Con historias marcadas por la migración, la adaptación y el deseo de incidir en sus territorios, Elizabeth y Bernardo comparten cómo su herencia cultural ha dado forma a su experiencia universitaria
Ni Elizabeth ni Bernardo crecieron imaginándose en una universidad como el ITESO. Y, sin embargo, aquí están: caminando entre árboles, presentando proyectos, asistiendo a clases, participando en colectivos y cada vez más cerca del sueño de regresar a sus comunidades con ideas transformadoras. Ambos cursan el octavo semestre de sus respectivas carreras: ella, rarámuri de la comunidad de Norogachi, en Chihuahua, como estudiante de la Licenciatura en Diseño Urbano y Arquitectura del Paisaje; él, wixarika de San Andrés Cohamiata, en Mezquitic, Jalisco, en la Licenciatura en Nutrición.
Elizabeth Bustillos Bustillos recuerda haber visto por primera vez el nombre del ITESO cuando era niña, en la sierra de Chihuahua. “Vi a unos alumnos que estaban allá, me imagino que haciendo su PAP”, cuenta. Años después, ya instalada en Guadalajara para cursar la preparatoria, volvió a ver las letras del ITESO y no dudó en escribir un correo para pedir informes. Cobijada por la beca de comunidades indígenas, entró a Ingeniería Ambiental para luego cambiarse a la recién estrenada Licenciatura en Diseño Urbano y Arquitectura del Paisaje.
Para ella, el diseño urbano es una herramienta con la que espera incidir desde una mirada culturalmente sensible. “Creo que todas las ciudades, igual las comunidades pequeñas, tienen esta problemática de que no visibilizan a las comunidades indígenas, que también forman parte de la ciudad. Yo quiero unir a estas comunidades a través del diseño urbano”, explica.
Desde otra orilla disciplinar, Bernardo Carrillo Ramírez también ve en su carrera un vehículo de transformación. Llegó al ITESO después de iniciar estudios en otra universidad, pero las dificultades económicas lo obligaron a replantear su camino. Fue entonces que una amiga le habló de los apoyos que el ITESO ofrecía para estudiantes de comunidades indígenas, y, tras conocer la Universidad, comenzó su trámite para ingresar.
“Me gustó mucho el plan de estudios del ITESO porque se enfoca más en lo poblacional, que es lo que me gusta. Mi plan es regresar a mi comunidad y trabajar allá con la gente”, dice.
Desde niño, Carrillo Ramírez quiso estudiar una carrera en el ramo de la salud. Unió ese interés con su gusto por la cocina y encontró en la nutrición su camino profesional. Próximo a egresar, se reconoce emocionado por incursionar en proyectos de educación nutricional en la niñez.
“Tenemos muchas cosas en las comunidades que no sabemos cómo explotar. Yo quiero enseñar educación nutricional en las escuelas. A mí me hubiera gustado que me enseñaran nutrición desde niño”, comparte.
Ambos estudiantes coinciden en que llegar al ITESO fue un salto hacia lo desconocido. Elizabeth lo resume con una imagen potente: “Cuando vine a hacer mi examen de admisión, me vine a la brava. No tenía dónde quedarme.”
Bernardo, por su parte, recuerda que el camino no fue sencillo: “Yo entré tarde a la educación, aprendí español hasta la secundaria. Adaptarte a la ciudad, viniendo de una comunidad, es un reto constante”, señala.
A pesar de los desafíos —económicos, sociales y culturales—, los itesianos destacan los espacios de acompañamiento que han encontrado. El colectivo Nuestras Culturas (NUCU), que ofrece un espacio de encuentro para estudiantes de pueblos originarios, ha sido un importante espacio de desarrollo para ellos.
Bernardo ha participado además en Ruta CUI y actualmente colabora en la Clínica Nutricia, además de formar parte del equipo representativo de atletismo. Todas estas experiencias han hecho de su paso por el ITESO una experiencia integral.
“Yo era muy tímido, me costaba pedir algo. Pero el ITESO me ha ayudado a formarme como persona y profesional. Me ha sacado de mi zona de confort”, cuenta.
Elizabeth también destaca la importancia del colectivo NUCU y plantea un deseo a futuro: abrir el espacio a más estudiantes, no solo indígenas. “Sería muy padre hacer una mezcla. Visibilizarnos más. Crear interacción entre todos los estudiantes”, apunta.
Bustillos Bustillos reconoce que le costó adaptarse a un entorno con tantas libertades, luego de haber vivido en un contexto donde estaba prohibido incluso conversar con hombres. “He hecho buenas amistades con mis compañeros, integrantes del colectivo y con mis profesores. Siento que el ITESO le da importancia a reconocer y valorar la diversidad cultural de sus estudiantes”, comenta.
Ambos se dicen agradecidos por el respaldo que les ha ofrecido la universidad, pero no ocultan los retos. Aunque la beca cubre el 95 por ciento de la colegiatura más un 2.5 adicional en financiamiento, el resto de los gastos corren por cuenta de los estudiantes. “He escuchado muchas experiencias de compañeros que se salen para trabajar, juntar para pagar y volver a entrar. Estudiar y trabajar a veces es mucho”, reconoce Bernardo.
Y, aun así, no se rinden. Bernardo participó en misiones en Chiapas, hizo un intercambio a Ecuador y planea regresar a su comunidad con un proyecto de nutrición escolar. Elizabeth se prepara para hacer su PAP en Creel y sueña con diseñar espacios que respeten el entorno y la identidad de su gente.
En el periodo de Primavera 2025, fueron 38 los estudiantes provenientes de comunidades y grupos indígenas y afromexicanos beneficiados con becas, tanto para licenciaturas e ingenierías como para posgrados de la Universidad.