Septiembre es uno de los meses en los que más nos gusta resaltar nuestra cultura, especialmente con la música. A través de la revisión de algunos elementos de la vivencia espiritual del son jarocho, la autora nos lleva a reflexionar sobre la manera en que nuestro consumo de música puede fortalecer nuestra vida espiritual

El arte nos ayuda a expresar lo inefable, por lo que se convierte en una herramienta privilegiada para la expresión de lo espiritual. 

En el mes de septiembre nos gusta resaltar nuestra cultura. Sin embargo, lo mexicano tiene una diversidad de expresiones en las que vale la pena adentrarnos para comprender mejor nuestra identidad, ese “nosotros y nosotras” que somos y aquello que queremos construir como comunidad, como colectivo, como país. 

El diálogo entre la fe y la cultura es un componente central en la tradición de la educación jesuita. Los primeros colegios jesuitas se nutrían de los hallazgos que los misioneros jesuitas encontraban adentrándose en culturas muy ajenas al mundo occidental. Lo lograban con un profundo respeto hacia las comunidades con las que convivían y compartían la vida. Si algo caracterizó a las misiones jesuitas fue la reivindicación de las personas de todas las etnias (lo que más tarde se traduciría como derechos) y la valoración del universo de sentido de los pueblos a los que llegaron a evangelizar, permitiendo que se integraran los saberes originarios. 

Hablar de la música mexicana también es generalizar demasiado; es necesario adentrarse en sus raíces tan diversas para valorar la riqueza musical en nuestro país. 

Nos centraremos en el “son jarocho”, una expresión cultural de la antigua región del sotavento mexicano (hoy sur de Veracruz y colindancias con Tabasco y Oaxaca). La “música de jaranas”, por el nombre de los instrumentos con los cuales se ejecuta, tiene tres raíces: elementos de la música barroca europea, elementos líricos de la cosmovisión indígena de la zona, mayormente náhuatl, y elementos percutivos de la música africana. 

El término “jarocho”, en sus orígenes, aludía despectivamente a la población afro-indígena, la cual cultivó la música de jaranas, instrumentos de cuerda que, a la fecha, son hechos a mano por lauderos del campo y de la ciudad. 

La canción de “La bamba” goza de gran popularidad internacional, sin embargo, la mayoría de las personas no han escuchado una “bamba” tradicional. La invisibilización de diversos géneros de la música tradicional mexicana tiene que ver con los contextos rurales en donde se origina, y también con la exclusión de grupos de la población. En este caso, la población afro-indígena mexicana. 

Rescatemos algunos elementos de la vivencia espiritual a través del son jarocho. 

Celebrar y aprender en comunidad

El “fandango o huapango” es el espacio de encuentro festivo en el cual se hace la música de jaranas. Las interpretaciones individuales aquí no tienen sentido. El son se hace, se disfruta y se aprende de manera colectiva. Así, la fiesta o el fandango suplen los conservatorios de música inexistentes en las comunidades rurales. 

La música suele acompañar las celebraciones y los actos de memoria de los pueblos. Es el caso del fandango, que puede tener motivos de celebración familiares y comunitarios: actos religiosos, fiestas patronales, funerales, fiestas de fin de año, navidades y cumpleaños. 

No siempre fue así, pero el movimiento de rescate del son jarocho a partir de los años 80 ha contribuido a que los fandangos, con mayor frecuencia, sean espacios más inclusivos en donde niñas, niños, mujeres, personas mayores o cualquier miembro de la comunidad, puedan integrarse de distintas maneras: ejecutando la música o en los preparativos logísticos y gastronómicos para el encuentro. 

Una de las fiestas más conocidas y concurridas que se acompaña de música de jaranas es la Fiesta de la Virgen de la Candelaria en Tlacotalpan, Veracruz. 

Pedir permiso

Un fandango rural suele durar toda la noche. Durante estas horas hay distintas etapas o momentos en donde la música va haciendo su curva de intensidad. El fandango se inicia persignándose, bendiciendo el lugar, pidiendo permiso a las y los presentes (en ocasiones incluyendo plantas y flores): 

“Le pido permiso al día para empezar la jornada,  

quiera Dios que la versada tenga valor y poesía 

Ay que sí, válgame Dios, hermosa perla María, permítame comenzar 

Empiezo por saludar, con la música y el verso 

Y aunque el mundo esté disperso, aquí te vengo a cantar” 

(versos del Son del Siquisiri) 

La acción de pedir permiso está muy presente en las espiritualidades de nuestros pueblos originarios, también llamadas espiritualidades de la tierra. Tiene que ver con una actitud reverencial que lleva consigo la consciencia de interdependencia de todo en el universo y, por lo tanto, del cuidado necesario de nuestras relaciones humanas y con otros seres vivos, es decir, con la Creación. 

Ahuyentar malos espíritus

“Canten, canten compañeros, no tengan miedo al demonio 

Que yo traigo en mi sombrero bendición de San Antonio” 

“El diablo sale a bailar, pa’ mitigar lo que sufre 

Cuando empieza a zapatear, todo empieza a oler a azufre” 

Buenos y malos espíritus han prevalecido en los imaginarios sociales y religiosos. En el son jarocho es muy claro. Hay un son llamado “El buscapiés” que dedica muchos de sus versos a ahuyentar al demonio y malos espíritus de la fiesta del fandango.  

Los versos alusivos a los malos espíritus poco a poco van develando que no se trata de fuerzas o entes externos a las personas, sino que el modo de actuar de éstas manifiesta el bien o el mal en el mundo. 

Compartir la vida

En el fandango se canta lo que se vive. Interpretar música tradicional no tiene que ver con aprenderse letras o canciones para reproducirlas. Se trata de poner en comunidad los recursos musicales, líricos y corporales para que exista un momento de creación colectiva en donde, gracias a la improvisación, las y los participantes pueden poner en común las situaciones más significativas de su vida: penas, alegrías, desencantos y esperanzas. 

Durante el fandango, hay una gran comunicación entre todas las personas participantes. Las letras que se recitan o se cantan muchas veces son mensajes de conversación entre las personas que asisten y comparten el espacio.  

Estar presentes

Hablamos mucho hoy en día de aprender a meditar y sobre los procesos de la presencia plena. En muchas culturas desde la antigüedad, la música es una herramienta para facilitar que esto ocurra.  

Las músicas de tradición contienen elementos de repetición a modo de “mantra” lo cual ayuda a entrar en un ritmo que obliga a dejar a un lado los pensamientos recurrentes para participar en una creación colectiva. Hay que entrar en esta lógica para poder apreciar el son jarocho también. De lo contrario, nos parecerá aburrido. Las funciones sociales de la música son vastas.  

Esperamos que este breve artículo te invite a seguir profundizando en las tradiciones culturales de nuestro país, y a seguir analizando cómo tu consumo de música puede fortalecer tu vida espiritual también.