Por iniciativa del papa Francisco, el Sínodo de los Obispos ha comenzado a dialogar sobre las personas LGBTQ+ y su lugar dentro de la iglesia Católica. El sacerdote, teólogo y activista gay explicó en una charla cómo se ha abordado el tema a lo largo de la historia y por qué las señales que se mandan desde El Vaticano son buenas

 

Históricamente, la doctrina de la Iglesia católica ha visto con malos ojos la homosexualidad. Sin embargo, el origen de esta mirada no está en la Biblia, ni en las enseñanzas de Jesús o en las de san Pablo. James Alison ubica el origen de esta línea de pensamiento en el siglo II, cuando Clemente de Alejandría, tomando como ancla la filosofía platónica, estableció que la única función del acto sexual era la reproducción, y que éste debía hacerse sin placer, de ser posible. Las ideas de Clemente se convirtieron en un andamiaje que casi mil 800 años después comienza a dar señas de ser desmontado: por iniciativa del papa Francisco, el Sínodo de los Obispos, cuyos trabajos comenzaron en octubre pasado y continuarán hasta 2024, tiene en su agenda la reflexión sobre el papel de las personas LGBTQ+ en la Iglesia católica y cómo ésta debe acompañarles espiritualmente. 

James Alison es sacerdote católico, doctor en teología y activista gay. Acudió al ITESO para participar en el diálogo “El Sínodo y las personas LGBTQ+… ¿qué se sueña?”, organizado por el Centro Universitario Ignaciano. Comenzó explicando que el Sínodo de los Obispos “es una manera antigua de intentar avivar la discusión sobre dónde se encuentra la Iglesia católica respecto de ciertos temas, entendiendo que la fe es siempre un caminar a la luz del Espíritu Santo, un caminar que requiere de un constante aprendizaje”.  

Nacido en Inglaterra, pero con un largo trabajo en América Latina, Alison conoce muy bien el español y sus palabras. Términos como locas, putitos, bugas, maricas y otras aparecen en la charla sin titubeos, como sin titubeos afirmó que “la Iglesia, como el resto de la sociedad, ha sido misógina al considerar que los varones tienen más capacidad de razonar que las mujeres. En el mundo eclesiástico ha imperado la noción de que el clero, entiéndase el Papa y los obispos, son los representantes de la cabeza de Cristo, o sea, de la parte racional, por lo que son capaces de dictar líneas de comportamiento para el resto de los mortales”. Esta estructura de pensamiento, continuó, se sustenta en la creencia de que las personas son seres racionales, cuando “todos entendemos ahora que somos seres relacionales, es decir, aprendemos a partir de las relaciones que tenemos con otros. En la medida en que crece la capacidad relacional, crece la racionalidad, y no al revés”. 

El sacerdote explicó la manera en que Clemente de Alejandría vinculó el acto sexual con la función reproductiva y condenó el placer. Para el pensador cristiano, “el acto marital es bueno cuando está abierto a la procreación; cuando no, es de alguna manera un defecto. Al no alcanzar nunca su finalidad, se convierte en un acto intrínsecamente malo. Cuando la bondad de lo sexual se restringe al acto abierto a la reproducción, cualquier cosa que la impida es una desviación. Así se pueden imaginar qué tan temprano en la Era Cristiana la gente LGBTQ+ fue vista como bichos raros: se consideraba a las personas por el tipo de actos que hacían y si los actos que nos caracterizaban carecían de la finalidad reproductiva y, en cambio, daban demasiado placer: por eso comenzó a considerarse algo fuera del código cristiano”. 

Alison explicó que durante mucho tiempo hubo homosociedades, en las que hombres y mujeres crecían y eran educados por separado y los matrimonios se pactaban. En este esquema “lo gay, lo lésbico, era invisible en tanto las personas cumplieran con las normas sociales”. Conforme las sociedades comenzaron a volverse heterosexuales, o heterosociedades, comenzaron a surgir matrimonios de compañerismo, es decir, de personas que se querían más allá de las negociaciones familiares, y entonces las personas que habían sido invisibles comienzan a notarse. “En el siglo XVIII se hablaba de enfermedad; en el XIX se asoció a la salud mental; no fue sino hasta finales del siglo XIX que se empezó a entender que las personas éramos así”. 

