Una minúscula y al mismo tiempo mortal amenaza tocó a nuestra puerta y cuestionó quiénes somos, a dónde vamos y si vale la pena lo que hacemos. Preguntas que trastocan nuestras rutinas, nos generan más preguntas y más dudas, y nos obligan a replantear lo que hasta el momento considerábamos como “normal”.
POR JUAN CARLOS NÚÑEZ BUSTILLOS
ILUSTRACIÓN DE HUGO GARCÍA SAHAGÚN, PROFESOR DEL DEPARTAMENTO DEL HÁBITAT Y DESARROLLO URBANO
La llegada de la pandemia trastocó de pronto nuestras vidas. El minúsculo SARS-Cov2 nos recordó lo vulnerables que somos y quebrantó muchas de nuestras seguridades y rutinas. La invisible amenaza, representada ya en pasteles y piñatas de color verde, nos genera muchas preguntas y damos por hecho que “el maldito virus” transformará radicalmente la forma en que vivimos y nos impondrá a golpe de terror una nueva normalidad. ¿De qué calado será?
La Real Academia Española define rutina como la “costumbre o hábito adquirido de hacer las cosas por mera práctica y de manera más o menos automática”1. La creación de rutinas nos permite ser más eficientes en el uso del tiempo y eficaces en la consecución de nuestros propósitos. El conocimiento y la experiencia nos enseñan cuál es el mejor camino. Entonces lo recorremos una y otra vez, como hacen las hormigas que marcan sus senderos en el suelo.
Por eso la producción industrial, las labores administrativas, la práctica de ejercicio o la vida familiar establecen patrones. Cualquier actividad humana tiene sus rutinas. Hay incluso conocimientos y personas especializadas para crearlas y aplicarlas. Estos procesos buscan dar claridad a nuestros quehaceres y adecuar de la mejor manera lo medios a los fines.
Las rutinas nos dan certeza, claridad y seguridad. Incluso los psicólogos nos recomiendan generarlas para sobrellevar el confinamiento. Testimonios de personas privadas de su libertad han contado cómo crear hábitos les hizo posible sobrevivir al horror porque también las rutinas dan sentido a nuestras vidas. Hacemos cada día ciertas actividades porque las consideramos valiosas. Creemos que estudiar, trabajar, visitar a la familia, salir de fiesta con los amigos, twittear o hacer ejercicio vale la pena.
De vez en cuando nos pasa algo que nos lleva a cuestionar esas certezas. En algunas ocasiones, de manera voluntaria y gozosa como en procesos de meditación o Ejercicios Espirituales. Otras veces se nos imponen y nos generan fuertes crisis. Una enfermedad, una ruptura amorosa, una fuerte crisis emocional o el fracaso en un proyecto importante.
Y entonces nos preguntamos muchas cosas. Algunas relativamente sencillas, en torno a cómo mejorar en lo que somos o hacemos. Pero hay otras de fondo que lo que cuestionan es justamente lo que somos y lo que hacemos: ¿Quién soy? ¿A dónde voy? ¿Vale la pena lo que hago? ¿Para qué? Son preguntas importantes y necesarias de vez en cuando, pero no podríamos vivir si nos las hiciéramos en serio todos los días. Las rutinas nos ayudan, si no a olvidar estos cuestionamientos, al menos a posponerlos. Sobre las respuestas que, consciente o inconscientemente damos a estas preguntas, establecemos nuestra vida cotidiana.
Pues en esas estábamos, en nuestras rutinas más o menos cómodas, cuando llegó el nuevo virus a trastocarlo casi todo. En unos cuantos días nos convertimos en posibles víctimas mortales de una amenaza invisible y pasamos también de ser personas relativamente inofensivas, al menos para la gente querida, a convertirnos en potenciales propagadores de la enfermedad. Y entonces cambian nuestras rutinas y nos aparecen muchas preguntas. Hay un filósofo español que nos puede ayudar a pensar sobre el alcance de estas inquietudes.
Ideas y creencias
José Ortega y Gasset (Madrid, 1883 – 1955) propone en un artículo una interesante distinción entre ideas y creencias. Para él una creencia no es, como pensamos comúnmente, una idea que tenemos por cierta – yo creo que hoy va a llover, yo creo en fantasmas, yo creo que tal decisión del gobierno es buena -, sino que se trata de una idea que tenemos tan arraigada que ya no pensamos en ella y nos sirve de base para actuar en la vida. Con las creencias, afirma, no hacemos nada, sino que simplemente estamos en ellas. Mientras que tenemos ideas como producto de la actividad intelectual, la creencia nos sostiene.
