Cuando reconozcamos que una actividad como el bordado no está atada a cuestiones de género, podremos acercarnos a una actividad que puede ser parte de nuestra cotidianidad para ayudarnos a ver cosas que no queremos ver y hacernos cada vez más humanos

Por Joel Becerril Guzmán, SJ, escolar jesuita

Después de un año de tomar todas las clases en línea debido a la pandemia, cuando pudimos volver al campus me encontré con que el Centro de Promoción Cultural del ITESO estaba ofreciendo una actividad que se llama Tardes de bordado. Yo siempre había querido aprender a bordar; durante mi infancia vi algunas veces a una de mis abuelas bordar algunas servilletas, por lo que seguramente de ahí surgió mi interés. Pensé que esta actividad era una buena oportunidad para acercarme al bordado y conocerlo. 

Cuando llegué a la actividad, me sentí bastante extraño porque era el único hombre que estaba ahí. Recordé algo que muchas veces me habían repetido y que no me había permitido acercarme antes: “bordar es para mujeres”. Pensé que tal vez eso era cierto y que no tenía que estar ahí. Sin embargo, logré callar las voces de mi cabeza y me atreví a sentarme en el pasto; no tenía ni idea por donde comenzar, pero recuerdo que una chica que ya tenía experiencia con el bordado me explicó cómo empezar. Este primer acercamiento al bordado resultó bastante consolador para mí: hice algo que siempre había querido hacer y lo mejor de todo es que el miedo ante la incertidumbre de no saber nada desapareció cuando fui capaz de reconocer que había alguien dispuesta a compartirme sus enseñanzas. No me sentí solo, además de que iba acompañado por una amiga muy querida con quien estudio Filosofía y Ciencias Sociales. Así fue como llegué al bordado.  

El bordado como un medio para hacer comunidad 

Las Tardes de bordado poco a poco se han ido convirtiendo en uno de mis espacios favoritos dentro del ITESO. Ahí he comprendido que la apuesta de la universidad por la comunidad es real y puede vivirse en lo cotidiano. Ocupar los jardines para bordar me ha permitido conocer alumnos de otras carreras, olvidarme un poco de mi celular y mis pendientes, cambiar de ritmo y hacer algo que me permitiera conectar conmigo. Una de las cosas que más valoro de este espacio es el aprendizaje comunitario, todos nos vamos enseñando y nos vamos sosteniendo. El aprendizaje se va tejiendo entre todos, los que tienen más experiencia enseñan a los que no la tienen todavía y así crecemos juntos en el bordado. Sin embargo, también surgen otros aprendizajes que no precisamente tienen que ver con el bordado, sino que nos recuerdan cuestiones muy humanas como el respeto, la paciencia, la empatía, la amistad, etc. El bordado, a través de este espacio, nos recuerda que todos somos hermanos parte de una misma humanidad. 

Pienso que a través del arte podemos crear espacios comunitarios que nos permitan ser nosotros mismos y así compartirnos con los demás. Este espacio es ahora una de mis referencias de espacio seguro, en primer lugar, porque es un espacio donde las diferencias son una fuente de riqueza y no de división y también porque siento que hay un lugar esperando para cualquiera que quiera acercarse, aquí todos cabemos, con todo lo que somos, tenemos y podemos.  

El bordado como un espacio de revelación de Dios 

A través de la tela, el hilo y la aguja he sentido a Dios presente comunicándose en cada puntada. El bordado me ha permitido conectar con mis miedos y mis fragilidades más arraigadas en el interior. A mí, en lo personal, me causa mucho conflicto no saber algo, llegar a un espacio sin saber nada significa para mí presentarme desarmado y mostrarme vulnerable. El no saber algo me permite conectar con la imperfección, con la frustración, con la carencia, la impotencia e incluso con el fracaso, cuando algo no me sale como yo espero. Estas situaciones, quizás no tan agradables, me han permitido saberme necesitado de otros. En este proceso de aprendizaje del bordado han sido los otros quienes me han enseñado y me han acompañado con mucha paciencia. En ellos he descubierto a un Dios amigo, que como dice Ignacio en su Autobiografía, “le trataba de la misma manera que trata un maestro de escuela a un niño, enseñándole”. [1] He aprendido también a amar mi pequeñez y reconocerla como una oportunidad para encontrarme con los otros.  