Y mientras la homosexualidad se fue viendo como “una realidad que iba siendo aceptada pacíficamente en la medida en que las personas LGBTQ+ iban dándose a conocer”, el tema comenzó a volverse un problema en la Iglesia, desde donde se reforzó la idea de que el sexo sólo tenía una finalidad reproductiva. “La única enseñanza contra nosotros ha sido la deducción apriorística de que nuestros actos nunca alcanzan la reproducción, por lo que evidentemente no teníamos lugar en la bondad. Esto representa un choque brutal con lo que hemos aprendido a lo largo de 400 años”. 

Entre los pasos positivos que se han dado, explicó James Alison, se encuentran los aportes de la Pontificia Comisión Bíblica, desde donde se ha reconocido que los textos que en otro tiempo se usaban para condenar la homosexualidad —el relato de Sodoma y Gomorra, algunos parajes del Levítico y la carta de Pablo a los romanos— no tienen nada que ver con el tema. Y ahora viene el Sínodo, cuyas discusiones pueden servir como base para que el Papa pueda dar instrucciones al Dicasterio de la Congregación Divina para reformar el Catecismo. “Es hacia donde vamos”, dijo el sacerdote. 

Entre otros puntos positivos que ve Alison en el Sínodo está la instrucción de promover la participación de personas LGBTQ+ en las discusiones, para que éstas no ocurran en tercera persona, como en otras ocasiones; también el llamado a realizar iniciativas pastorales apropiadas para alimentar la discusión y “aprender quiénes somos a partir del caminar juntos”. En el fondo, el objetivo es “retraer las posiciones antiguas, de modo que podamos caer en cuenta de que hemos aprendido mal la realidad y que hemos aprendido mucho de la vida afectiva humana en los últimos 150 años”. Para concluir, James Alison dijo que lo que ocurrirá en el Sínodo de los Obispos “es una apertura más histórica de lo que podría parecer a primera vista”. 

Caminar en plena libertad

El domingo 2 de julio de 2017, cerca de las tres de la tarde, sonó el teléfono de James Alison (Londres, 1959). “Soy el papa Francisco”, escuchó en la bocina. “¿En serio?”, preguntó. “No, en broma, hijo”, le respondió la voz, en español y con acento argentino. No era broma y sí era el Papa, quien llamó a Alison para ratificarlo como sacerdote para que continuara con el trabajo pastoral que ha venido realizando en favor de las personas LGBTQ+ en la Iglesia católica. “Quiero que camines con plena libertad interior, siguiendo en el espíritu de Jesús. Y te doy el poder de las llaves”, le dijo Francisco y, como es su costumbre, al final le pidió que rezara por él. 

La llamada directa del Pontífice fue la respuesta a una apelación que había hecho Alison a una carta que, en 2015, le envió una oficina del Vaticano para prohibirle ser sacerdote, luego de una queja del cardenal de São Paulo. La ratificación papal validó el camino andado por Alison, quien a los 18 años se convirtió al catolicismo y, siendo abiertamente gay, comenzó su vida sacerdotal en los ochenta. Desde entonces ha dedicado su pastoral a conciliar la relación de las personas LGBTQ+ con la Iglesia católica, partiendo de una verdad que es muy clara para él: “Lo LGBTQ+ no es algo odiado por Dios”, sino que “es sencillamente una variante dentro de la condición humana que de ninguna manera puede ser considerada pecado”. 

Alison, que es doctor en Teología por la facultad de los jesuitas en Belo Horizonte, ha desarrollado su trabajo pastoral en México, Brasil, Bolivia, Chile, España y Estados Unidos. Nació en una familia evangélica y se convirtió al catolicismo en 1978. Fue religioso dominico de 1981 a 1995 y ahora es predicador itinerante, conferencista y acompañante de retiros espirituales. 

FOTOS: Zyan André