Pocos acontecimientos en la historia de la humanidad han tenido una repercusión tan directa sobre el potencial humano como la pandemia por el Covid-19. E pluribus unum es también un recordatorio para re-conocer y poner en juego a la diversidad y a la empatía.

POR BERNARDO MASINI AGUILERA, COORDINADOR DE INVESTIGACIÓN Y POSGRADO
ILUSTRACIÓN DE ERWIN GARCÍA, ESTUDIANTE DE LA CARRERA DE DISEÑO 

Se trata de un latinajo, pero puede sonarle familiar. De hecho, puede verse en los billetes y en las monedas estadunidenses. Los vecinos del norte adoptaron esta frase como lema oficial desde los primeros años de su historia como país independiente, en 1782. Se dice que proviene de un poema de Virgilio, de tiempos de la Roma clásica. Para los fundadores del nuevo país, además del pretendido elogio a la diversidad, la frase tenía otro ingrediente curioso pues se compone de trece letras: una por cada una de las excolonias británicas que lo conformaron. Durante la Guerra Fría, en 1956, Estados Unidos adoptó otra frase como lema nacional. Se trató del famoso “In God we trust”, con el que simbólicamente tomaron una confesional distancia respecto a los países del bloque soviético tildado de ateo. En sí misma esa frase merecería otro análisis que aquí dejaremos para otra ocasión.

Volvamos a E pluribus unum, cuya traducción al español es “De muchos, uno”. La idea que se teje debajo de ella parece sencilla, pero si lo fuera quizá nos habríamos evitado muchos conflictos sociales en casi todos los grupos humanos desde que el mundo es mundo. Entender que somos muchos; que somos distintos; pero que además formamos parte de una misma estructura ha sido un reto histórico en el seno de las familias; en las escuelas; entre regiones dentro de un mismo país, y un largo etcétera. Se trata de un problema epistémico: la tendencia a percibir las diferencias como algo que nos aleja del prójimo en lugar de asumirlas como el complemento que yo no tengo, y que al abrazarlo puede conducirme a un escenario de mayor realización, ya individual o colectiva.

Esto viene a cuento por lo que ha dejado ver, de nosotros, la manera en que individual y colectivamente hemos sobrellevado la pandemia del Covid-19. Unos han sido más rigurosos que otros con el confinamiento. Unos lo han hecho por disciplina. Otros para protegerse a sí mismos. Otros más lo han hecho para proteger a sus seres queridos. Unos han procurado información precisa y suficiente para entender la situación mientras que otros han diseminado rumores sin rigor –las famosas fake news– en atención a sus propios intereses. Pocos acontecimientos en la historia de la humanidad han tenido una repercusión tan directa y tan rápida sobre prácticamente todos los grupos humanos como esta. Por esa misma razón era de esperarse un espíritu de cooperación que no fingiera la inexistencia de nuestras diferencias, sino que las reconociera como un nutrido repertorio de maneras de abordar el problema para, juntos, salir de él hacia la susodicha nueva normalidad.

Dr. Bernardo Masini, masini@iteso.mx FOTO: Luis Ponciano

Sin embargo, en el caso mexicano la tendencia parece ir en sentido contrario, al menos a las primeras de cambio. La pandemia que debería unir los talentos y las disposiciones de ricos y pobres; de científicos y jornaleros; de jóvenes y políticos, ha servido de pretexto para exacerbar diferencias y descalificaciones añejas. El presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, ha sido ave de tempestades para la opinión pública durante los últimos veinte años. Pero la contingencia sanitaria dio lugar a la materialización de ese odio en una agrupación denominada Frente Nacional Anti-AMLO (Frenaaa), que incluso ya organizó sus primeras manifestaciones callejeras en medio del confinamiento. Independientemente de la (im)pericia del gobierno federal para atender la crisis del Covid-19, el Frenaaa calcula que la caída del presidente es un paso necesario para resolver nuestros males. En pocas palabras, proponen como remedio la eliminación de quien es diferente, en lugar de buscar la manera de entenderle y hacer que ella o él nos entienda.

Jalisco está viviendo una situación similar a raíz del extraño asesinato de Giovanni López, presuntamente a manos de la policía de Ixtlahuacán de los Membrillos. Se trató de un acto de inadmisible inhumanidad que desencadenó la rabia –acumulada– de millones de jaliscienses que se resisten a la prolongación de la barbarie que se ha extendido en tantos ámbitos de la vida social. Las acciones y las reacciones ocurrieron precisamente cuando más necesario es cerrar filas para atajar la pandemia. La oportunidad de acercarnos con ánimo solidario al vecino diferente en esta emergencia sanitaria se convirtió en un abrupto estallido. El manejo de la crisis por parte del gobernador del estado detonó opiniones divididas, incluso serios desencuentros en el seno de las familias; de los grupos de amigos; de los colegas que han compartido oficina por años. Donde unos veían y denunciaban autoritarismo, otros veían y celebraban mano firme. El mismo personaje que a unos pareció un represor, a otros les pareció la alternativa para relevar en el poder federal al presidente que no les gusta. Los días de furia en Guadalajara hicieron que muchos se olvidaran de que había una pandemia que tiene en vilo a la sociedad entera, y que requiere de la sociedad entera para revertirla.

Una tentación simplista se suscita cuando se identifican dos o más formas de pensar o de hacer las cosas. Es la tentación de dejar que el flujo de la dinámica sociocultural determine a un ganador: que una de esas formas se legitime por su capacidad de influencia; o porque resulta menos retadora para nuestra condición humana; tanto en el plano intelectual como en el afectivo. Este ordenamiento inercial carece precisamente del espíritu entrañado en la expresión E pluribus unum. En cierta forma es una falta de respeto al potencial humano, dotado de la diversidad que, al reconocerse, multiplica los referentes y las concepciones de las que disponemos para resolver los retos de nuestra especie.

En tal escenario cobra especial relevancia el papel que juegan las universidades como matrices de ideas y generadoras de conocimiento. Las y los académicos no estamos exentos de esa misma tentación: privilegiar el trabajo con colegas que piensen igual que nosotros; descalificar otras maneras de abordar la realidad; cerrar la puerta a otras ideas que, por el hecho de existir, exigen que calibremos mejor las propias. En cierta forma E pluribus unum debería ser un lema tácito y explícito de todas las universidades. No solo para reconocer la diversidad, implacable pero también generosa, con la que se producirán ideas realmente novedosas. Esa diversidad también debe permear algo tanto o más importante que la generación de conocimiento: su difusión. De poco sirven las grandes ideas si no salen de los espacios en las que son concebidas. E pluribus unum es también un llamado a la empatía; a buscar la manera de darnos a entender con cualquier tipo de interlocutor: nacional o extranjero; joven o viejo; urbano o rural; con o sin formación en educación superior.

Supongamos ahora que llegará el feliz día en que todas y todos los universitarios seremos conscientes del reto comunicativo que implica reconocer la diversidad y el papel que esta juega en las estructuras de las que formamos parte. Ese día no será para cantar victoria ni para sentirnos satisfechos, pues entonces estaremos frente al reto de convencer de lo mismo a nuestros familiares; a nuestros vecinos en el barrio; y hasta a la clase política. Nadie dijo que la tarea sea sencilla, ni mucho menos rápida. Los siglos que han pasado desde que apareció el viejo latinajo atribuido a Virgilio dan cuenta de ello.

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