Un minuto de silencio por cada una y uno de nosotras, de nosotros, porque ese minuto nos ayude a recuperar el centro, el equilibrio. Necesitamos más minutos de silencio, de silencio interior, para parar el tumulto interno que nos arrolla; para vivir desde dentro la paz que tanto nos importa construir.

POR ENEYDA SUÑER RIVAS, PROFESORA DEL DEPARTAMENTO DE FORMACIÓN HUMANA

ILUSTRACIÓN DE HUGO GARCÍA, PROFESOR DE DISEÑO DEL ITESO

Ya llevamos no sé cuántos días en encierro, no los he contado. Hemos sentido extrañeza, aburrimiento, miedo, preocupación, ira, tristeza. Ha habido acaparamiento y compras de pánico. Hemos tenido abusos policiales, marchas, más abusos. Siguen los muertos por el Narco, siguen en aumento los feminicidios, siguen los secuestros. 

Estamos los y las que podemos seguir trabajando y tratando de capacitarnos en lo virtual desde casa. También están las personas que tienen que salir para trabajar, a tomar el transporte público sin ninguna sana distancia, a vender, a atender al público, a recoger nuestra basura, a cuidar de los enfermos, todo esto a pesar de cualquier peligro. Empezó el temporal, tuvimos un terremoto con muertos, heridos y más gente sin hogar.  Hay ataques al personal de salud y muchos de ellos trabajan sin el material necesario para su propia protección. Nos preocupa la economía, una posible hambruna, escasez, la gente que se queda sin trabajo; cada vez hay más personas tocando puertas para pedir un taco, dinero o lo que uno no use para venderlo, hay empleadores que están abusando de sus trabajadores aprovechando la situación. También hay más asaltos e inseguridad.   

Hay problemas graves entre China y la India, Trump sigue diciendo estupideces, nos llega un viento con arena del Sahara, la luz subió, la gasolina bajó, hay estrés en la calle. La mayoría de nuestros políticos siguen siendo abusivos y corruptos. Tenemos mucha información sobre el Covid, al mismo tiempo que no conocemos casi nada del virus, hay muchas teorías conspiracionistas. 

Eneyda Suñer Rivas es profesora del Departamento de Formación Humana; la puedes encontrar en el correo eneyda@iteso.mx. Foto Luis Ponciano.

Hay tanto bombardeo de cosas que –de tanto saber– ya no sabemos, aunque estamos repletos de información. Yo no sé a qué se debe este tráfago, ya no sé cómo parar tantas cosas en la cabeza, los gritos desde muchos lados, desde tantos frentes, con tanta diversidad de contenido, en tantos tonos, yo no sé si no sabemos cómo callarlos, si dudamos si deberíamos callarlos, o si son un pretexto para evadirnos, ya no lo sé.  

Lo que sí sé es que han muerto familiares de amigos y amigas, que han muerto compañeros de trabajo a los que conocía. Y ante la muerte, la ausencia definitiva, todo el tráfago se apaga. Yo me pongo a pensar qué pasaría si perdiera a los seres que más amo y no sólo eso, sino que ni siquiera los pudiera abrazar antes de partir, sin poder despedirlos; y el vacío que me llega cuando pienso en eso es inmenso. 

Sostengo que el mundo se acaba cuando uno se muere, porque, efectivamente se nos acaba. Pero ¿qué sucede con los vivos que cargan con el peso de la ausencia definitiva de sus seres queridos? ¿qué sucede con esos besos y caricias que ya no podemos dar ni siquiera a nuestros o nuestras difuntas? ¿cómo cargar, ya no solo con el peso de la ausencia definitiva, sino también con las caricias que se nos quedaron en las manos, en los labios, en la piel? ¿cómo enterrar una bolsa cerrada? ¿cómo no poder llorar en los brazos de otros (as) nuestro dolor en un velorio o en un entierro?  

Un minuto de silencio porque estamos viviendo una pandemia. 

Un minuto de silencio por los muertos por el virus. 

Un minuto de silencio por los que han perdido a un ser querido por el Covid. 

Un minuto de silencio por lo aterrador de una enfermedad como ésta con menos letalidad que la influenza, pero con una enorme tasa de contagios y a la que, aún los especialistas, se enfrentan con desconcierto. 

Un minuto de silencio por los amigos y amigas a los que no podemos abrazar ahora. 

Un minuto de silencio por los rostros que ya no veremos, a los que ya no podremos dar un apretón de manos nunca más. 

Un minuto de silencio para no pensar, ni imaginar, sólo sentir. 

Un minuto de silencio para vivir nuestra precariedad y asumirla. 

Un minuto de silencio por cada uno y una de nosotros, de nosotras, porque ese minuto nos ayude a recuperar el centro, el equilibrio. Necesitamos más minutos de silencio, de silencio interior, para parar el tumulto interno que nos arrolla para poder seguir escribiéndonos, pero con coherencia; porque nos estamos convirtiendo en ruido, puro ruido, nos estamos ensordeciendo y, con ello, despilfarramos nuestra humanidad. 

Un minuto de silencio por cada uno y una de nosotros, de nosotras, porque ese minuto nos ayude a recuperar el centro, el equilibrio. 

Démonos un minuto de silencio al menos, cada día, un minuto de silencio por la humanidad herida y amenazada. 

Un minuto de silencio para vivir desde dentro la paz que tanto nos importa construir. 

Un minuto de silencio porque en los humanos, como en la música, los silencios dan sentido y armonía. 

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