Es necesario revisar lo que está sucediendo al interior de EEUU, Reino Unido y Francia, para comprender las razones por las que estos países se unieron para intervenir en Siria.

La noche del viernes 13 de abril la ciudad de Damasco se iluminó con las detonaciones de la lluvia de misiles que dejaron caer sobre ella Estados Unidos, Reino Unido y Francia. El ataque se dio como respuesta al aparente uso de armas químicas, por parte del régimen sirio, en contra de población civil seis días antes en la localidad de Duma. Frente a estos hechos, durante los siguientes días, muchos países, incluido México, se pronunciaron en contra del uso de armas químicas, y con ello dieron su apoyo implícito al bombardeo. Afortunadamente no se reportaron pérdidas humanas, pues los ataques fueron dirigidos a centros de investigación militar en Damasco, sin embargo estos hechos volvieron a recordar que desde hace siete años, el conflicto en Siria ha sido un recurso para el despliegue de poder de los líderes que abanderan las grandes potencias militares de nuestro mundo, como bien se vio reflejado en la reunión de emergencia que convocó al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, a unas horas de perpetrado el ataque.

Sin embargo, para entender este despliegue de fuerzas no basta con centrar el análisis en los intentos de la comunidad internacional por castigar el uso de armas químicas, pues durante estos siete años de conflicto la ONU ha detectado más de 50 episodios en los que se han empleado armas químicas, muchos de ellos más letales que el de Duma, y en esas otras ocasiones las potencias no han intervenido de manera tan contundente como en esta ocasión. Por ello, habría que revisar lo que está sucediendo al interior de EEUU, Reino Unido y Francia, para comprender las razones por las que estos países se unieron para intervenir en Siria revisar lo qué está sucediendo al interior de los países que intervinieron en Siria, para tener una radiografía más completa de los hechos.

Lo primero que salta a la vista, es que Estados Unidos (EEUU), Reino Unido y Francia coincidan de pronto en una acción militar conjunta, después de que, en otros terrenos diplomáticos, estas tres naciones llevan más de un año en abierta discordia. Basta recordar el choque entre Emmanuel Macron -presidente francésy Donald Trump -presidente de EEUU- en torno a los Acuerdos de París para la lucha contra el cambio climá- tico,cuando Trump decidió abandonar el pacto, dando un duro golpe a los intentos de Francia por recuperar su liderazgo en la diplomacia multilateral. De igual manera, Reino Unido y Francia han sido protagonistas del gran conflicto europeo que generó el Brexit, y sobre el que Francia ha intentado debilitar el poder de negociación de Teresa May – primera ministra de Reino Unido- en la ruta de despedida de Reino Unido de la Unión Europea. En este contexto, cabría preguntarse qué fue lo que motivó a estas tres naciones a actuar de manera organizada en contra de Bashar Al Asad, sobre todo si se toma en cuenta que hace menos de un mes, Trump anunciaba la posible retirada de apoyo del ejército norteamericano a las fuerzas insurgentes sirias.

Por un lado, habría que reconocer que el despliegue de fuerzas militares generalmente fortalece la imagen de los líderes que los convocan. Una nación que despliega su poder militar en contra de otra, siempre es percibida como una nación fuerte en el coro de la comunidad internacional, pues estas acciones son ejemplo de poder económico y militar. Pero también, al interior de las naciones que emplean la fuerza, las acciones militares en contra de otros países, generan una imagen de determinación y poder para sus líderes. Entonces, para poder analizar estos hechos, la pregunta sería ¿qué consecuencias tuvo el ataque en Siria, al interior de los países que enviaron sus misiles? Macron, May y Trump son tres presidentes peculiares, que llegaron al poder como consecuencia de procesos electorales influidos por el populismo, y que en sus promesas de campaña no escatimaron en hacer promesas que hoy, casi dos años después de que cada uno llegara al poder, no han podido ser resueltas. Por un lado, May se encuentra acorralada por la oposición en el proceso de negociación del Brexit; un proceso en el que se ha demostrado la falta de liderazgo político y sobre todo ha evidenciado que Reino Unido fue el gran perdedor de esta decisión. Por su parte Trump ha sido evidenciado por su debilidad para lidiar con el peso hegemónico de Estados Unidos en la escena internacional. Su política exterior se ha caracterizado por una serie de eventos desafortunados que han abierto la duda sobre la continuidad de la Pax Americana instaurada después de la Segunda Guerra Mundial y consolidada al final de la Guerra Fría. El último de estos episodios ha sido el paquete de sanciones económicas que ha impuesto a China y que ha ocasionado reacciones negativas en el sector productivo norteamericano, pero también en la comunidad internacional. Por último, Macron se encuentra enfrascado en el proceso de negociación de reformas a la Unión Europea, proyecto que ha abanderado los intentos de Francia por recuperar su liderazgo en Europa, y al que Alemania se ha opuesto.

De esta manera no es de extrañar que, frente a la oportunidad de fortalecer su liderazgo, estas tres naciones no duden al momento de desplegar un ataque, más allá de su aparente compromiso en contra del uso de armas químicas; sobre todo si agregamos la confrontación directa que existe con Rusia por el tema de los ataques propagandísticos de los que se acusa a la nación eslava, y que supuestamente influyeron en los procesos electorales de Estados Unidos y el referéndum del Brexit. Es lamentable que la población civil de un país sea utilizada como chivo expiatorio para fortalecer liderazgos internacionales, pues el pueblo sirio lleva siete años siendo víctima de estos hechos. Antes fueron Barack Obama, François Hollande y David Cameron los que usaron a Siria para fortalecer su imagen, hoy Trump, May y Macron repiten la historia, demostrando que la guerra es un recurso político.