Una de las figuras indispensables para entender el nacimiento y los primeros años del ITESO es la del jesuita Luis Hernández Prieto, quien murió el 19 de marzo de 1976. Su legado sigue presente en el espíritu de la Universidad y su comunidad.
Entre las muchas virtudes que se enumeran cuando se habla del ITESO, sin duda una de las más repetidas es aquella que lo describe como un bosque. Las personas celebran la cantidad y la diversidad de árboles que pueblan el campus, además de agradecer la vista y disfrutar el clima. Caminar por los pasillos de la universidad o disfrutar de sus sombreados jardines hacen difícil imaginar que ese bosque fue una vez una semilla. Una semilla para la que hubo que preparar la tierra, cuidar y acompañar su crecimiento hasta que echara raíces firmes. En la enorme lista de personas que prepararon la tierra y cuidaron la semilla, el nombre de Luis Hernández Prieto, SJ, ocupa un lugar primordial ya que, como cuenta Miguel Bazdresch, “sin su participación, entusiasmo y sobre todo su convicción de ‘levantar’ una universidad prácticamente desde la nada, el ITESO no estaría aquí”.
Bazdresch Parada es actualmente integrante de la coordinación de Innovación, Desarrollo y Experimentación Académica del ITESO. Pero su presencia en la universidad se remonta a 1964, cuando comenzó a estudiar Ingeniería Química. Recuerda que conoció a Luis Hernández, SJ, siendo estudiante del Instituto de Ciencias, donde comenzó una relación que se extendió al Club Alpino del Instituto de Ciencias (CAIC) —“más que un club, era y es un proyecto educativo”— y a través de la Revista Juventud, publicación del Instituto a la que Bazdresch se acercó porque le interesaba ser fotógrafo “y el padre Luis era el que más sabía del tema, pues fue un fotógrafo incansable que dominaba también el laboratorio de fotografía, sabía hacer los químicos pues era doctor en Química”, recuerda el profesor del ITESO.
¿Cómo llegó Luis Hernández Prieto, SJ, al Instituto de Ciencias, desde donde comenzaría a labrarse la tierra para sembrar el ITESO? Para llegar a eso hay que remontarse unos años atrás.
El jesuita químico
Luis Hernández Prieto nació el 17 de octubre de 1914 en Guadalajara, Jalisco. Sus padres fueron Clarisa Prieto y José Hernández. Estudió la primaria en el colegio de José Atilano Zavala y la preparatoria en el Instituto de Ciencias. Nació en la plena efervescencia de la Revolución Mexicana y los tiempos convulsos del país lo acompañaron en los primeros años de su vida, primero con la Revolución y luego con la Guerra Cristera.
Fue en el contexto del segundo conflicto armado que decidió ingresar a la Compañía de Jesús en 1929. Cursó el Noviciado en Ysleta College, en El Paso, donde logró dominar el latín y el griego, además del francés, el inglés y el italiano. Ahí surgió también su interés por las ciencias físicas y, sobro todo, su pasión por la química.
Después de su estancia en Puebla, regresó a Estados Unidos para estudiar Teología en el St. Mary’s College en Kansas. Fue ordenado sacerdote el 21 de junio de 1944.
El Curoa y la semilla del ITESO
Luego de su ordenación, a partir de 1945 Luis Hernández estudió la maestría y el doctorado en Química en la Universidad de Fordham, la universidad jesuita de Nueva York. Tres años después fue enviado a Ciudad de México, donde comenzó a dar clases en la Facultad de Química Berzelius (años después, con la fusión de otras facultades, surgiría la Universidad Iberoamericana Ciudad de México).
En 1953 regresó al Instituto de Ciencias, donde fungió como prefecto de disciplina y en 1956 fundó el ya mencionado CAIC. Sobre el Club, Juan Lanzagorta recuerda que con sus actividades Luis Hernández Prieto, SJ, “nos enseñó a querer la naturaleza y a respetarla. Nos inculcó el gusto por la aventura. Descubríamos lo desconocido, en la montaña caminando y en giras visitando casi todo Mexico, Estados Unidos y Europa. Aprendimos a aceptar las cosas como fueran llegando. Las salidas con el CAIC eran el medio para ejercitar la formación como personas. Nos enseñó, con su presencia y ejemplo, a: conquistar, arriesgar, amigar y dar. Las cuatro palabras de la mística del CAIC”.
Además de contar con una inteligencia privilegiada para los estudios y habilidades musicales, un rasgo que lo distinguió desde pequeño y que afianzó durante sus años de formación jesuita fue el gusto por las caminatas
largas y el contacto con la naturaleza. Las expediciones que hacía por Texas y Nuevo México, así como las caminatas que organizaba durante su estancia en Puebla, para recorrer los volcanes cercanos a la capital poblana, fueron el germen del cual surgiría años después el CAIC, el proyecto con el que buscaba complementar la formación de los estudiantes a través de la convivencia y el contacto directo con la naturaleza.
La importancia de este proyecto la explica muy bien Juan Lanzagorta Ibarra, quien conoció a Luis Hernández cuando era estudiante del Ciencias en 1963, precisamente en una excursión del CAIC. “Lo conocí en El Diente, en la fiesta de San Estanislao, patrono del CAIC. Me invitó a Yosemite y luego a la gira de Estados Unidos y Canadá. Estuve yendo a casi todas las excursiones y giras hasta 1971. Fue mi mentor. En 8 años pasé más de 700 días a un lado del Curoa, como le decíamos”.
Como prefecto y profesor en el Ciencias comenzó a germinar otra idea. Era necesario que la ciudad contara con una universidad que permitiera darle continuidad a la formación académica y humana que recibían las y los estudiantes en el Ciencias.
