Dianna Montoya, estudiante del cuarto semestre de la maestría en Derechos Humanos y Paz de lTESO, cuenta a Cruce su experiencia como universitaria y como mujer integrante de la comunidad de San Andrés Cohamiata.

«Siempre he resistido y esta vez fue también la ocasión de seguir y resistir más”, nos cuenta Dianna Montoya, quien combina su trabajo en la Comisión Estatal de Derechos Humanos, sus estudios de la maestría en Derechos Humanos y Paz del ITESO y el cuidado de sus dos hijos inmersa en las dificultades que, como a muchas otras personas, nos trajo la pandemia por la covid-19. 

“Siempre quise estudiar una maestría, así que busqué convocatorias de instituciones educativas que se interesan en apoyar a jóvenes estudiantes indígenas. Siempre tuve conocimiento del ITESO, por su presencia en las comunidades wirraritari, aunque la mayoría de sus proyectos se enfocan en estudiantes de nivel licenciatura, cuenta. 

Dianna Guadalupe Montoya Eligio pertenece a la comunidad wirrárika de San Andrés Cohamiata del Municipio de Mezquitic, en Jalisco. Tras su paso por la Preparatoria Regional de Huejuquilla el Alto, módulo Mezquitic de la Universidad de Guadalajara, y el Centro Educativo Nueva Cultura Social, donde estudió la licenciatura en Derecho con orientación en Derechos Humanos, llegó al ITESO. 

Por su preparación en lo profesional, sus intereses personales – los derechos humanos de los pueblos originarios y, en específico, de las mujeres indígenas – y su trabajo en el área de relatoría de los derechos humanos de las mujeres y la igualdad de género en la Comisión Estatal de los Derechos Humanos, la elección, casi obvia, fue la maestría de Derechos Humanos y Paz del ITESO. 

Al revisar por completo el plan de estudios encontró varias áreas de oportunidad en las que puede desarrollar sus intereses con el acompañamiento académico y profesional que tiene la Universidad en temas de derechos humanos y paz. 

También se dio cuenta de que, a pesar de que existe mucha información, investigación académica y legislación en materia de derechos humanos, no hay congruencia en la práctica, mucho menos en las comunidades indígenas, “así que vi esa oportunidad de aterrizar todo ese cúmulo de información a favor de las mujeres indígenas, en específico de un tema que a todos en la sociedad nos duele mucho: la violencia de género, la violencia hacia las mujeres, especialmente las mujeres indígenas, sobre todo en el contexto comunal”. 

Como a muchas personas, a Dianna la pandemia también le trastocó la vida cotidiana, que se divide en su trabajo, sus estudios y el cuidado de sus niños. Pero la resiliencia la aprendió desde niña. “A pesar de que como mujeres indígenas sabemos que para lograr alguna meta se requiere doble o triple esfuerzo que al resto de las personas, esta pandemia me hizo sentir aún más vulnerable, porque sentía que estaba en todo y en nada a la vez. Pero siempre he resistido y esta vez fue también la ocasión de seguir y resistir más. A través de la dificultad, siento que sí he logrado adaptarme a esta nueva normalidad”. 

Dianna resiste, sí, y por ello sigue firme con sus planes de crear una asociación civil en materia de derechos de las niñas y mujeres indígenas que opere principalmente en las comunidades, así como continuar en los espacios donde pueda seguir aportando en estas temáticas a favor de los pueblos originarios y comunidades indígenas, que es también una forma de invitar a más mujeres jóvenes indígenas a seguirse preparando y de visibilizar y fortalecer los trabajos que gente como ella hacen, en vinculación con otras personas y actores que trabajan también en los mismos temas.

“Siempre he resistido y esta vez fue también la ocasión de seguir y resistir más. A través de la dificultad, siento que sí he logrado adaptarme a esta nueva normalidad”.