¿Es posible hackear un sistema encaminado a construir individuos aislados, desvinculados y fragmentados? Una respuesta está en la metáfora del pez en el agua que, al vivir sumergido, no sabe que lo contiene y determina. Salir del agua, impulsados por una ingeniería espiritual, significa tener conexión profunda con nuestra interioridad, con los otros y con la naturaleza, conscientes del uso de la tecnología como vehículo que favorezca dicha conexión y para hacer algo humanizante con esta hiperconectividad. ILUSTRACIÓN DE HUGO GARCÍA SAHAGÚN, PROFESOR DE DISEÑO DEL ITESO
Durante un periodo de mi infancia fui aficionado a tener peces en casa. La responsabilidad no era poca; había que alimentarlos, limpiar su pecera, vigilar temperatura y oxigenación, e incluso cuidar su reproducción y nacimiento. Lo más fascinante era el alumbramiento y el cuidado de los alevines, de los cuales sólo algunos lograban sobrevivir y madurar. Cierto día me encontré con uno de ellos en el piso: había saltado de la pecera.
Marshall McLuhan utilizaba la metáfora del pez en el agua para explicar nuestra relación con los medios de comunicación y la tecnología en general, pues estos conforman nuestro ambiente que se hace “invisible” en lo cotidiano, nos adentran en sus lenguajes y en su lógica. El pez no sabe que está en el agua hasta que sale de ese medio, decía McLuhan. Así nosotros, rara vez cuestionamos el uso del smartphone o la infinidad de aplicaciones que descargamos. Tan in-corporados están que hay quienes sufren episodios de ansiedad por el hecho de perder de vista el dispositivo.
Si tenemos un pastel dividido en 10 rebanadas, 7 corresponderían a la cantidad de usuarios de internet en México (INEGI, 2020). En mayor o menor medida estos usuarios han integrado en su vida la experiencia digital; y, desde hace unos meses, podemos percibir una aceleración debido a la pandemia, impulsada por la necesidad de dar continuidad a procesos y actividades ante las medidas de aislamiento. Pero, ¿cuáles pueden ser los efectos de tal integración digital?
A través de la pantalla las barreras y las distancias se disuelven; las realidades física y virtual comienzan a converger; estamos hiperconectados; sin embargo, ¿qué tan vinculados estamos con las y los otros, y por supuesto con nosotros mismos? ¿Construimos realmente identidad y comunidad a través de la red? ¿Los medios digitales pueden aportar algo para nuestro cultivo espiritual? O bien, ¿la espiritualidad puede ser un camino para resignificar dicha tecnología?
Este año cada usuario destinará más de 100 días en promedio conectado a internet (Kemp, 2020), sin contemplar el tiempo que nos ha obligado el confinamiento. Cada segundo realizamos en el mundo miles de transacciones, descargas, tuits, publicaciones en Facebook, videos en TikTok y YouTube, partidas en Fortnite y mucho más. Normalizamos la interacción mediada por estas plataformas; nos enfrascamos en discusiones sobre fakenews y bots; aprobamos con un “me gusta” o simplemente bloqueamos y descartamos lo que contradice nuestras ideas. Dentro de este trajín, ¿qué tan conscientes somos de los intereses detrás de las interfaces, arquitecturas y dispositivos desarrollados por los cuatro grandes, el denominado grupo GAFA (Google, Apple, Facebook y Amazon)? El Papa Francisco (2015) nos da elementos para reflexionar:
Hay que reconocer que los objetos producto de la técnica no son neutros, porque crean un entramado que termina condicionando los estilos de vida y orientan las posibilidades sociales en línea de los intereses de determinados grupos de poder. Ciertas elecciones, que parecen puramente instrumentales, en realidad son elecciones acerca de la vida social que se quiere desarrollar. (Laudato si’, 107)
Los GAFA, según Néstor García Canclini (2020), “no sólo son los mayores complejos empresariales e innovadores tecnológicos, también reconfiguran el significado de la convivencia y las interacciones. Destruyen el sentido de vivir juntos, según lo entendía la modernidad liberal” (p. 16). Para el pensador argentino estamos más allá de la fragmentación multicultural celebrada por el posmodernismo y la pluralidad de sentidos concebida en la expansión inicial del internet y las redes sociodigitales.
Los mecanismos de esta ingeniería social van encaminados a construir individuos aislados, desvinculados, fragmentados, que caen en la trampa del avatar y del consumo más allá de productos: el consumo de emociones. Para el filósofo Byung-Chul Han (2020) “la comunicación digital se está convirtiendo hoy cada vez más en una comunicación sin comunidad. El régimen neoliberal impone la comunicación sin comunidad, aislando a cada persona y convirtiéndola en productora de sí misma”.
Ante este escenario que parece desolador, puede ser que en la misma esencia del internet encontremos las claves para “salir de la matrix” y la posibilidad de lograr vínculos verdaderos que construyan comunidad. El filósofo y teólogo Francesc Torralba (2012) señala que “la red es una oportunidad para romper la endogamia tribal y ejercer el don de la hospitalidad […] Consiste en albergar al otro en la morada de uno, recibiendo sus pensamientos y sentimientos; las secretas revelaciones de su corazón […]” (p. 35), sin importar el distanciamiento físico.
