Obras jesuitas de la región occidente concelebraron en el ITESO una eucaristía en memoria de Javier Campos Morales, SJ, y Joaquín César Mora Salazar, SJ, asesinados en la Sierra Tarahumara

Los asesinatos de los padres Javier y Joaquín en la Sierra Tarahumara de Chihuahua, el pasado 20 de junio, acentúan el compromiso solidario de los jesuitas con todas las personas que han muerto a consecuencia de la violencia estructural que perdura en México desde hace 30 años. Entre estas víctimas está Pedro Palma, guía de turistas que perdió la vida a manos del mismo hombre que mató a los dos misioneros de la comunidad de Cerocahui, municipio de Urique.

La tarde del lunes 27 de junio, en el Auditorio Pedro Arrupe, SJ, del ITESO, los jesuitas de la región occidente de México, integrados por el Noviciado Pedro Fabro, las Comunidades de Formación, la Casa de Ejercicios San José de Puente Grande, el Instituto de Ciencias, la Ciudad de los Niños del Padre Cuéllar, el Centro Ignaciano de Espiritualidad, la Casa Canisio y el ITESO, celebraron la eucaristía en memoria de sus compañeros Javier Campos Morales, SJ, y Joaquín César Mora Salazar,SJ.

Quien ofició la misa fue Alejandro Cancino, SJ, maestro de novicios y procurador elegido, quien por algunos años también fue compañero de los fallecidos. En su homilía habló sobre la historia de la Sierra Tarahumara, marcada por la explotación minera durante varios siglos: «Ahora, más profundamente con las minas a cielo abierto que contaminan el agua escasa de la región. Además, el bosque ha sido explotado durante todo el Siglo XX y lo continúan haciendo hasta el día de hoy, a la vista de todos. Esto ha provocado una semidesertificación del pulmón del norte de nuestro país. Cuánta agresión a la tierra, cuánta violencia a los pueblos originarios».

«Para nuestros queridos hermanos Joaquín Campos, Javier Mora, Pedro Palma y todo el pueblo rarámuri, San Irineo escribió, en el Siglo II: ‘La mayor gloria de Dios es que el hombre viva’. En primer lugar nos nace un agradecimiento porque nuestros compañeros jesuitas vivieron lo que profesaron: seguir a Cristo pobre, sirviendo como misioneros entre los indígenas y mestizos en la Sierra Tarahumara. Murieron realizando un gesto sencillo, cabalmente humano, cristiano y sacerdotal. Se comportaron como prójimos al socorrer al herido, al proteger al perseguido», agregó.

Javier y Joaquín, recalcó, son bienaventurados por ser limpios de corazón y en este paso final se encontraron con nuestro Padre Dios: «Resulta significativo que en este tiempo de venganza, rencores y odio, dos hermanos nuestros hayan participado de la gran tribulación que azota a nuestra humanidad, marcada por la ambición, la guerra explícita, la guerra de baja intensidad y la violencia. Ellos han entregado sus vidas de manera sencilla en una de las poblaciones más pobres y marginadas del norte de México. Por todo ello nos nace dar gracias al Señor».

Alexander Zatyrka, SJ, rector del ITESO, reconoció el dinamismo con el que trabajaron Javier y Joaquín a favor de este mundo: «Optaron por ser pobres, optaron por seguir a Cristo, optaron por tener a Dios como centro de sus vidas, que es el sentido de la expresión del reino de Dios. Y terminaron su vida en presente, hasta el final, por la causa de la justicia, y la entregaron hasta el martirio de sangre. Toda su vida se concretó en acercarse a los que lloran para consolarlos, en luchar por aquellos que habían sido desposeídos de la herencia que Dios les había dado y acercarse para saciar a los hermanos con hambre y sed de justicia».

«Quedémonos con este ejemplo y empecemos a asumir la invitación que el Señor nos hace a ponerlo como centro de nuestra vida y a despojarnos de todo aquello que no sea este don que nos capacita para amar y servir. Tomemos en serio nuestro compromiso como sociedad para luchar siempre por la justicia, y que desde ese dinamismo que Dios pone en nuestros corazones, podamos trabajar para acompañar, consolar y llevar la justicia y la paz a las víctimas de este mundo», invitó el Rector.

Con flores blancas y rojas, los asistentes que llenaron el auditorio para honrar a los sacerdotes caídos dejaron el campus, y a petición de uno de los jesuitas organizadores, las llevaron a sus casas como un símbolo para recordar a los padres Javier y Joaquín.

FOTOS: Luis Ponciano