Este 26 de febrero es el Miércoles de Ceniza y comienza la ruta espiritual que culmina en la Semana Santa. ¿Qué sentido tiene eso llamado Cuaresma? Y si no eres creyente, ¿eso qué te puede aportar?  
POR RAFAEL ANTONIO TOLE ABELLA, SJ. Estudiante de la Maestría en Filosofía y Ciencias Sociales del ITESO.

En la cotidianidad de nuestras vidas destacan periodos clave que llegamos a anhelar o a rechazar en el transcurso de un año como Navidad, Año Nuevo, el verano, el Día de Muertos o los cumpleaños. Esa actitud de anhelo o rechazo tiene que ver, entre otros factores, con los sentimientos y emociones que nos generan, y en cómo respondemos a esas experiencias para continuar viviendo en una rutina cada vez más demandante de nuestro tiempo y recursos. Dentro de esa gama de posibles modos, hay una especie de inercia emocional que prácticamente se convierte en una palomita más para marcar en la lista de eventos preparados anualmente y que pasan a ser vivenciados de forma cíclica.

En aquellos eventos a los que solemos estar acostumbrados a lo largo de un año, la Cuaresma no escapa de esa dinámica y llega a convertirse usualmente en un anuncio más que se vocifera en espacios religiosos católicos. Aparentemente, la Cuaresma es eso y nada más, porque tradicionalmente la hemos vivido como un lapso en el que hay que hacer ayuno, oración y penitencia. ¿Cuaresma? ¿Ayuno? ¿Cuarenta días de qué? ¿Tiempo de aguantar hambre sumando un problema más en medio de todas las demás situaciones con las que lidiamos día a día? ¿Se debe hacer capirotada?

¿Qué sentido tiene eso llamado Cuaresma? Y si no soy creyente, ¿eso qué me puede aportar?

El tiempo de Cuaresma es una preparación. Normalmente se dice que es para celebrar mejor lo que hay en Semana Santa, ante lo cual, no deja de haber descontento entre muchas personas porque suena a un montón de ritos insulsos que hacen parte más de una tradición vacía, que de una experiencia interior llena. Y sí, en la práctica puede llegar a convertirse en eso: un sin sentido y nada más. La clave es la forma como se viven esos 40 días, símbolos del paso de Moisés y el pueblo de Israel desde Egipto hasta la Tierra Prometida, o del paso de un tal Jesús por el desierto hace aproximadamente dos mil años, o de los 40 días y 40 noches del diluvio y el arca de Noé. Son 40 días para preparar nuestra vida con miras a experienciar muy conscientemente la resurrección, elemento imprescindible dentro de la Semana Santa, pero más importante aún dentro de la vida de fe de una persona cristiana/cristiano. Aun así, sigue sonando muy loco esto: ¿Resurrección? ¿Experienciar?

Dentro del campo de la fe, la resurrección es el culmen de un proceso que para cada persona es distinto pues cada uno experiencia (o experimenta), es decir, tiene experiencias vitales de formas distintas. Resucitar es volver a la vida para dar vida, solo que no es un volver por sí mismo sino por obra de ese Dios que se expresa a través de situaciones y personas concretas. San Ignacio de Loyola, fundador de los jesuitas en 1540, dejó en sus Ejercicios Espirituales una manera particular de llevar a cabo esas experiencias: fijos los ojos en la persona de Jesús quien, a su vez, tenía los suyos apuntando a Dios, llegando a experienciarlo como un Padre de amor y misericordia.

Ignacio propone una revisión de la propia vida a la luz de la vida de Jesús que encontramos en los textos bíblicos de los evangelios: el sentido de mi existencia, mi para qué en la sociedad. Luego, una toma de conciencia del modo como venía llevando mi vida hasta ahora. La contemplación de historia de Jesús junto con su sentido de vida, su para qué, su unión con un ser trascendente y cómo todo eso lo fue lanzando a hacer realidad aquello que su corazón sentía de verdad, inmediatamente se ve que no es sencillo, y como a Jesús responder al sentido de nuestra existencia trae problemas que muchas veces podrían terminar en situaciones de muerte. Por último, vivir la alegría de no estar muertos para siempre pues ese Dios de amor y misericordia nos resucita para que sigamos haciendo eso que nos apasiona con total sentido, de manera que lo que antes era muerte ahora es vida.

En otras palabras, de lo que se trata es volver nuestra mirada a Jesús y procurar tener su vida como una referencia para la nuestra: una persona que tenía una dirección definida, que sentía con los demás, se compadecía de los que sufren, compartía con los más necesitados, ayudaba a aliviar dolores, sufría con los enfermos, comía y bebía con sus amigos, amaba a su familia, luchaba por los oprimidos, pero sobre todo, mostraba el rostro de un Dios que es puro amor y que no quiere sacrificios sino misericordia (Mt. 9, 10-13). Eso es ser humano: dejarnos llevar por ese movimiento interno que nos descentra de nuestro propio amor, querer e interés para dar espacio a esa realidad del otro que me rodea.

Entonces, la Cuaresma es una invitación para revisar qué tan humanos somos. Eso y nada más. Solo que implica poner atención también en lo que sentimos, en lugar de entrar en discursos o discusiones que, a la larga, no hacen sino enredarnos. Recordemos que como dijo Ignacio, “el amor (de Dios y de las personas) se muestra más en obras que en las palabras”. Así que en estos 40 días ¿qué tal si nos fijamos en la forma como hemos venido amando, los frutos y desaciertos de nuestras obras, nuestra relación con las demás personas, con el ambiente?, de tal modo que preparemos ese regreso a la vida, pues es seguro que volveremos a sentirnos realmente vivos, y así, movidos a dar más vida y con abundancia.

No se trata de realizar comparaciones moralistas sino de, trayendo a colación a El Principito, ver con nuestra vida aquello que está escondido pero que es esencial para nosotros. Se trata de volver a fijar y orientar nuestras acciones e intenciones a lo que de verdad da sentido y enriquece nuestro quehacer, nuestros estudios y trabajo, nuestra vida. En últimas, se trata de emprender un camino de reconciliación con nosotros mismos, con los demás, con nuestro planeta y (¿por qué no?) con Dios. De ese modo nos afectaremos distintamente y podremos considerar, de acuerdo con lo vivido en ese tiempo, que no se trata de un mero evento más en el año, sino que es un espacio importante para la vida que puede llevarnos a explorar esa potencialidad que tenemos de ser libres para transformar, y nada más.