“El padre Luis inventó el ITESO. Tenía una mente prodigiosa. Sabía a dónde quería ir y cómo podía llegar. Con su sencillez y sabiduría, sembró la semilla que fueron regando con su entusiasmo la Compañía de Jesús y los padres de familia. Así nació la idea del ITESO”, afirma Juan Lanzagorta.
Para Miguel Bazdresch, Luis Hernández Prieto, SJ, entendió tres elementos claves para que la semilla del ITESO germinara: “Primero, comprendió que las universidades disponibles en ese entonces no tenían las características para atender la demanda de profesionales que se venía a finales de los cincuenta en esta región del país. Segundo, la formación del Ciencias (pensamiento y ética) llevaba a los estudiantes a un umbral de conocimientos y de habilidades intelectuales y humanas que estaba por encima del nivel que tenían las universidades de la región, tal como lo evidenciaba la constante salida de los preparatorianos al TEC, en Monterrey o a Ciudad de México. Tercero, en palabras de hoy, no había una universidad que pudiera llevar a término lo que se iniciaba en el Ciencias en lo relacionado con la idea de formar para la transformación social”. Al final, la historia es de sobra conocida: el 31 de julio de 1957 se firmó el acta constitutiva del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, el ITESO.
Un legado vivo
Con el ITESO echado a andar, Luis Hernández Prieto, SJ, se incorporó como profesor y director de las Escuelas de Ciencias Químicas en 1961, hoy Ingeniería Química. De su paso por las aulas Miguel Bazdresch recuerda que “fue un excelente maestro de Química Orgánica. Conocía mucho del tema y se actualizaba con frecuencia. Siempre aderezaba sus clases con anécdotas vividas por él o con ejemplos de la vida cotidiana con los que ilustraba la teoría que nos tocaba comprender. Sus clases fueron una experiencia de aprendizaje y comprensión de los secretos de la Química Orgánica. No obstante que nuestra carrera era de ingeniería, sabía la relación entre ambos temas y sabía hacernos encontrar la importancia del conocimiento químico, sin duda diferente de otras ciencias y, además, importante en la vida moderna. Si me pidieran una lista con los tres mejores y más queridos maestros para mí en el ITESO, sin duda el padre Luis sería uno de ellos”.
En cuanto al carácter del jesuita, Juan Lanzagorta lo describe como «bondadoso, bueno, humilde, comprometido, tolerante, enérgico, soñador, perseverante, sentimental, objetivo y muy respetuoso de la forma de ser y pensar de cada individuo. También era amante de la música y saboreaba tanto a Beethoven como a Agustín Lara. Sacerdote y jesuita como San Ignacio, tenía una fe que casi movía montañas. Su vida la dedicó a la formación de los jóvenes. Tenía un gran corazón. Uno grande, grande. Más humano que científico pero los dos en grado superlativo”.
En septiembre de 2008, en el marco del 50 aniversario de la carrera de Ingeniería Química, Juan Jorge Hermosillo, egresado de esa carrera y actual secretario de la Rectoría, realizó un texto-homenaje al padre Luis Hernández Prieto, SJ. En él mencionó que “con perdón de mis queridos alumnos y alumnas de Ingeniería Ambiental, que se consideran autógenos y cada vez más independientes de su origen químico; con perdón de los alumnos y alumnas de Ingeniería de Alimentos, que puede que no estén inquietos por conocer sus orígenes en la historia del ITESO; con perdón de los ‘caicos’ no químicos y con perdón de los químicos no ‘caicos’, yo creo que si el padre Luis estuviera físicamente con nosotros, tendríamos una visión mucho más unificada del sentido de pasar por el mundo ejerciendo nuestras aficiones y profesiones, con respeto y admiración por la naturaleza y con una dimensión de trascendencia.
Yo me congratulo de haber sido invitado para hacer este homenaje en su ausencia, en la medida que su memoria y sus enseñanzas nos sigan guiando, al ITESO y sus egresados, para actuar atinadamente en el mundo actual”.
Aunque han pasado ya 12 años de ese homenaje, las palabras de Juan Jorge Hermosillo siguen vigentes porque el legado del padre Luis Hernández, SJ, permanece en el ITESO. Así lo cree Juan Lanzagorta, quien señala que su mano se puede percibir “desde luego en la carrera de Ingeniería Química. De no haber sido por él, el ITESO no habría tenido en su inicio esa carrera, pues barata no es, popular tampoco y el desarrollo industrial de esa época en la región tampoco era de presumir. Fue su visión, el cariño por
su conocimiento y su convicción de que estaba haciendo futuro lo que le dio fuerzas para convencer a los iniciadores de abrir esa carrera. En segundo lugar, era un convencido de la colegialidad. El diseño de la autoridad en el ITESO está basado en la colegialidad pues él estaba convencido de que el ITESO se hacía entre todos los interesados y convencidos, que no había un ‘superlíder’ sino líderes, en plural.
El Consejo Académico (nacido muy pronto, en 1958) fue animado y vivido con gusto por el padre Luis. Finalmente, el nivel académico —que hoy tiene otros nombres— fue una constante preocupación para él. La capacidad científica y profesional de los estudiantes y egresados era el motor para la búsqueda de los mejores profesores posibles, pues él decía que esas capacidades eran las que le darían, a la larga, nombre al ITESO. Estoy convencido de que esa búsqueda y esa construcción permanente de la calidad de la formación es una semilla que, junto con otros jesuitas, sembró el padre Luis”.
En 1975 el padre Hernández Prieto, SJ, fue nombrado profesor numerario. Aun cuando para entonces ya habían menguado sus fuerzas, se mantuvo dando clases en Ciencias y en el ITESO prácticamente hasta su muerte, que ocurrió el 19 de marzo de 1976.