Cuando se vive la vida a la intemperie, sin maquillajes, en la cruda y bella realidad, con toda su densidad y profundidad, en su belleza y espanto, en el silencio y el grito, en la duda y la claridad, se siente la fuerza de arrojarnos en la búsqueda de vivir nuestra propia vida para vivir nuestra propia muerte.

 

Y a propósito de que el hombre al ser creador de su historia llega a ser un poeta, me viene a la memoria el poeta León Felipe que describe al humano como la “Cópula de la arcilla y viento”.  El no dice que el hombre es el fruto de la cópula sino la cópula misma. Esa arcilla nos remite al barro que uso Dios para moldear al hombre y nos recuerda lo frágil del ser humano, la tierra donde estamos y el cosmos; por su parte, el viento simboliza el espíritu, el ímpetu y el poder creador. Solo en esa cópula de arcilla y viento es posible que el humano sea creador de su propio porvenir. Sin embargo, dice el Poeta, el hombre actual abandonado por el viento (el espíritu) se ha convertido en puro polvo de arcilla. Se necesita siempre el viento del Espíritu para que volvamos a ser polvo enamorado, polvo mesclado con lágrimas, como diría otro poeta español.

Vivir en esa cópula de arcilla y viento, es vivir en la pasión, porque implica a la persona con todo lo que es y ha vivido, es el hombre y la mujer que se estremecen ante la invitación siempre nueva de inventarse a sí mismos y de crear su nuevo porvenir.

Vivir en esa cópula de arcilla y viento, es vivir en la pasión, porque implica a la persona con todo lo que es y ha vivido, es el hombre y la mujer que se estremecen ante la invitación siempre nueva de inventarse a sí mismos y de crear su nuevo porvenir.  Roger Garaudy dice:

“El porvenir no se puede ser concebido como una mera prolongación del pasado ni como una extrapolación a partir del presente. Es preciso imaginarlo.  El porvenir no es ni el retorno a una edad de oro, ni un escenario ya montado sin nosotros en que se nos reserva solamente el papel de marionetas dirigidas por medio de las estructuras. El porvenir no se descubre como descubrió América Cristóbal Colon, Propiamente no hay que descubrirlo sino inventarlo”.[2]

Es lo que ha sucedió a grandes mujeres y hombres en la historia, en un momento de su vida se encontraron con el dilema de vivir una vida prestada o asumir su propia existencia con el riesgo, la inseguridad y el miedo que esto les significaba. Para cualquiera de ellos, hacerse cargo del timón de su propio camino no fue fácil, la ruta no estaba trazada, había que vivir sin saber a dónde ir, como le dijo Jesús a Nicodemo “el viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de donde vine ni a donde va. Así es todo el que nace del Espíritu”. (Jn 3, 8). Para Jesús de Nazareth, solo el que renace puede imaginar un futuro nuevo “hay que renacer de nuevo” (Jn 3 ,3.) Y ante esta exigencia, el mismo Nicodemo, hombre viejo y sabio, experto en cosas de religión, se enfrenta a lo que le parece imposible: “Cómo, un hombre siendo ya viejo, puede renacer…” Pero Jesús insiste en el renacer, no hay pretextos ni salidas alternas.

Solo en ese renacer un hombre o una mujer pueden alcanzar niveles de humanidad y de profundidad, que convierten su vida en algo extraordinario y apasionante, digno de vivirse, hasta llegar a ser grandes personajes de la historia o ser héroes anónimos, personas con un humanismo, de tal talante que dan testimonio de cómo se puede vivir una vida plena. Hombres y mujeres así, son una invitación a dejar que la vida fluya, que no la queramos retener o encuadrar, sino que la vivamos apasionadamente en su más profundo sentido de tomar la arcilla y ensuciar nuestras manos con mi propio barro y el los demás y dejarnos moldear el corazón para tener la vocación a la que alude el poeta Miguel Hernández: “Me llamo barro, aunque Miguel me llame, barro es mi profesión y mi destino.”

[1] Secundino Movilla, Roger Garaudy: Proyecto de hombre nuevo, en El Hombre nuevo, Madrid, Narcea, S.A Ediciones, 1981, 131.

[2] Ibid, 132.