“Las creencias constituyen la base de nuestra vida, el terreno sobre que acontece. Porque ellas nos ponen delante lo que para nosotros es la realidad misma. Toda nuestra conducta, incluso la intelectual, depende de cuál sea el sistema de nuestras creencias auténticas. En ellas ‘vivimos, nos movemos y somos’. Por lo mismo, no solemos tener conciencia expresa de ellas, no las pensamos, sino que actúan latentes, como implicaciones de cuanto expresamente hacemos o pensamos. Cuando creemos de verdad en una cosa no tenemos la ‘idea’ de esa cosa, sino que simplemente ‘contamos con ella’«2.
Pone como ejemplo esta imagen: al abrir la puerta de nuestra casa damos por sentado, tenemos la creencia, de que habrá calle. Contamos con ella. No pensamos si existirá o no.
Las creencias, dice Ortega y Gasset, “no son ideas que tenemos, sino ideas que somos. Más aún: precisamente porque son creencias radicalísimas se confunden para nosotros con la realidad misma -son nuestro mundo y nuestro ser-, pierden, por tanto, el carácter de ideas”3.
Desde este punto de vista una duda no es una pregunta cualquiera, sino que es la ruptura de algunas creencias que nos sostienen. Dado que éstas son nuestra tierra firme, su quiebre constituye un terremoto existencial.
“La duda, la verdadera, la que no es simplemente metódica ni intelectual [esa sería una pregunta en el terreno de las ideas], es un modo de la creencia y pertenece al mismo estrato que ésta en la arquitectura de la vida. También en la duda se está. Sólo que en este caso el estar tiene un carácter terrible. En la duda se está como se está en un abismo, es decir, cayendo. Es, pues, la negación de la estabilidad […] De pronto sentimos que bajo nuestras plantas falla la firmeza terrestre y nos parece caer, caer en el vacío, sin poder valernos, sin poder hacer nada para afirmarnos, para vivir”4.
¿Dudamos o preguntamos?
Decíamos que la drástica ruptura de nuestras rutinas que provocó el virus nos genera muchas preguntas, pero no todas son del mismo tipo. ¿Cuándo habrá vacunas? ¿Sirve la mascarilla? ¿Cuántos muertos van? ¿Cuándo podré abrir mi tienda? ¿Cómo hago para dar clases virtuales? ¿Cómo rehago mi negocio?
Este tipo de preguntas son fundamentales para lidiar con la realidad. Desde el punto de vista de Ortega y Gasset, estarían en la categoría de las ideas. Son cuestionamientos que nos ayudan a navegar en medio de la tormenta, pero no nos rompen las creencias.
Hay otro tipo de cuestionamientos que entrarían en la categoría de dudas y que no se formulan necesariamente como preguntas. Suele ser más probable que se las enfrenten las personas más afectadas y quienes lidian en la primera línea con la enfermedad, aunque no es condición y cualquiera las podríamos tener: ¿Qué he hecho con mi vida? ¿Vale la pena ser médico y arriesgar mi vida por los otros? ¿La manera en que vivimos es la adecuada?
No es que un tipo de pregunta valga más que la otra. Es solamente que cada una requiere respuestas de diverso tipo y alcance. Las primeras nos las hacemos, las segundas nos surgen a partir de una creencia resquebrajada, de una crisis existencial, y no de un ejercicio intelectual.
Vale la pena hacer esta distinción porque a partir de la pandemia han surgido diversas voces que predicen grandes cambios en la humanidad. Desde su punto de vista esta pandemia nos sacude como especie, nos crea una gran duda, en el sentido de Ortega y Gasset, sobre si la manera de organizarnos, de producir, de relacionarnos con la naturaleza ha sido la correcta. Algunos predicen un mundo radicalmente distinto.
Filósofos como el esloveno Slavoj Zizek, afirma que la pandemia le propinó “un golpe a lo Kill Bill al sistema capitalista” y añade que existe la posibilidad de que surja “alguna forma de comunismo reinventado”.5 Dice también: “Quizás otro virus ideológico, y mucho más beneficioso, se propagará y con suerte nos infectará: el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá del estado-nación, una sociedad que se actualiza a sí misma en las formas de solidaridad y cooperación global”6.
