Estudiantes de la materia Seminario de Métodos de Investigación II comparten con Cruce los hallazgos más significativos obtenidos al investigar lo que pensaban estudiantes y profesores del ITESO sobre las conductas machistas incrustadas en la vida cotidiana
Por María Téllez, Montserrat González, Luis Roberto Rodríguez, Zoe Gordon y Tamara Dueñas
Este texto surge del análisis reflexivo de una investigación realizada en Seminario de Métodos de Investigación II de la Licenciatura en Psicología. El estudio tuvo como objetivo explorar lo que pensaban estudiantes y profesores del ITESO sobre las conductas machistas incrustadas en la vida cotidiana. Para cumplimentar estos objetivos organizamos grupos focales, espacios seguros para que hombres de diferentes generaciones pudieran compartir sus experiencias. El ejercicio fue significativo no sólo para la investigación sino también para reflexionar en comunidad. Por eso mismo creemos importante compartir esta valiosa experiencia.
A causa de la imposición violenta de los estereotipos de género, en las sociedades actuales todavía existe un rechazo a todo aquello que se aleje de la “hombría”. Para los hombres que coincidieron en este grupo, estás limitaciones son opresivas y limitantes. Víctor, un estudiante de 21 años que se identifica como hombre, cuestiona:
Soy hombre, así me identifico, pero eso no implica que tengo que tener un cuerpo físicamente musculoso, que tenga que ser grande, seco o frío. No. Soy persona, soy frágil, tengo sentimientos que necesito expresar.
Durante años a los hombres se les han enseñado comportamientos, formas de relacionarse y de percibir la realidad limitadas a una educación heteronormativa:
¿Yo por qué soy así? ¿de verdad esa es mi expresión? o es porque desde chiquito siempre me fueron limitando a que tenía que verme como un hombrecito y vestirme de cierta manera y usar mis manos de cierta forma para no parecer femenino y por lo tanto no ser discriminado. (Sergio, 36 años, participante del grupo focal).
Crecemos y vamos aprendiendo, más o menos, cómo funciona el mundo en el que vivimos, qué lugar ocupamos en él y quiénes somos. Como una esponja, absorbemos todo aquello que oímos, vemos y experimentamos, y, con esto, nos construimos como personas. Es sabido que romper con viejos hábitos es, probablemente, más difícil que adquirir uno nuevo, pero igual o hasta más necesario. Los hombres que participaron en estos encuentros no estaban pensando en deconstruirse, como dice Sergio, profesor de 36 años, “esa palabra nos queda muy lejos”, en vez de esto, ellos piensan en acciones concretas, comenzar a ser más responsables y a reconocer sus privilegios.
Y he aquí lo más valioso que nos dejó esta dinámica: el compartir. Así como los hombres comparten sus pasiones y alegrías, es importante que puedan compartir también la duda y el dolor, creando espacios donde se sientan seguros para hacerlo. El compartir facilita que los hombres se acompañen y aprendan juntos.
Reconocer ellos privilegios masculinos y la violencia que desencadenan, es un paso difícil de dar, que va acompañado de miedo, vergüenza e incomodidad. “A nadie nos gusta pensar que somos violentos; si no le pegamos a nadie o no violamos a nadie, creemos que no somos violentos, y es muy difícil asumirnos como violentos” comenta Sergio. Y es cierto, porque a ningún hombre le gusta ser señalado como “un machista”, y en general, a nadie le gusta que le señalen lo que está haciendo mal. Porque la mayoría de veces, estos señalamientos se sienten como un regaño o amenaza. ¿Y qué hace uno cuando se siente amenazado o regañado? Protegerse o defenderse. Esto nos aleja de la aceptación y el cambio, nos lleva a un lugar de negación y mayor rigidez, y a responder con una actitud de “yo no soy así”.
Con paciencia, estos hombres afirman que, para cuestionar los machismos, se requiere un trabajo responsable, constante y cotidiano. Jorge lo sintetiza en estas palabras: “se trata de ser muy responsables con nuestras acciones, nuestros pensamientos y la manera en la cual interactuamos con otras personas. Implica un discernimiento verdadero y continuo”. De acuerdo con David, otro participante del grupo, es necesario entrar en una “reflexión permanente. Estar vigilantes y ser cuidadosos, y en caso de equivocarnos, aceptarlo y asumir las consecuencias”. Sumando a la idea, Alejandro expresa: “a veces requieres más valor y ser más ‘macho’, por decirlo así, saber que estás equivocado, reconocerlo y aceptar tu error, o tratar de cambiarlo”. Y aunque de miedo, no es algo que se tiene que hacer del todo solo, porque a veces necesitamos un poco de ayuda para cambiar.
