el Acoso Escolar. El organismo señala que este fenómeno vulnera los derechos a la educación, la salud y el bienestar de niñas, niños y adolescentes. Sin embargo, en esa definición se omite a los más de cinco millones de jóvenes que asisten a universidades en México.
“A veces se cree que en los niveles superiores el bullying ya no existe. Sería lo deseable […] Pero sí existe, solo que se transforma y se manifiesta en conductas como la exclusión, la discriminación, la violencia verbal, física o sexual”, apunta Orozco.
Si ya es difícil dimensionar la magnitud de este fenómeno en niveles como primaria y secundaria (donde se concentra la mayoría de los diagnósticos), en el ámbito universitario la investigación es aún más escasa. Los pocos trabajos existentes son aislados y de contextos específicos.
Esto ha dificultado la generación de datos concretos. Por ejemplo, el Consejo Ciudadano de la Ciudad de México reportó que desde 2019 las denuncias por violencia escolar aumentaron un 209 por ciento, pero estos datos se concentran en niveles preescolar, primaria y secundaria. Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), más de tres millones de estudiantes han declarado haber sido víctimas de acoso escolar.
Las personas agredidas suelen ser blanco de estas violencias por su apariencia física, identidad de género, etnia, situación económica, cultura, neurodivergencias u otras características. “Las mujeres somos más vulnerables a este tipo de violencia”, señala.
Es un fenómeno multifactorial, es decir, su origen está en múltiples condiciones, una de ellas es el contexto de violencia en el que la sociedad está inmersa. “Se replica lo que vivimos a nivel macro […] también hay situaciones individuales […] así como la falta de un marco regulador que haga saber a las personas que hay consecuencias por ejercer la violencia”, menciona.
El impacto de estas agresiones se refleja principalmente en la salud mental: ansiedad, depresión, bajo rendimiento académico e incluso conductas suicidas. También tiene consecuencias económicas. Se estima que la atención a las secuelas de este fenómeno le cuesta al Estado mexicano más de 46 millones de pesos anuales.
Por ello, es urgente que las instituciones educativas, así como las empresas, lo atiendan de forma integral. El caso de Carlos Gurrola, empleado de H-E-B que perdió la vida tras sufrir acoso constante por parte de sus compañeros de trabajo, es un ejemplo de cómo esta violencia trasciende las aulas.
Lo ideal es una comunidad que priorice el cuidado, el bienestar y la buena convivencia, más allá del castigo “para ello se requiere un abordaje integral, involucrando cambios institucionales, así como el desarrollo de habilidades socioemocionales en todos los miembros de dicha comunidad”, concluye Orozco.
FOTO: Luis Ponciano
