En el marco del “Día del Hombre” se reflexiona sobre las nuevas masculinidades a partir de su lado práctico y teórico, y de las experiencias de un estudiante y una académica del ITESO
Este texto trata acerca de un hombre al que le gusta ser tratado suavemente; de otros que no niegan la ternura y la cercanía; de tipos que tienen ciclos hormonales, viven angustia y miedo, que no se sienten representados con lo que normalmente se dice que es un hombre, pero, aun así, sienten la necesidad de llamarse hombres. Y también trata sobre mujeres con posibilidades de fuerza y suficiencia.
La escena con la que empezamos es la de 14 jóvenes universitarios sentados en el piso, en rueda, en un “círculo de penes”, le llaman a modo de broma heteropatriarcal; pero en realidad, cuando comienzan a hablar —son alumnos de Filosofía, de Derecho, de Arte y Creación, pero también de distintas ingenierías—, lo que encuentran son coincidencias y debates en torno al desamor, a oler feo o bonito, o a cuestionarse el modo que cada uno tiene de sentirse hombre.
Esto es parte de los ejercicios de nuevas masculinidades y de la experiencia de los hombres como sujetos de género que se vive al interior del ITESO, una serie de reflexiones en las que se trata de darse cuenta de que lo masculino no se refiere a las cualidades, sino a un tema de identidad. A sus 23 años, Pedro Rayas, alumno de ingeniería de noveno semestre, ha tomado parte de estas dinámicas de vulnerabilidad, primero como iniciativas propias de los estudiantes, y después en un espacio institucional.
“Fui por un tema de autodescubrimiento. Entiendo que soy una persona cisgénero, heterosexual, a lo mejor tengo tendencias bisexuales o dentro de las mil gamas que puede haber en la orientación relacional. A lo mejor no toda mi vida me acostumbré a llevarme de manera monogámica, en dinámicas normalmente establecidas. La respuesta más sencilla es que quiero experimentarlo todo, y ¿cómo me doy esa chance? Cuestionándome lo que tengo”, afirma.
Cristina Rojas es profesora de asignatura en Psicología en algunas carreras del Departamento de Estudios Sociopolíticos y Jurídicos (Desoj), y lleva más de 12 años trabajando en estudios de género, con organizaciones feministas, pero también impartiendo talleres y capacitaciones a alumnos, profesores y trabajadores.
La académica subraya que el hecho de que el abordaje de las nuevas masculinidades sea tan reciente tiene que ver con que la lucha por los derechos se dio desde las mujeres, inicialmente, con el movimiento feminista que puso sobre la mesa la discusión en torno al género y el sexo como construcciones sociales, históricas y situadas, especialmente a partir de las reflexiones teóricas de Simone de Beauvoir o, más adelante, Judith Butler, del pensamiento queer y la posterior reivindicación del movimiento transgénero.
“El tema de las masculinidades tiene que ver con la toma de conciencia y de poder de los hombres, y de pensar que, si el género o el sexo de las mujeres es construido históricamente, también entonces el de los hombres. Pasan de ser sujetos pasivos a darse cuenta de que también hay un modelo hegemónico de ser hombre. Podríamos decir que este tema es un momento más evolucionado de un mismo proceso”, explica.
Este esquema dominante reproduce un estereotipo del hombre como ser proveedor, altamente sexualizado y heterosexual —feo, fuerte y formal—, categorías que existen sólo en los extremos de un modelo dual (hombre-mujer) y que elimina las opciones intermedias de este continuo, sin considerar que hay una amplia gama de lo masculino.
Bajo esta idea, hay tantos sexos y géneros como seres humanos, y el tránsito de pensamiento estaría en reconocer que a partir de la polarización se montaron estructuras como la división sexual del trabajo: “Al construir la sociedad desde la polaridad se les negó a las mujeres la posibilidad de la fuerza, de defenderse ellas mismas, de sentirse suficientes para tomar decisiones, de sentirse poderosas. Por eso se habla del empoderamiento de las mujeres. En el caso de los hombres es toda la negación de la ternura, del amor, del cuidado, porque no podían expresar la tristeza: fue toda una negación de la expresión de sus emociones, de construir desde la cercanía y el afecto”.
Quiero que me trates suavemente
Pedro es de la idea de que, cuando tratas suavemente a alguien, cuando eres cuidadoso, te das cuenta de que ser afable te permite disfrutar la opción de tratar con cada vez más personas. Un detalle, una flor, hablar lindo y con cariño, ser tratado como un “novio”, dice él, debería ser una necesidad autentica. Este modo de vivir le permite saber qué personas pueden adecuarse a este sistema y quiénes no.
“Soy una persona suavecita, me gusta llamarme así, una persona suave, como la canción de Soda Stereo que dice ‘Trátame suavemente’; tiene una connotación romántica y de relación de pareja, pero todas las relaciones acaban siendo una relación de pareja con los demás. Descubrí que no me gusta ser tratado con violencia, y no me refiero a la violencia sistemática o física, sino que las personas a veces somos muy duras entre nosotras”, reconoce.
Es inevitable la pregunta: ¿cómo se vive con esta idea, en un mundo determinado por la dualidad? Uno se imagina a Pedro todo el tiempo a contracorriente, defendiendo su modo de vivir, soportando las críticas y burlas de los sectores más conservadores que pertenecen a la supremacía del varón rampante y sin escrúpulos. Su respuesta parece bastante estoica.
“Ir a contracorriente es volver a ver la vida de manera como dual. O eres hombre o mujer. Lo que hago es empezar a vivir mi propia corriente, como un cuerpo de agua; no existe una sola corriente que rija todo el fluir, sino que existen pequeñas corrientes donde algunos seres se refugian o ni siquiera tienen que luchar. Más allá de expresarle al mundo: ‘Este soy yo, y acéptenme como soy’, es encontrar tu espacio y no tener que luchar para que te respeten. El mundo es lo suficientemente grande para que, al menos en nuestro contexto privilegiado en el ITESO o en mi casa, no necesite decir quién soy yo, sino que simplemente puedo serlo”.
Cargar con el estigma de la masculinidad y la sensación de suficiencia que ello conlleva puede generar graves problemas de salud mental, pues cuando no te crees suficiente hombre o no eres capaz de cumplir los roles definidos aparecen la impotencia, la depresión o la ansiedad. El tema es mucho más grande que el género, es un asunto de cómo nos comprendemos como personas, cómo entramos en una dinámica de amoldarnos a unas palabras o un lenguaje que resultan insuficientes.
“A los hombres se les cargó con un montón de responsabilidades superiores a sus propias fuerzas; entonces, cuando vemos las estadísticas de violencia o un alto número de muertes por ataques del corazón, es porque nunca tuvieron la posibilidad de trabajar sus emociones”, añade Rojas.
Finalmente, la discusión de las nuevas masculinidades se convierte también en una discusión de demanda de derechos —por ejemplo, la imperiosa necesidad de extender los días de licencia por paternidad, así como ocurre con los de maternidad para la mujer—, de reconocer que el cuidado de las siguientes generaciones es una función colectiva y social, y de transformar las instituciones, quizás la parte más complicada, pues su función principal es mantenerse a ellas mismas, y al montarse sobre esa división polarizada de los sexos funcionan manteniendo el statu quo.
FOTO: Zyan André