Todo lo que la contingencia por el Covid-19 ha develado debe llevarnos a repensar lo que entendemos como orden social y a ejercer la solidaridad y el reconocimiento del uno en el otro.  

POR JORGE FEDERICO EUFRACIO JARAMILLO, PROFESOR INVESTIGADOR DEL CENTRO INTERDISCIPLINARIO PARA LA FORMACIÓN Y VINCULACIÓN SOCIAL (Cifovis)

La expansión del Covid-19 a escala global nos ha llevado a reconfigurar, de manera casi inmediata, nuestros modos naturalizados de convivencia y de contacto personal (mal llamado “distanciamiento social”, pues es más bien de carácter físico o corporal), pero también ha tensado las formas en que entendemos las relaciones sociales, a los otros (o a lo otro en general), y la configuración misma de la vida cotidiana. Partiendo desde esta perspectiva, en el nivel sociológico, considero que se puede entender en dónde se distancian (o se juntan) las múltiples consecuencias acarreadas por la pandemia. Desde mi punto de vista, no es posible comprender la profundidad de los problemas y conflictos en áreas como la salud, la economía, la política y el medio ambiente que se discuten hoy en relación a la emergencia sanitaria, sin una mirada diacrónica sobre la profundidad de las desigualdades, las injusticias y las estructuras jerárquicas imperantes en nuestras sociedades humanas y cómo inciden directamente en el devenir de la vida colectiva.  

El ejemplo más importante lo brinda el actual debate, demasiado polarizado, entre la conservación de la vida y la continuidad de las actividades productivas; ambas con sus actores y estructuras representativos, pero que hay que observar críticamente. Más allá de los notables esfuerzos de los agentes médicos y de enfermería que luchan cada día para tratar a los pacientes, es necesario poner el dedo en la llaga de la debilidad institucional en el ramo de la salud de nuestro estado (de nuestro país y de varias naciones) que ha venido acarreando el desaseo, los malos manejos, pero también de una descapitalización que tiene que ver no sólo con el modelo económico imperante, sino también con la manera en que hemos dejado a un lado a la conservación de la vida como un elemento central de la acción del Estado e, incluso, como fundamento de lo social 

Jorge Eufracio Jaramillo es profesor e investigador del Centro Interdisciplinario para la Formación y Vinculación Social (Cifovis). Contáctalo en el correo jorgeeufracio@iteso.mx Foto archivo Cifovis.

Por lo tanto, vería este problema no sólo como una consecuencia del mercado, o de la corrupción, sino más profundamente de la deshumanización y de la pérdida del valor de la vida. Es bajo esta óptica que, paralelamente, entiendo los secuestros, las desapariciones, los homicidios cada vez más crueles y los asesinatos masivos (no sólo en nuestro país) y, al final, cómo todo eso se convierte en estadísticas o en notas amarillistas/sensacionalistas para una prensa carente de ética. Hoy en el mundo se cuantifican contagiados, “sospechosos” y muertos que no tienen rostros, cifras que no contienen ningún signo de vida, de dignidad o del significado colectivo de esas personas. Hay una lucha encarnizada por saber quién tiene el mejor modelo predictivo (mostrando cifras como si hablaran de monedas) 500,000, 700,000 o un millón de infectados. Todas ellas escudadas en la construcción y defensa de la “verdad” que, en algunos de los casos, sólo refieren al escarnio, a la oposición y al descrédito del contrario para ganar ventajas políticas, académicas o simbólicas (prestigio). 

Por otro lado, hablamos de la conservación de fuentes de trabajo y del acceso a bienes de consumo básico, pero ocultando en el fondo un modelo de mercado que busca su sobrevivencia en medio de las más terribles desigualdades. Así como en el medio de la salud en el cual la brecha entre quienes cuentan con servicios médicos (o pueden pagar hospitales privados) y quienes no lo tienen, plantea, hoy más que nunca, una diferencia muy importante (es una mala lectura pensar que el virus no respeta condiciones sociales, cuando los medios de atención llegan a ser selectivos y, por lo tanto, inciden en las posibilidades de recuperación), en el consumo son múltiples los ejemplos de personas que, además de encontrarse en los sectores de escasos recursos, ahora se enfrentar al desabasto o al menor acceso a productos causado no sólo por un “mercado” (como si este no dependiera de los seres humanos) que, como siempre, encarece y especula, sino también por la acumulación de aquellos que, teniendo más recursos, se hicieron de (más de) lo necesario para resguardarse durante semanas. Hemos sido completamente engañados, pero también cómplices, de la “mano invisible” de Adam Smith y sus promesas de equilibrio, flujo y distribución. Esto sin considerar como, estas mismas desigualdades (traducidas en pautas de extracción, explotación y consumo) en combinación con el crecimiento poblacional, nos han llevado a la destrucción del medio ambiente, lo cual ha contribuido, entre muchas cosas, a la aparición de virus con capacidad zoonótica (transmisibles entre animales y seres humanos) como el que encaramos.  

En el ámbito de la política no es diferente, pues encontramos otro conjunto de conflictos entre posiciones contrastantes, pero que, como factor común, tiene a las desigualdades y las jerarquías. Basta con observar las reestructuraciones geopolíticas ejemplificadas por los conflictos entre las dos grandes potencias, Estados Unidos y China, y sus consecuencias a nivel global. Además, existen gobernantes o funcionarios que aprovechan la oportunidad para ceder a sus “tentaciones autoritarias” con el fin de tener “manga ancha” para el uso de recursos públicos o de ejercer “mano dura” y estrategias coercitivas que no sólo violan los derechos humanos, sino que también cimbran profundamente los más básicos principios democráticos y garantías constitucionales. Esto justificado en discursos, muchas veces “heroicos” y apasionados, pero que sólo sirven de máscara a sus intereses de grupo y su deseo por relevancia política, pues dentro de sus cálculos hay que pensar en las elecciones siguientes. Un círculo vicioso ensalzado por la desinformación y el bombardeo mediático que opaca la capacidad crítica de la opinión pública.  

Por lo tanto, estas cuestiones nos implican a todos, no sólo a las instituciones gubernamentales o al “mercado”, sino también a cada mecanismo social de desigualdad que, en nuestras prácticas cotidianas, hemos naturalizado; justo ahí se anuda todo. En este sentido, creo que la pandemia y todo lo que ésta ha develado o profundizando, nos debe llevar a repensar seriamente lo que entendemos y producimos como “orden” social, en especial cuanto éste ha demostrado, una vez más, estar basado en la invisibilización de los más vulnerables, en las injusticias y en las jerarquías lacerantes. Esta etapa es una llamada a la solidaridad, al reconocimiento del uno en el otro y a la resignificación de la vida como claves de nuestra sobrevivencia como especie.