Explorar la situación en México de quienes no viven dentro de la heteronorma fue uno de los temas de la investigación del PAP Mirar la ciudad con otros ojos
Por Úrsula Sahagún Nava
La palabra «gay» significaba feliz en lengua inglesa. El término “queer” significa raro o desviado. De acuerdo con el filósofo Paul B. Preciado, “queer” era una forma despectiva de referirse a cualquier falla en el sistema que jugara en contra del orden social en el siglo XVIII, poniendo en un mismo costal al ladrón, al borracho, a les no heterosexuales y todo aquello que desbordara las expectativas de género.
Afortunadamente, los significados se transmutan. Las disidencias han encontrado el poder de autonombrarse con los insultos y reescribirlos desde el orgullo. Actualmente lo queer, o cuir, en un esfuerzo por descolonizar la palabra, tiene un significado político. También funciona como un término paraguas para quienes no encuentran comodidad en una etiqueta o están en proceso. Pero, ¿qué significa ser cuir? ¿Todas las personas LGBT+ lo somos?
“I’m not gay as in happy, but queer as in fuck you” fue una consigna presente en el pride de 1990 en Nueva York y es una excelente frase para entender lo cuir. En aquella protesta el colectivo Queer Nation, caracterizado por su compromiso ante la crisis del VIH, repartió panfletos que decían “Cuando muches de nosotres nos levantamos por la mañana estamos enfadades y asqueades, no gay”. Y honestamente, ¿cómo ser felices en este mundo tan intolerante y normativo?
Ser cuir tiene que ver con sostener una inconformidad con el sistema. Es peligroso pensar que, porque ya existen familias homoparentales, series como Euphoria con personajes LGBT y junio nos ahogue con su marketing rosa ya le ganamos la batalla a la inclusión. En realidad, todos esos ejemplos no son más que el sistema creando versiones heteronormadas y “válidas” de identidades sexo–disidentes, y esto supone un arma de doble filo.
Ser queer es no conformarse con el permiso para existir en la heteronorma y tener presente que el mundo no está hecho para nosotres, las instituciones y decisiones gubernamentales nos lo dejan muy claro.
Por un lado, hay una expansión de los valores sociales, el ciclo inevitable de lo underground que se vuelve mainstream. Prácticas que tenían un peso moral se legitiman, como podemos pensar el hecho de divorciarse o el de ir a terapia. Sin embargo, en este caso existe el riesgo de reducir un movimiento tan amplio como la diversidad sexual a unas pocas expresiones, encima de todo, heteronormadas. El matrimonio igualitario es un ejemplo.
De acuerdo con datos del INEGI, sólo durante 2021 se registraron 4,341 matrimonios entre personas del mismo sexo. Quizá hace cincuenta años bastaba con no ser heterosexual para ser cuir, ahora todo es distinto pues ya existe una versión válida de ser lesbiana, gay o bisexual. ¿Dónde queda lo que no se puede adaptar a ese discurso porque rompe el género y los valores tradicionales? Les trans, no binaries, arromantiques, asexuales, no monogames, es decir, les cuirs.
Qué pesadilla encapsular todo lo LGBT+ en el famoso “Amor es amor”, que además de aludir al amor romántico deja afuera a todas las prácticas e interacciones que no involucren esta idea. Lo cuir es todo lo que está afuera, una vez que entra en la norma o lo mainstream deja de serlo. Pero, al final del día, ése es el sentido de cualquier lucha contracultural, dignificarse y tener un lugar en el mundo.
Pero, más allá de esta búsqueda eterna por ampliar los valores sociales, motivos para estar enojades y en resistencia sobran para la comunidad LGBT+. No olvidemos que la esperanza de vida para las mujeres trans en Latinoamérica es de 35 años. Y que la primera encuesta nacional del INEGI que dio lugar a la diversidad sexual y de género ocurrió apenas en 2021.
Esta encuesta permitió no sólo conocer la cantidad de personas de la comunidad LGBT+ en nuestro país, que supera los cinco millones de habitantes, sino también poner la violencia en estadísticas. Un 11% ha percibido rechazo social, otro 26% de la población consideró el suicidio y 14,2% lo ha intentado. Triplicando las cifras, a diferencia de la población general.
De igual forma, 10% de personas no heterosexuales y 14% de personas trans fueron obligadas a ser atendidas por un psicólogo, autoridad religiosa o profesional de la salud con fines correctivos. Por eso, celebrar nuestras identidades disidentes es un acto de protesta. Les guste o no, la diamantina, la fiesta y los colores guardan un mensaje político. Tenemos el derecho a vivir libres en voz alta y sin pedir disculpas.
Ser queer es no conformarse con el permiso para existir en la heteronorma y tener presente que el mundo no está hecho para nosotres, las instituciones y decisiones gubernamentales nos lo dejan muy claro. Desde julio persisten protestas en la Ciudad de México para exigir la vacuna contra la viruela símica por parte del colectivo LGBT.
Si bien cualquiera puede contraer el virus, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos declararon que una fracción notable de casos corresponde a hombres homosexuales. Hasta el 24 de octubre el Gobierno de México registró 2,654 casos de viruela símica y, del total de casos confirmados, 98% corresponde a hombres y 2% a mujeres.
Tener versiones válidas de lo que es ser LGBT+ en series y publicidad, así como poder contraer matrimonio, a mí personalmente no me produce ningún tipo de consuelo. A les cuirs nos falta mucho para poder estar “gay as in happy”, pues la rabia de saberse diferente en un sistema tan violento e invalidante no se disuelve fácilmente.
Úrsula Sahagún Nava es estudiante de la Licenciatura en Artes Audiovisuales. Este artículo es producto de la investigación “Fiesta, contracultura y protesta” que se lleva a cabo en el PAP Mirar la ciudad con otros ojos. Memorias e identidades”, periodo de otoño 2022.
Ilustración de Khina Moreno Nuño