Por mucho tiempo y en diversas situaciones y contextos sociales se les ha hecho creer que el hombre debe vivir sus procesos de aprendizaje como algo individual en lugar de colectivo. Que no puede apoyarse de otras personas porque dejaría de demostrar esa parte de “hombría” que lo caracteriza al poder conseguir, realizar y lograr todo sí mismo. ¿Por qué no poder tener y sentir apoyo entre hombres? ¿Qué es lo que hace falta para no sentir que conversar de ciertos temas, pedir ayuda, expresarse, llorar, o cualquier otra acción, los haga perder aquella masculinidad impuesta por la sociedad?
Para los participantes del grupo reaprender lo “masculino” es un proceso abierto y continuo, un camino que les ha dado la libertad para aprender desde lo individual y lo colectivo como combatir sus propias conductas machistas.
Comparando y analizando los procesos de aprendizaje de las mujeres podemos notar cómo éstas, y más últimamente debido a los tiempos difíciles que se viven, suelen formar grupos y hacer comunidad de una manera mucho más frecuente y sencilla que los hombres. ¿Qué es lo que le impide esto a los varones? ¿Acaso es la extensa y longeva creencia de que los hombres deben resolver todo solos, que “son fuertes” y pedir ayuda es “de niñas”? ¿O, por el contrario, es una decisión propia? Creemos que un poco de ambas. Infinidad de creencias respecto a una masculinidad “correcta” han sido transmitidas a lo largo de generaciones. Cuánta información aprendemos, o en ocasiones aprehendemos, sin cuestionar si realmente estamos de acuerdo con eso, si nos hace sentir bien, si verdaderamente queremos sentir y vivir así. ¿Quién dijo que los hombres deben vivir sus procesos de aprendizaje de manera individual? ¿Por qué no hacerlo conviviendo con otras personas?
Convivir viene del latín “convivere”, que significa «vivir con otros”, en donde “con” significa “junto” y “vivere” significa “existir”. Teniendo esto en cuenta, convivir implica vivir y existir con otros, compartir vivencias, experiencias y sentimientos; compartir lo que somos y creemos, las cosas por las que pasamos y sentimos; nuestros miedos, anhelos e inquietudes. Y he aquí lo más valioso que nos dejó esta dinámica: el compartir. Así como los hombres comparten sus pasiones y alegrías, es importante que puedan compartir también la duda y el dolor, creando espacios donde se sientan seguros para hacerlo. El compartir facilita que los hombres se acompañen y aprendan juntos. Como reflexión, Víctor expresa: “Creo que me encantó en verdad tener esta oportunidad de poder compartir desde diferentes puntos de vista, edades y conocimientos. Continuar con grupos de este tipo sería bastante útil, pero en lugar de esperar que haya una convocatoria creo que hay que comenzar a organizarnos entre hombres”.
Nunca es tarde para intentar vivir sintiéndonos acompañados en el proceso, posiblemente así, el temor y la vergüenza de reconocer las actitudes machistas aminore o sea más sencillo identificarlas. Como estudiantes, y con base en esta experiencia, nos percatamos de la influencia que tiene el compartir la experiencia personal en un círculo de personas que han vivido sucesos parecidos a los tuyos, lo enriquecedor que se vuelve el sentirse escuchado y comprendido para poder expresarse libremente y abrirse a la posibilidad de cuestionar. Busquemos ser parte de estos encuentros que cuentan con multiplicidad de visiones y conocimientos para generar el cambio que necesitamos.
María Téllez es estudiante de Psicología. Valora la creatividad en sus diversas aplicaciones y la naturaleza de las cosas. Disfruta enseñar y trabajar con niñas y niños y escribir sobre sus vivencias y sentimientos.
Montserrat González es estudiante de tercer semestre de Psicología. Le encanta conversar con las personas y aprender cosas nuevas. También le gusta encontrar siempre un sentido a las cosas y disfruta de poder ayudar a los demás.
Luis Roberto Rodríguez es una persona en búsqueda constante del balance entre la diversión y la responsabilidad. Es un psicólogo en formación, amante de la naturaleza y la cultura. Le interesa la investigación y la psicología social; considera que únicamente por medio del encuentro con el otro se llega a ser y a incidir socialmente.
Tamara Dueñas está formándose en Psicología. Se considera una persona creativa, con interés en temas sociales. Se cuestiona su realidad social y busca entender el “por qué” de las cosas.