En la primera edición de las charlas Pensamiento Jesuita sobre la Actualidad, los ponentes subrayaron la irrenunciable implicación que la Compañía de Jesús debe tener con el entorno social.
En sus ejercicios espirituales, San Ignacio de Loyola escribió: “Ver y considerar las tres personas divinas, cómo miran toda la haz y redondez de la tierra y todas las gentes en tanta ceguedad, y cómo mueren y descienden al infierno”.
En la conversación titulada “Mundo e historia desde la propuesta ignaciana”, los jesuitas Héctor Garza y Luis Alfonso González, académicos del Departamento de Filosofía y Humanidades del ITESO, partieron de este epígrafe para desarrollar la primera de las cuatro charlas Pensamiento Jesuita sobre la Actualidad que habrá este semestre, el tercer jueves de cada mes en la terraza de la biblioteca.
San Ignacio nació un año antes del descubrimiento de América. Su aportación al mundo se desarrolló durante la primera mitad del Siglo XVI, una época de ebullición social, científica y artística.
Eran los tiempos de la devotio moderna (movimiento religioso de los siglos XIV al XVI que promovía la meditación y la vida interior) o del pensamiento de los místicos alemanes como Eckhart de Hochheim, quienes insistían en la búsqueda de la liberación interior.
“San Ignacio está ubicado en la transición de dos mundos: el ocaso de la Edad Media y el inicio de la Modernidad”, afirmó González, lo cual se refleja, explicó, en el lenguaje de sus ejercicios espirituales: hay reyes, caballeros y fidelidad hacia ellos, aunque también aparece “un acento en la interioridad de la persona, y eso tiene que ver con el nuevo mundo que se abre en el Renacimiento”.
“Nosotros no nos salvamos por nuestras acciones, sino que de entrada Dios, en su amor, nos hace buenos”
Ambos jesuitas hablaron de las similitudes entre el primer jesuita y Martín Lutero y de cómo la experiencia espiritual del iniciador de la Reforma protestante, aunque distinta, ayuda a comprender la mirada de San Ignacio al mundo interior y la búsqueda de la liberación interior.
“San Ignacio coincide con Lutero en que nosotros no nos salvamos por nuestras acciones, sino que de entrada Dios, en su amor, nos hace buenos. Las acciones son manifiesto de esta libertad interior y no surgen con la urgencia de no condenarse”, dijo Garza.
Esta mirada ignaciana al mundo, expuso González, es una mirada implicada con la realidad, involucrada con los gozos y desgracias de los seres humanos e implica una nueva imagen de Dios, en la que Él habita toda la realidad y le da sentido al mundo al romper con esquemas dualistas.
“Esta mirada asume tensiones. Es una mirada entre la indiferencia y el magis. La indiferencia es libertad para amar como absoluto a Dios y todo lo demás como medio. Y está ahí el magis, el darlo todo”, dijo el jesuita.
“El interés por el mundo no es un imperativo moral”
Garza mencionó que, por un lado, está la mundanidad: acciones y actitudes que quitan la libertad al investirse de actitudes egoístas y ciegas. Y por el otro, el mundo como escenario de libertad y encuentro con Dios.
“La misión de la Compañía de Jesús es ir al mundo, en donde se juega la esclavitud o la libertad del hombre. El interés por el mundo no surge de un imperativo moral, sino de una experiencia espiritual de sentir internamente el amor apasionado de Dios por este mismo mundo”.
Para González es incorrecto seguir dividiendo el mundo en dos —el terrenal y el sagrado— cuando, señaló el jesuita, Dios lo habita todo y este mundo es a la vez el lugar en el que es posible la realización humana.
“La historia humana y la historia de la salvación no corren por dos pisos; es una sola historia y Dios no acontece como imposición de algo mejor más allá, sino en el interior de la persona, en sus anhelos de libertad, de bienestar para sí mismo y los demás”, declaró.
El actual pensamiento jesuita sigue siendo pertinente, consideró González, porque parte de la realidad. “Está anclado a lo que hay, no a lo que debería ser. Parte de la realidad, ve lo que acontece en el mundo y toma partido”, dijo. Texto Adriana López-Acosta Foto Luis Ponciano