¿Cómo llegó el agua a convertirse en el nuevo “producto financiero” ofertado en la Bolsa de Valores de Nueva York, y cuáles son las implicaciones de esto?

Por Mario Edgar López Ramírez

E​l martes 08 de diciembre de 2020, la bolsa de valores de Nueva York, abrió su mercado de futuros con el fin de especular financieramente con una “nueva” mercancía: el agua, el oro azul. El agua es el nuevo “producto financiero” ofertado en el catálogo de esta banca especulativa y no es un producto cualquiera, ya que tiene la característica de ser fundamental para la existencia de toda la vida humana y no humana, para la vida de todos los seres que respiramos sobre el planeta. Si bien lo que se vende en principio no es el agua como tal, sino los papeles o certificados que les dan derechos de concesión y uso de agua a los particulares (generalmente aquellos particulares que tienen derechos sobre extensos volúmenes de este elemento vital), detrás de estos papeles hay mucho en juego.

Vender los derechos de agua implica vender la función ecológica de los territorios del subsuelo que fungen como grandes reservas para los flujos de agua subterránea; implica vender los cauces y los cuerpos de agua superficiales de ríos, lagos, lagunas y humedales; significa vender el régimen de lluvia que se da en los distintos climas regionales del planeta, así como vender el agua atmosférica que por medio de su condensación se precipita de nuevo a la tierra. Es decir, vender estos papeles es vender partes de la dinámica del ciclo socio-natural del agua, lo cual es no solo vender agua en estado líquido. Todo esto puede venderse y comprarse hoy en las salas de transacción de Wall Street.

¿Cómo es que ha llegado el oro azul a venderse en la bolsa de valores? Primero hay que decir que esto es la culminación de un largo proceso histórico. En principio, ha tenido que instalarse en la mente de la humanidad la idea de que el agua es un recurso y la naturaleza un banco de materiales inertes e inagotables que se pueden explotar sin reacción a nuestro mal trato. Este es un proceso de larga duración que se fue instalando desde hace 500 años con la llegada del mundo moderno occidental y con la separación entre lo que es la sociedad humana y lo que son los ciclos de la naturaleza. Una separación que es falsa, pero sobre la cual se construye nuestra idea de economía, de política, de cultura y de futuro. Es falsa porque el agua no es un recurso, es un proceso, un ciclo, en dónde al manipular (mal o bien) una parte manipulamos a la vez el todo. Y es falsa porque la humanidad no es algo separado de la naturaleza: somos naturaleza consciente.

En segundo lugar, se necesitan mercados capitalistas que permitan los monopolios y que estén respaldados por la ley. Este es un proceso un poco más corto que el anterior, pero está encadenado con él desde hace unos 200 años con la llegada de la primera revolución industrial. Las economías donde los monopolios son legales generalmente han sido disfrazadas de economías de libre mercado. Pero en el fondo se trata de que la naturaleza es convertida en objetos para así poder acumularse, acapararse y venderse. En el caso del agua esta se convierte en los objetos que la contienen o la distribuyen: no se vende el agua de un río, se venden presas, cárcamos, plantas de tratamiento y potabilización, tubos, drenajes, aljibes, tinacos y botellas. A todos estos envases de agua es posible monopolizarlos, ponerles un costo, un precio y ofertarlos. Y ahora a estos objetos físicos se añaden los objetos simbólicos que se pueden vender: los papeles, los derechos, las concesiones legales sobre cantidades determinadas de agua.

El agua se convierte en los objetos que la contienen o la distribuyen: no se vende el agua de un río, se venden presas, cárcamos, plantas de tratamiento y potabilización, tubos, drenajes, aljibes, tinacos y botellas. A todos estos envases de agua es posible monopolizarlos, ponerles un costo, un precio y ofertarlos.

Pero este mercado debe estar respaldado por un régimen de ley que lo permita por medio de tretas legales y simulaciones que convierten al elemento vital, que debería ser para todos, en el recurso acaparado por unos cuantos. El artificio legal más común es establecer en la ley un truco, una contradicción: decir que el agua es un bien público, de propiedad nacional inalienable y en las leyes secundarias decir que el agua puede ser concesionada por el estado para usos privados. Ahí está el truco: el agua es un bien público, pero de uso privado. Dónde el que gana es siempre el interés del uso privado. Esto es lo que ocurre en México con la actual Ley de Aguas Nacionales, la cual permite dar concesiones de agua a particulares, pero también esto ocurre en el resto de casi todo el mundo. Si no fuera así el agua no podría ser una mercancía cotizando en Wall Street. Se necesita la ley para que la especulación financiera sea legal.

Finalmente, el proceso más corto ha sido el de la fuerza de las bolsas de valores y particularmente de su sección de “mercados de futuro”. Un mercado de futuro funciona de una manera muy sencilla: se compra un bien ahora, calculando y pagando un precio futuro, pero el bien se recibe después. Esto tiene la “ventaja” de que el comprador tendrá la “certeza” de recibir el bien que ha comprado, así sea que en el futuro el precio suba (que sería una ganancia para el comprador) o baje (que sería una pérdida, aunque con la ventaja de que obtendrá el bien de todas formas). Así, los derechos y las concesiones de agua se pagan ahora, especulando de cuanto podría ser el precio en el futuro, y los volúmenes de agua se reciben, garantizados, después (ahí está otro gran negocio de los objetos del agua: la logística y la transportación del liquido cuando se trata de que llegó el día de recibir lo comprado). Es especulación pura. A esto se le llama “efecto de casino”.

Lo anterior es terrible por tres cuestiones:

1) En la bolsa de valores solo participan los ricos, que en el caso del agua forman monopolios empresariales de grandes industrias consumidoras de agua o vendedoras de productos líquidos. Ya a principios del año 2000 el investigador Tony Clarke hablaba de la aparición de los “cazadores del agua” para describir esta nueva casta de empresarios, quienes pueden compran concesiones a futuro por volúmenes de agua equivalentes a ciudades enteras o campos de cultivo extensos, monopolizando los precios de reventa e impactando a industrias pequeñas y a los ciudadanos más pobres;

2) al acaparar tan altos volúmenes de agua los cazadores dominan el futuro de los precios ya que pueden imponerlo y los precios nunca van a la baja porque los acaparadores pueden mantenerlo a la alza, en muchas ocasiones por medio de perversidades, que en el caso del agua sería inducir y mantener situaciones de escasez;

3) al llevar el agua de un ecosistema a otro, de una fuente o de un caudal a otro, de un subsuelo a otro y al hacerlo sin importar el impacto y las modificaciones sobre el ciclo socio-natural, los mercados del agua del agua profundizan los desastres ecológicos regionales y fortalecen el cambio climático.

Todo esto, nada más y nada menos, significa la noticia de que el agua se cotiza en Wall Street.

Mario Édgar López Ramírez es investigador del Centro Interdisciplinario para la Formación y Vinculación Social del ITESO.