Judith Butler considera que luego de la pandemia el mundo tendrá poblaciones “concientizadas y politizadas por el flagelo al que han sido sometidas y propensas a buscar soluciones solidarias, colectivas […] ese mundo repudiará el desenfreno individualista y privatista exaltado durante cuarenta años por el neoliberalismo y que nos llevó a la trágica situación que estamos viviendo”7.
Pero no todos son tan optimistas. “El filósofo surcoreano Byung-Chul […] se arriesga a decir que ‘tras la pandemia, el capitalismo continuará con más pujanza”8.
Fernando Savater, por su parte, opina que lo que realmente queremos es que esto pase pronto para seguir viviendo exactamente como antes. Afirma que le molesta sobremanera “esa manía de enseguida sacar conclusiones moralizantes: ‘Hemos vivido equivocados, tenemos que cambiar nuestra manera de existir, la culpa la tienen los abusos, el egoísmo, la falta de respeto a la ecología’, todas esas cosas. No, [la pandemia] nada más es una plaga y se acabó. Ha habido plagas desde que los seres humanos tienen memoria y ahora como somos muchos más y nos comunicamos mucho más, pues tiene una virulencia especial”9. Considera que se aventuran conclusiones muy pronto, como cuando en la Edad Media se creía que las epidemias eran un castigo divino, “ahora los castigos divinos se llaman castigos de la naturaleza y eso me parece insoportable”10.
Savater prevé que después de la pandemia no habrá cambios de fondo en la humanidad y recuerda que la peste negra del siglo XIV, (se calcula dejó 25 millones de muertos solamente en Europa) no generó grandes transformaciones, “sirvió a Boccaccio para escribir el Decamerón, pero los humanos hemos seguido viviendo de manera bastante parecida antes y después de la peste”11.
¿De qué tamaño será la transformación? Es claro que mientras no exista cura ni vacuna nuestras rutinas cotidianas cambiarán de manera importante e incluso drástica. Estudiaremos, compraremos, viajaremos, produciremos de manera diferente. En ese ámbito podemos afirmar que ciertamente habrá una “nueva normalidad”, pero pensar en transformaciones humanas radicales supondría que tendríamos que estar dudando más sobre nuestra manera de vivir y, sobre todo, estar dispuestos a muchos cambios y renuncias. Habría que construir nuevas creencias sobre las que sostenernos en torno a la producción, la eficacia, el crecimiento, el consumo, la comodidad y la globalización, entre otros muchos otros ámbitos.
La crisis sanitaria que ha roto nuestras rutinas nos genera muchísimas preguntas, pero me temo que no tantas dudas y, por lo tanto, tampoco nuevas creencias. De ser así, nos iremos acostumbrando a la “nueva realidad” que, aunque cambie nuestra vida cotidiana, en el fondo no será tan nueva.
1 REAL ACADEMIA ESPAÑOLA, rutina, disponible en https://dle.rae.es/rutina
2 José ORTEGA Y GASSET, Ideas y creencias, Madrid, Omega Alfa, 2010, p. 6
3 Op. cit. p. 2
4 Ídem.
5 Atilio A. BORÓN, La pandemia y el fin de la era neoliberal, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, 3 abril 2020, disponible en: https://www.clacso.org/la-pandemia-y-el-fin-de-la-era-neoliberal/
6 Slavoj ZIZEK, “Coronavirus: un golpe a lo Kill Bill al sistema capitalista”, en revista G7, 1 de abril de 2020. Disponible en: https://revistag7.com/coronavirus-un-golpe-a-lo-kill-bill-al-sistema-capitalista/
7 Atilio A. BORÓN, ibídem.
8 Atilio A. BORÓN, ibídem
9 Pablo BLÁZQUEZ, “Fernando Savater reflexiona sobre la crisis por el coronavirus COVID 19”, revista Ethic, 7 de abril de 2020, disponible en https://www.youtube.com/watch?v=HOmHYynntQM
10 Ídem.
11 Ídem.
Descarga el cartel Las creencias y reúne la colección de ilustraciones y textos de REFLEXIONES ETICAS EN UNA PANDEMIA
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1. La vida que nos sostiene, de Salvador Ramírez Peña, SJ
2. Sobre la dificultad para detenerse, de Bernardo García González.
2. El llamado de la ética: la importancia de las instituciones, de Rubén Ignacio Corona, SJ
3. Afectividad y circunstancia de Ana Sofía Torres