En el testimonio de dolor de una mujer, dos escolares jesuitas encontraron la invitación a asumir sus propias cruces, sabiendo que Jesús es el primero en ayudar a cargar nuestros sufrimientos y que en Él se puede encontrar el sosiego esperado
Por Andrés Nicolás Díaz Sierra, SJ y Manuel Luna Vega, SJ, escolares jesuitas estudiantes de Filosofía en el ITESO
Una de nuestras mayores alegrías como jesuitas en formación, es la de ser enviados a una misión, ya sea dentro de nuestro país de origen o en algún otro. Los sentimientos de alegría, incertidumbre y, sobre todo, de esperanza abundan en nuestro corazón por el simple hecho de ir a un lugar a compartir nuestra experiencia de Dios con otros y, a su vez, conocer cómo Él sigue trabajando en la vida de diversas personas. La dicha de tener estas experiencias es constante, más aún en nuestro tiempo de estudios el que vivimos estas experiencias dos veces al año: en diciembre y en Semana Santa. La experiencia de misión más reciente que vivimos fue en Pamatácuaro, Michoacán. Allí tuvimos la dicha de compartir la semana mayor con la comunidad de Cheratillo. Fue una experiencia de encuentro llena de alegría y mucha reflexión haciendo que el corazón se engrandeciera por la confianza de cada una de las personas con las cuales pudimos dialogar.
Les dejo la paz, les doy mi paz, la paz que yo les doy no es como la da el mundo, que no haya en ustedes angustia ni miedo (Juan 14,27).
Dicho municipio cuenta con una población de alrededor de 120 personas, muchas de ellas purépechas. Hace muchos años su economía giraba en torno a dos ingenios azucareros, por lo que buena parte de sus habitantes trabajaba con la caña de azúcar. Pero en los últimos años la base de su economía se ha impulsado gracias al cultivo de aguacate y de algunos frutos rojos tales como los arándanos, zarzamora, etcétera. Es una población que ha sido golpeada por la violencia debido a que el crimen organizado y algunos cárteles del narcotráfico han querido apropiarse de su territorio por lo que se ha visto el aumento de grupos de autodefensa que buscan contrarrestar la violencia armada. Sin embargo, en el tiempo que estuvimos, pudimos notar un ambiente tranquilo, disfrutar del aire puro generado por una reserva forestal que se encuentra muy cerca y visitamos algunos municipios cercanos como el de Cherato y Los Reyes, entre otros. Momentos de escucha y recorridos que pudimos realizar nos ayudaron sentir un ambiente de iglesia mermado en parte por la situación de emergencia sanitaria ocasionada por el covid-19, la cual aparte de aumentar la tasa de mortalidad en esta zona de Michoacán, hizo que las personas buscaran resguardarse en sus casas y solo salir en los momentos de mayor necesidad. Esto llegó a producir actos de discriminación al interior de la comunidad, un ejemplo es el que algunos comercios no les vendían a personas que tuvieran familiares contagiados por miedo a que les transmitieran el virus.
Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados y yo los aliviare porque mi yugo es suave y mi carga ligera (Mateo 11, 28-29).
Inmersos en la realidad anteriormente descrita, nuestra misión giró en torno a la preparación de charlas para adultos, dinámicas catequéticas para niños y, por supuesto, el desarrollo de las liturgias para la Semana Santa junto con la ayuda de catequistas y otros miembros de la comunidad. Estas actividades, además de ser espacios de compartir y, sobre todo, dar a conocer el mensaje de Jesús, fueron espacios que nos abrieron un nuevo panorama del encuentro con Dios. Uno de los ejemplos más claros fue el testimonio de una señora que nos contó cómo, en menos de un año, había perdido a su papá y a sus dos hijos por causas asociadas al covid-19. En ese momento, la señora no entendía por qué le había pasado eso, pero contaba, entre lágrimas y con esperanza, que sentía cómo Dios la acompañaba a través de la única hija que le había quedado, pues era ella quien la motivaba a levantarse en algunos días en que quería renunciar, incluso, a vivir. También sentía motivación cuando, a través de los sueños, Dios le posibilitaba encontrarse con sus hijos ya fallecidos y luego podía encontrar paz al saber que no estaban sufriendo: Les dejo la paz, les doy mi paz, la paz que yo les doy no es como la da el mundo, que no haya en ustedes angustia ni miedo (Juan 14,27).
El dolor palpable de esta mujer amorosa, luchadora y trabajadora no fue impedimento para recibir la gracia de la paz de Dios que trasciende toda frontera humana. En ese sentido, es Jesús quien, aceptando y asumiendo su cruz, nos abre las puertas de la paz verdadera que, incluso en medio del dolor, la tristeza y el desánimo, se manifiesta entre nosotros. De esta manera, el testimonio de esta mujer nos invita a asumir nuestras propias cruces sabiendo que Jesús es el primero en ayudar a cargar nuestros sufrimientos y que en Él podemos encontrar el sosiego esperado: vengan a mi todos los que están cansados y agobiados y yo los aliviare porque mi yugo es suave y mi carga ligera (Mateo 11, 28-29).
La experiencia de escucha y presencia en la comunidad de Cheratillo estuvo llena de esperanza ya que pudimos percibir cómo el compartir espontaneo ayudó a romper las puertas del ensimismamiento provocadas por un encierro obligado y de esta manera, recobrar una experiencia saludable de encuentro comunitario que lleva a la reconciliación. Esto nos hace recordar la contemplación de la Encarnación (101-ss de los Ejercicios Espirituales) en donde Ignacio de Loyola nos invita a ver cómo la Trinidad no se queda indiferente y, por el contrario, al percibir el dolor y el sufrimiento humano, decide mandar a la segunda persona para que se haga hombre y así salvar al género humano. Esta invitación es colaborativa porque, como miembros del cuerpo místico de Jesucristo por medio del bautismo, estamos llenos de su Espíritu que siempre nos invita primero a reconciliar nuestras historias para así poder ser reconciliadores de un mundo muchas veces polarizado y herido. Hace una semana celebraremos como Iglesia la fiesta de Pentecostés. Que esta celebración nos ayude a hacernos conscientes de la presencia del Espíritu Santo en cada uno de nosotros, el cual nos invita a salir para compartir con el prójimo la obra hermosa de Dios en su creación. Así es que dejémonos interpelar por lo que nos rodea y asumamos con gozo esa llamada a hacer redención desde lo que cada uno de nosotros somos.