Confiar que la propuesta populista del proyecto ultra conservador de Marine Le Pen no ganará la segunda ronda electoral francesa no es una opción viable, pues el ascenso de los proyectos radicales que recurren a los populismos como estrategias electorales no se pueden explicar solo con el análisis sensacionalista de sus propuestas.
El proceso electoral francés ha despertado la incertidumbre sobre el futuro de Europa. Si bien, el incipiente triunfo electoral de Emmanuel Macron –quien consiguió apenas el 24% del voto– se percibe como un respiro frente al avance del proyecto ultra conservador de Marine Le Pen –con el 22 % del voto– lo cierto es que el proceso aún no concluye y ambos candidatos tendrán que enfrentarse en una segunda vuelta.
En este contexto, para la segunda vuelta electoral francesa se augura un escenario complejo. Aun cuando dos de los candidatos perdedores han llamado a sus seguidores a apoyar a Macron para frenar a Le Pen, esto no será suficiente para movilizar a los franceses en contra de la candidata. A pesar de ello, la prensa se muestra confiada en que el ultra conservadurismo político de Le Pen –afín a la xenofobia, el nacionalismo político y el proteccionismo económico– no ganará, tal como sucedió en la antesala del Brexit o bien, previo al triunfo de Trump.
Sin embargo, el caso francés tiene sus peculiaridades. El aumento de la incertidumbre frente al proyecto de la Unión Europea y el Euro, sobre todo a la luz del Brexit, las últimas reformas laborales de 2016 que debilitaron sustancialmente a los sindicatos franceses; el recrudecimiento de la competencia internacional por acaparar inversiones extranjeras que generen empleo; y, particularmente la cotidianeidad del terrorismo en Francia, son fenómenos que están influyendo de manera directa en el electorado francés que ve con urgencia la necesidad de una transformación política sustantiva en su proyecto nacional.
Prueba de ello es que, por primera vez desde 1958, ninguno de los dos partidos políticos tradicionales –el republicano y el socialista– pasaron a la segunda ronda electoral. Lo que nos habla del gran descontento que sienten los franceses frente a los partidos políticos convencionales.
Otro elemento más a considerar es el ascenso del político, y candidato a la presidencia, Jean-Luc Mélenchon, quién construyó una plataforma política populista izquierdista llamada Le France Insoumise –al meroestilo Podemos en España– y quien se llevó el 19 % de la votación quedando en cuarto lugar, solo por debajo del candidato Fillón de centroderecha que obtuvo el 20% del voto. El movimiento insumiso francés, que tenía como objetivo convocar a una asamblea constituyente, apareció sorpresivamente en los últimos meses de campaña electoral y consiguió un avance relativamente acelerado en las últimas semanas de campaña.
Así, la suerte de la segunda vuelta en Francia la definirán aquellos que votaron por estos dos últimos candidatos, que tienen un perfil peculiar.
Para los seguidores de Fillón, el conservadurismo político del partido Frente Nacional que lideró Le Pen, es una opción; pues en general, forman parte de la elite conservadora francesa que apela a la restauración de los valores morales católicos que se han perdido en el contexto multicultural de la globalización. Son ciudadanos con ingresos medios-altos, o bien personas mayores a 70 años.
En el caso de los afines a Mélenchón, los ingresos medios-bajos y la juventud son características centrales de sus perfiles, (http://bit.ly/2pbtmiM) pero casualmente este perfil es compartido por el electorado que prefiere a Le Pen, quien no solo ha recibido la aceptación de un electorado maduro y con ingresos medios, sino también ha logrado la simpatía entre el electorado con menores niveles de preparación académica.
Así pues, analizando el perfil del electorado, las suposiciones en función de la aceptación o popularidad de las propuestas electorales de los candidatos franceses no son un elemento suficiente para darle el triunfo a Macron y su propuesta política supuestamente moderada. Si bien Macron se perfila como una opción para frenar el ultra conservadurismo francés que representa Le Pen, esta opción es poco certera.
Por ello, confiarse de que la propuesta populista de Le Pen no ganará la segunda ronda electoral francesa no es una opción viable, pues el ascenso de los proyectos radicales que recurren a los populismos como estrategias electorales –pues a final de cuentas el populismo es una estrategia electoral– no se pueden explicar solo con el análisis sensacionalista de sus propuestas. Por el contrario, se debe considerar que el orden político internacional ha dejado al margen de sus beneficios a muchas personas, que, desesperadas por transformar su realidad, optan por el cambio radical en lugar de la continuidad moderada. Y en su afán por encontrar un proyecto político que los vincule con la construcción de su devenir, recurren a las propuestas radicales; ya que solo éstas proponen una transformación del orden que los ha excluido.
Y no se les puede culpar por ello, pues en el fondo, todos ellos tienen derecho de participar en la construcción de su devenir político, aun cuando éste parezca desafortunado. Por ello el populismo y los proyectos radicales políticos deberían ser considerados como el síntoma, no como la enfermedad del orden político internacional.