Conrado Zepeda Miramontes, académico de la Universidad Iberoamericana, compartió en el ITESO su visión sobre la crecida de la violencia y el modelo para intentar tener una sociedad más espiritual y equilibrada

¿Por qué hay una crecida de la violencia a nivel mundial?, se pregunta el académico del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Iberoamericana Conrado Zepeda Miramontes, SJ. Parte de la respuesta está, tal vez, en la ausencia de una espiritualidad honda. 

El especialista en desarrollo sustentable y recuperación de culturas indígenas, y quien ha trabajado en materia de migrantes y madres buscadoras participó en el Encuentro de Acompañamiento Psicosocial a Familiares de Personas Desaparecidas, organizado por el Departamento de Psicología, Educación y Salud del ITESO y el DIF Guadalajara, y compartió su visión sobre el rol que la espiritualidad puede cumplir en situaciones adversas como la desaparición de personas y otras situaciones de riesgo y agresión. 

“La crecida de las violencias tiene que ver con que las religiones han dejado de actuar en el control, la contención y represión de éstas. En el siglo XXI, el ser humano ha tomado distancia de esas posturas de control y represión, porque vemos que no nos dejan crecer ni humanizarnos; no queremos a la religión como control de otros espacios de la vida. Pero entonces crecen las violencias”, explicó en entrevista.  

Los nuevos tiempos exigen abandonar estas posiciones de poder y control y trabajar las espiritualidades desde la resistencia. Hoy en día han surgido movimientos y grupos dentro de las religiones y las espiritualidades que han logrado ser subversivas y combatir todo aquello que es injusto. Las espiritualidades deben ayudar a renovar fuerzas para poder seguir trabajando en situaciones adversas y difíciles, como la crisis de los desaparecidos, la situación de los migrantes y otros tipos de violencia criminal. 

“La propuesta ahora es que las religiones se conviertan a una espiritualidad más profunda, y entre ellas, nuestra Iglesia católica, que pueda contemplar la realidad e interactuar con ella de una manera consciente y justa. Necesitamos movernos a una espiritualidad, sí con oración y contemplación, pero sin desvinculación de las luchas, las violencias y los sufrimientos que vive la gente”, afirmó. 

Zepeda Miramontes consideró que hoy, más que nunca, en los estudios epistemológicos necesitamos más aportes del sur global, de los pueblos indígenas, de las culturas de Oriente: enfocar en la visión donde todo está interrelacionado con todo: “Puedo ser religioso y político, tener luchas económicas y sociales; somos seres integrales que tenemos una relación con todo. Las espiritualidades son parte de nuestras propias realidades: somos colectividades intersubjetivas, no sólo somos personas o individuos”. 

El mundo individualista, capitalista, mercantilista y nihilista ha emancipado al hombre del control religioso, pero lo ha sumido en otro más peligroso, que es la deshumanización, opinó el sacerdote jesuita. Muestra de ello ha sido el aumento en la tasa de suicidios juveniles. Vivimos en tiempo de individualidad exacerbada, y no hay un proceso de contención para renovarse y librarse de las esquizofrenias que a menudo terminan en mucha violencia. La vía de salida de esta espiral es retomar la espiritualidad de la mano de las acciones colectivas. 

“Si me doy cuenta de que, ante Dios, está sucediendo una crisis climática, y la estamos viviendo nosotros, pues la acción es plantar árboles. Dios inspira acciones para seguir recreando la Creación. Cuando nuestras religiones volteen a ver a los más sufrientes, ahí es donde necesitamos desarrollar la espiritualidad”. 

Un ejemplo de esto es el trabajo directo con las madres buscadoras de los desaparecidos: hay que acercarse a descubrir las historias de las personas que están en estas luchas, pues son las que nos ayudan a entender mejor y a sensibilizarnos y, sobre todo, a eliminar concepciones equivocadas. 

“He trabajado con inmigrantes y refugiados por ocho años; mucha gente estaba en contra de que llegaran, hablaban de que venían a quitarnos nuestros empleos, que traían enfermedades, una serie de prejuicios terribles, incluso gente de la misma Iglesia y de la jerarquía. Pero se fue generando un camino cada vez más abierto en favor de los derechos de los migrantes y refugiados, cuando los obispos y la Iglesia escucharon las historias de las personas, porque las descubrían con nombre y apellido, se generó un ambiente en el colectivo que ayudó a empatizar. Necesitamos escuchar más testimonios para podernos concientizar y actuar. Cuando viene la mamá y te menciona a su hijo, y escuchamos su relato, eso remueve tu cuerpo y te cuestiona qué es lo esencial en la vida: defenderla, quererla, amarla y potenciarla”, concluyó. 

FOTO: Zyan André