En el bordado está permitido volver a intentarlo hasta que salga y en ese proceso descubrir que puedo encontrar mi propia manera de hacerlo y que “equivocarse” no es tan malo y se vale. Existen algunas directrices, pero no todo está escrito, siempre hay espacio para la novedad y la sorpresa. Sin duda que el bordado me ha permitido conectar con mi capacidad de crear algo. Conectar con la capacidad de creación es conectar totalmente con el Dios Creador que no se cansa de recrearnos cada día. Crear algo es darle vida, muchas veces desde la nada y ha sido maravilloso constatar que través de las manos es que podemos dar vida.  

Otro gran aprendizaje del bordado ha sido recordar que Dios es el Dios de las oportunidades, esto me ha permitido no tener miedo a que el hilo se me haga nudos; lo he llevado a mi propia vida y así he podido reconocer que cuando la vida se te hace nudos es un buen momento para cultivar la paciencia, mirar con detenimiento y tratar de resolverlo y, si de plano no se puede hacer nada, podemos cortar ahí y empezar de nuevo. Con Dios siempre podemos empezar de nuevo.  

Al adentrarme en el mundo del bordado me encontré con el fotobordado, en el que no te enfrentas a un lienzo en blanco sino a un lienzo en donde ya hay algo y que tienes la oportunidad de resignificar. El fotobordado es una forma de bordado muy diferente al “normal” cuyo soporte es la tela, pues en el fotobordado el soporte es el papel. En la tela es mucho más libre el uso del hilo y de la aguja, sin embargo, en el papel uno tiene que pensar previamente lo que quiere bordar y perforar la imagen por los lugares donde queremos que pase el hilo. En el fotobordado me he encontrado con este Dios Creador y de las oportunidades, me parece grandiosa la manera en la que el fotobordado te permite tomar en tus manos fotos de tus recuerdos y abrirlas a nuevas posibilidades a través del bordado, dotándola de un nuevo significado. Con Dios siempre tenemos la oportunidad de resignificar todo aquello que no nos cuadra en nuestra vida y nos resta libertad.  Mediante esta resignificación se van viviendo procesos de reconciliación con aquello que estaba tal vez petrificado en la memoria. Para mí, perforar la fotografía ha significado traer el recuerdo del pasado al presente y abrirlo a una nueva posibilidad en el futuro.  

A lo largo de este tiempo he escuchado comentarios como: “el bordado no sirve para nada” o “es una pérdida de tiempo”, sin embargo, hoy puedo hacer mías las palabras de Elena Martínez: “no hay nada más peligroso que una aguja, te puede sacar la emoción y hacerte ver muchas cosas que tienes, pero no quieres ver”.[2] El bordado me ha permitido estar presente y hacerme consciente de muchas cosas que suceden en mi interior y de las cuales, si no me detengo, no puedo reconocer.  

A través del bordado, Dios se ha manifestado, no solo en lo que aprendo de mí sino también a través del encuentro con los otros, con sus historias, sus vidas y la amistad que nos regala cuando nos sentamos a bordar. El bordado ha sido para mí un espacio de revelación de Dios que me recuerda que somos eternos aprendices y que cada día nos vamos haciendo junto con otros. Ojalá podamos ir reconociendo cada vez más que el bordado no está atado a cuestiones de género y que bordar es una actividad que puede ser parte de nuestra cotidianidad para ayudarnos a ver cosas que no queremos ver y hacernos cada vez más humanos.  

[1] Ignacio de Loyola. Obras Completas. Autobiografía, 27. BAC.  

[2] Chi, Nery. El bordado, el arte de estar presente. Memorias de Nómada. Mérida, 2021.