Nunca imaginé que el campamento que viví hace poco más de un mes en el Nevado de Colima, me serviría para entender esta cuarentena desde una perspectiva distinta. POR ROBERTO FLORES CARRILLO, ESTUDIANTE DE COMUNICACIÓN Y ARTES VISUALES
Nunca imaginé que el campamento que viví hace poco más de un mes en el Nevado de Colima me serviría para entender esta cuarentena desde una perspectiva distinta. Un viaje lleno de retos y aprendizajes, que hoy, a la distancia me han hecho estar mejor preparado para una contingencia como esta. Les cuento un poco lo que viví.
Difícilmente me levanto de la cama antes de las siete de la mañana. Sin embargo, ese fin de semana me tuve que levantar a las cuatro y media no uno, sino los dos días seguidos, sábado 22 y domingo 23 de febrero. La idea de escalar el Nevado de Colima pasa por muchas cabezas, pero la realidad es que, sea tu primera vez o tengas años de experiencia, subir supone un reto.
Te preguntas si valdrá la pena madrugar para hacer una actividad que de antemano promete ser desgastante. Pero hiciste un compromiso contigo y no te gusta decepcionarte. Entonces te paras, te preparas y sales rumbo a la aventura.
Desde el momento en el que llegas al ITESO se siente una emoción vibrante. El staff emana una energía de haber dormido y comido plenamente, mientras tú luchas por no dormirte, cosa que ni tú ni el resto de los campistas logran durante el viaje hasta el Nevado. Al llegar y abrir los ojos te encuentras con el monstruo que estás por enfrentar, pero no te asusta, te entusiasma.
Así comienza el reto, subir por una senda de 12 kilómetros hasta el área de campamento. Viajar en grupo es una ventaja importante, ya que existe una motivación en conjunto. Quienes llevan un mejor paso animan a seguir a quienes les va costando más trabajo. Subes a tu propio ritmo sabiendo que, a pesar de no tener gente a tu alrededor, vas en compañía.
Pasas entre cuatro y seis horas caminando mientras subes la montaña. Sientes cómo el oxígeno escasea y te va costando cada vez más trabajo recuperar el aliento. Tomas descansos. Te detienes cada vez que lo necesitas, no hay prisa. Vas con tus pensamientos. Si tu experiencia en escalar montañas es nula, como la mía, puede que incluso dudes en terminar, pero llega un punto en el que sabes que bajar no va a ser mucho mejor. Entonces, sigues avanzando.
Por fin llegas al campamento. ¡Qué cansancio! Justo en ese momento te das cuenta de que el staff ha armado toda una zona recreativa, una vez recuperado el aliento, conocer a la gente con la que compartes esta nueva experiencia.
Juegas, reconoces el esfuerzo y te das cuenta de que no fuiste la única persona a la que le costó llegar hasta ahí. Descansas. Ríes. Te diviertes. Haces nuevas amistades.
Llega la noche y se prende una fogata. Junto a ella se vive un momento de reflexión. Es ahí cuando te das cuenta de que no se trata de escalar una gran montaña solo por el hecho de subirla, sino de reconocer este desafío como cualquier reto en la vida: lo planteas, te preparas, le puedes dar vueltas, en el transcurso recibes consejos (tú sabrás si los tomas o no), llega el día y lo enfrentas con la mejor actitud posible.
Una vez en el camino, te das cuenta de si sirvió o no tu preparación. Si no dormiste bien, vas a empezar mal. Si no te alimentaste correctamente, es posible que tus reservas de energía se agoten. Si tu mochila de ataque está muy pesada no te va a faltar nada, pero el camino será más pesado. Entonces hay que tomar decisiones. Después de caminar un par de horas, empiezas a administrar mejor tu energía y tu respiración. Y como en la vida, una vez que cumpliste un objetivo, empieza un nuevo reto.
El segundo día de caminata no es mucho mejor. Te vuelves a levantar más temprano de lo que acostumbras. No tienes las comodidades de casa. Llevas cargando el cansancio del día anterior. Pero aun así te dispones a llegar a la cima.
Debido a que la nieve de semanas anteriores fue mucha, se hizo muy peligroso hacer cumbre y tuvimos que detenernos en el camino. Lo que siempre olvidamos es que lograrlo no es llegar al final, sino aceptar el reto y dar tu mejor esfuerzo. Aprender de lo que falló desde la preparación. Y llevarte la experiencia como un todo.
Como en la vida, hay situaciones en las que, por muy preparado que estés, el resultado no depende de ti. Que suceden muchos momentos de frustración por cosas que no están en nuestras manos, como no llegar a la cima o tener que estar en cuarentena durante varios días. Pero todo dependerá de la actitud con la que lo tomemos y cómo nos preparemos para afrontarlo.
Subir al Nevado de Colima me dio aprendizajes muy valiosos para vivir un momento así. No todos tenemos la misma capacidad para desarrollarnos desde casa. Cada uno de nosotros lo vive de manera distinta, pero estar aislados no significa que estemos solos. Tenemos por delante una oportunidad inmensa para estar en contacto por distintos medios y hacer este trayecto mucho más sencillo. Como en la montaña, podemos apoyar a quienes les esté costando más trabajo y recibir el aliento y los consejos de quienes llevan esto de mejor manera.
Habrá momentos en el que el cansancio mental e incluso físico sea insoportable, pero siempre podremos tomar un respiro realizando alguna actividad recreativa. Jugar, reír y divertirnos, justo como en nuestra llegada al campamento. Olvidarnos de todo por un momento y recobrar el aliento para seguir adelante.
Y al igual que en la caminata, estar bien preparados será fundamental. Comer saludablemente hará que nos sintamos mejor físicamente. Planear nuestro día hará que pase más rápido, y recordar lo que nos ha ayudado en los días anteriores será importante para sentirnos mejor.
Hoy estamos rodeados de paredes, pero la vida sigue. Pronto volveremos a estar en la montaña, sentiremos la brisa de las olas del mar en el rostro, escucharemos el rugido de una cascada y desearemos hacer largas caminatas al lado de nuevos amigos. Hoy me siento afortunado de haber aceptado el reto del Nevado, y las próximas veces no dudaré en volver a hacerlo, para seguir aprendiendo de la vida a través de la naturaleza.