Teilhard de Chardin (1967) fue testigo de las dos guerras mundiales y vislumbraba una convergencia planetaria, de evolución en dirección a la unidad. ¿Será internet una vía?:
Ante nuestra mirada teje la Humanidad su cerebro. Mañana, por un ahondamiento lógico y biológico del movimiento que la aprieta, ¿no hallará su corazón el corazón sin el cual el fondo último de sus fuerzas de unificación jamás podría desencadenarse plenamente? (p. 219)
Para Teilhard la más universal y unificadora de las fuerzas es el amor; y Torralba, por su parte, define vida espiritual como la “fuerza integradora y constituyente; un estrato, el más profundo, del ser humano que trasciende su dimensión material, pero que, a la vez, la mueve y le da aliento” (p. 74). Torralba enfatiza que la espiritualidad no es una dimensión separada de las demás facetas de la vida humana, “se expresa y manifiesta en todas sus dimensiones, alimentándolas todas”. Por lo tanto, no es posible concebir una separación entre espiritualidad y nuestra “vida digital”, sólo no somos conscientes de ello.
Si la red, que está llamada a conectar, termina aislando a las personas, “entonces se traiciona a sí misma y su sentido”, indica Antonio Spadaro (2014), teólogo jesuita que trabaja en el desarrollo de una ciberteología; y destaca que uno de los problemas de la conexión y participación en la red es que no se identifican como “encuentro”, y quedan en niveles superficiales.
Entonces, ¿es posible a través de la red alimentar una conexión profunda con uno mismo y con los demás? Sin duda hay disponibles contenidos y espacios de interacción enfocados al encuentro en un sentido profundo. Un ejemplo son los Ejercicios Espirituales en línea que la Compañía de Jesús ofrece, con su respectivo acompañamiento. Si bien la experiencia es diferente a la vivida de forma presencial, estos esfuerzos contribuyen al cultivo a través de la red de esta dimensión que todo lo permea, y presenta ventajas como el acceso a una mayor cantidad de participantes y acompañantes de todo el mundo.
Todo lo que hacemos en el entorno digital forma parte de nuestra vida, por lo tanto, también refleja nuestro mundo interior. “Salir del agua” significa la posibilidad de tener mayor consciencia de las relaciones que establecemos con y a través de la tecnología. Para esto, podemos dedicar momentos de reflexión: ¿Qué dice de mí la identidad digital que construyo (avatar) y los contenidos que publico? ¿Qué busco regularmente por internet y por qué? ¿Con quién interactúo y qué emociones me provoca? ¿Mis acciones en línea abonan a la unión o a la separación de las personas? ¿Estoy abierto a otras formas de pensamiento, al diálogo, o me encierro en un círculo de “iguales” a mí? ¿Me involucro realmente con las causas que sigo en redes sociales?
Para ayudarnos en este proceso, el discernimiento ignaciano nos brinda las claves para poder orientar nuestras acciones hacia aquello que resuene con lo más profundo de nuestro ser; para lograr lo que nos plantea San Ignacio: Ser una persona libre que busca, encuentra y lleva a cabo la voluntad de Dios en cada situación.
Si está desplegada toda una ingeniería orientada a separarnos, ¿por qué no hackear al sistema con una ingeniería de la unión?, una ingeniería espiritual que atienda desde las raíces y los principios que nos vinculan. Así podremos, a partir de la reconexión interior, hacer de la red ese medio que impulse la construcción de aquello que simboliza: la gran comunidad llamada humanidad. ¿Podríamos comenzar con nuestra pequeña comunidad, llamada ITESO?
BIBLIOGRAFÍA
De Chardin, T. (1967). El porvenir del hombre. Madrid: Taurus.
García Canclini, N. (2020). Ciudadanos reemplazados por algoritmos. Bielefeld: Bielefeld University Press.
Han, Byung-Chul. (2020). La desaparición de los rituales. Una topología del presente. Barcelona: Herder.
INEGI. (2020). Comunicado de prensa Núm. 103/20. Ciudad de México. Recuperado de https://www.inegi.org.mx/contenidos/saladeprensa/boletines/2020/OtrTemEcon/ENDUTIH_2019.pdf
Kemp, S. (2020) Digital 2020: Global Digital Overview. Singapur: DataReportal.com. Recuperado de https://datareportal.com/reports/digital-2020-global-digital-overview
McLuhan, M. (1996). Comprender los medios de comunicación. Las extensiones del ser humano. Barcelona: Paidós.
Papa Francisco. (2015). Carta Encíclica Laudato si’, Alabado seas. Sobre el cuidado de la casa común. Ciudad de México: Buena Prensa.
Spadaro, A. (2014). Ciberteología. Pensar el cristianismo en tiempos de la red. Barcelona: Herder.
Torralba, F. (2012). Vida espiritual en la sociedad digital. Lleida: Milenio.
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