El día que ellas pararon, el 9 de marzo, nosotros fuimos convocados a conversar, 
reflexionar, reconocernos y trabajar la malentendida masculinidad que violenta 
y mata a 10 mujeres por día, pero no todos le dieron importancia al llamado. 
¿Qué nos pasó en el ITESO? POR YERIEL SALCEDO, PROFESOR DEL DEPARTAMENTO DE FORMACIÓN HUMANA Y DEL DEPARTAMENTO DEL HÁBITAT Y DESARROLLO URBANO

En este país la violencia hacia las mujeres es muy diversa, puede ir desde omisiones, comentarios sexistas, acoso, celos, golpes y hasta el asesinato. En México se registran 10 feminicidios al día. Ante esta realidad las mujeres se organizaron para hacer frente a esta problemática y el pasado 5 de marzo la Colectiva Lavanda, integrado por feministas que estudian en el ITESO, convocó y organizó actividades para realizar un paro activo en la universidad para abordar la violencia que viven dentro y fuera de ella. El 8 de marzo, Guadalajara tuvo una de las manifestaciones más grandes en su historia, convocada por la red feminista “Yo voy 8 de marzo”, a la cual asistieron 35 mil personas. Se mostró la fuerza de organización y acción de las mujeres para levantar la voz y realizar actividades contra la violencia machista.

Para el 9 de marzo, se convocó a un paro nacional para que las mujeres no asistieran a trabajar, estudiar o realizar actividades; el objetivo fue visibilizar su ausencia y mostrar la importancia que tienen en la cotidianidad de la sociedad y de nuestras vidas. Además, para que los hombres reflexionáramos sobre esa ausencia y platicáramos entre nosotros las violencias que realizamos hacia ellas y nos organizáramos para asumir que necesitamos trabajar la parte que nos toca. ¿Qué pasó en el ITESO?

La institución se sumó al paro junto con las demás universidades del país. Ese día se organizaron diversas actividades: conversatorios, charlas colectivas, se pidió a los maestros que cubriéramos a las maestras en sus clases y que además se abordara el tema de las violencias hacia las mujeres de forma crítica para reflexionar lo que estaba pasando en el país.

¿Fallamos como comunidad de hombres en la universidad? De lo que vi y pregunté, parecía que solo llegaron un 40 por ciento de alumnos a sus clases. El estacionamiento de profesores de la entrada principal se veía con pocos coches, como un 20 por ciento de la totalidad que se ven los lunes a las 9 de la mañana. A las 3 en la cafetería había menos de un tercio de las mesas ocupadas, los negocios de comida cerraron temprano y otros solo vendían tres cosas del menú. Pasé a las 4 de la tarde por el segundo piso del edifico A y todos los salones estaban vacíos.

Al estar preguntando, me entero de un maestro que avisó a sus alumnos que no iba haber actividades en solidaridad hacia las mujeres, otro maestro comentó que iban a tener clase normal y esperaba la asistencia de alumnas. Algunos alumnos me platicaron que no les dieron ganas de asistir. Otros me contaron que su maestro los envió a un evento convocado en el auditorio D2, pero que el profe no iba y en cambio les pedía una foto como prueba de que ellos sí asistieron. Vi una coordinación de departamento que solo realizó lo mínimo para abordar el tema y que no asumió con más interés lo que se iba a hacer ese día ante la ausencia de las mujeres que trabajan en las oficinas y salones. Y vi la oficina de un maestro todo el día cerrada y con la luz apagada.

Me enteré de una charla de 10 a 12 (un horario que no entiendo porque no encaja con el horario de las clases), donde estuvo el Rector con directores y coordinadores, algo bueno, donde platicaron de “Nosotros sin ellas” pero después, esos colegas no se vieron en otras actividades como el bordado colectivo. Platicando con otros hombres, mencionaron que el día les parecía una oportunidad para atender el trabajo atrasado o adelantarlo.

Como dice Fito Paez, “no todo está perdido”, hubo hombres que se organizaron con los alumnos para realizar clases colaborativas, conversatorios, proyecciones de cine. Los alumnos se reunieron a la hora de la comida a conversar entre ellos, maestros tuvieron clase abordando el tema que nos convocaron las mujeres o cubrieron a maestras atendiendo el llamado.

En esos espacios se asistió con ganas de charlar, aprender, reflexionar, discernir sobre nuestros privilegios, nuestro actuar y cómo organizarnos para hacer frente a nuestras violencias. Estuvimos presentes para reconocernos y cambiar. Me quedo con muchas cosas, pero un comentario que hizo un estudiante nunca se me va a olvidar: “no haber venido a la universidad y participar en la reflexión a la que nos convocaron es invisibilizar lo que ellas hacen”. No nos pedían levantar una piedra de dos toneladas o que diéramos la vida por la causa. Era simplemente venir a lo que ya siempre hacemos cada lunes, y abordarlo desde otra perspectiva, platicar entre nosotros. Y aun así de fácil, fallamos.

Pero no nos lamentemos, no busquemos culpables, no busquemos sanciones o violentemos otras visiones. Mejor miremos al espejo, encontremos nuestras violencias sutiles y explícitas hacia las mujeres; reconozcamos cómo las invisibilizamos con nuestra ausencia e indiferencia. Y preguntemos ¿Ahora qué sigue?, y no miremos hacia a ellas, sino a nosotros. Reflexionemos por qué no nos importó, por qué nos burlamos. Preguntémonos, informémonos, tratemos de entender y actuar, no le demos la vuelta. Nos queda seguir su ejemplo y organizarnos, tener un colectivo de ¿nuevas? masculinidades en la universidad, pedir a nuestras coordinaciones, a nuestros pares que lo que trabajemos se aborde con una perspectiva de género. Es necesario tener una mirada crítica en nuestra cotidianidad universitaria y académica y no ignorar la violencia o hacer el mínimo esfuerzo, para que no digan que no hicimos nada. Recogiendo algunas propuestas que escuché: realizar más charlas para platicar entre nosotros, un cine debate mensual, seguir bordando colectivamente, acercarnos al colectivo “Dejar de chingar”. Es hora de salir a tejer, a deconstruir nuestro machismo y desde nuestra responsabilidad cambiar nuestra violencia por empatía y amor hacia todas las mujeres.