Las razones de fondo de la nueva iniciativa política tienen que ver con la visibilización del etnocidio contra los pueblos indígenas.
por DAVID VELASCO, SJ
En octubre del año pasado, en el Centro Indígena de Capacitación Integral -Universidad de la Tierra Chiapas – (CIDECI – UNITIERRA) , en San Cristóbal de las Casas, se realizó el 20 Aniversario del Congreso Nacional Indígena (CNI), del que el EZLN forma parte. Entre sus resolutivos está uno que ha generado una polémica entre partidarios y detractores de la iniciativa. En esta, como en muchas otras ocasiones, solemos decir que “la ignorancia es audaz”. Quienes la condenan, porque ignoran la historia de los zapatistas y sus más de veinte años de construir sus diversas autonomías; también quienes la celebran acríticamente, porque comparten la misma ignorancia de la historia zapatista.
Textualmente, el resolutivo dice lo siguiente: “…nos declaramos en asamblea permanente y consultaremos en cada una de nuestras geografías, territorios y rumbos el acuerdo de este Quinto CNI para nombrar un concejo indígena de gobierno cuya palabra sea materializada por una mujer indígena, delegada del CNI como candidata independiente que contienda a nombre del Congreso Nacional Indígena y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional en el proceso electoral del año 2018 para la presidencia de este país.”
La gran mayoría de los argumentos contra esta iniciativa se centran en torno a una posible participación electoral, lo que contradice las posturas antisistémicas que han sostenido las y los zapatistas. Bastaría un breve recorrido por todos los documentos, comunicados y Declaraciones de la Selva Lacandona para subrayar la crítica zapatista a lo que ellos llaman “la política de arriba”. Sin ir más lejos, la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, de junio de 2005, por la que convocan a realizar La Otra Campaña, es una declaración contra la política de arriba y a favor de otra manera de hacer política, abajo y a la izquierda. No fue una alerta roja inicial que rompía el silencio de cuatro años luego de que se aprobara la contrarreforma indígena que desconoció a los pueblos indígenas como sujetos de derecho y los consagró como objeto de la beneficencia oficial. La Otra Campaña también se malinterpretó e, incluso, dio pie a que se acusara a los zapatistas de aliarse al PAN y hacerle el juego al gobierno para bloquear la candidatura de Andrés Manuel López Obrador.
Aquella iniciativa zapatista por la que La Comisión Sexta recorrió prácticamente todo el país, generó una de las más grandes movilizaciones populares que conozca nuestra historia reciente. Para el gobierno habría que pararla a como diera lugar. De ahí vino el Atencazo, la orden de Enrique Peña Nieto, entonces gobernador del Estado de México, para reprimir la protesta campesina contra el decreto de expropiación de sus tierras para la construcción del nuevo aeropuerto. De manera simultánea, se preparaba ya La toma de Oaxaca para reprimir al movimiento magisterial y popular contra un gobernador corrupto y represor. Fue una carambola de tres bandas. Pero se hizo visible que hay otra manera, muy otra, de hacer política, abajo y a la izquierda.
Las razones de fondo de la nueva iniciativa política tienen que ver más con la visibilización del etnocidio contra los pueblos indígenas, que con la participación electoral de una mujer indígena a nombre del CNI – EZLN. Es una manera de denunciar la brutalidad que
se comete contra los más de 50 pueblos indígenas de nuestro país, sobre todo del sureste, para lo cual hay una Ley de Zonas Económicas Especiales, que legaliza el despojo, la destrucción, la explotación de los recursos y el control de las tierras y territorios de los pueblos indígenas. Es una manera, por tanto, de expresar la rebeldía, la resistencia y la lucha en defensa de sus más elementales derechos, consagrados por el Convenio 169 de la OIT, la Declaración Universal, y la Interame- ricana, de los Derechos de los Pueblos Indígenas.
Que nadie se tome a engaño y piense que los zapatistas renuncian a sus principios fundamentales. No es una iniciativa política que les haga entrar al juego sucio de los procesos electorales. Es una manera de resistir y denunciar la guerra declarada contra los pueblos indígenas. Y no hay que ir muy lejos para observarlo: aquí en Jalisco, el pueblo wixaritari, el pueblo coca, el pueblo nahua y tantas comunidades indígenas inmigrantes en la ZMG, levantan su voz para decirnos, ¡aquí estamos!.
Varios intelectuales y académicos que le han seguido la pista a las y los zapatistas, prácticamente desde su levantamiento en un emblemático 1o de enero de 1994, coinciden en destacar una visión cultural que contrasta con nuestra visión ordinaria, occidental, patriarcal, muy capitalista y también colonialista. Por tanto, en el punto central de no luchar por el poder y, por tanto, no participar en los juegos políticos de la política de arriba en la que sólo cambian los nombres y los colores pero no el modo de dominar a la gente, se centra una de las mayores paradojas de las propuestas zapatistas. Nos cuesta trabajo, desde nuestra cultura occidental, entender que se pueda realizar otra manera de hacer política. Ahí está la vida de los pueblos y comunidades zapatistas don- de, por ejemplo, hombres y mujeres, juntos, luchan por su educación autó- noma, su sistema de salud autónoma, sus proyectos productivos en colectivo, sus maneras
de gobernarse, desde los municipios autónomos hasta las Juntas de Buen Gobierno, en todos los espacios, hay una participación paritaria, mitad hombres y mitad mujeres, algo impensable para nuestros esquemas patriarcales en los que, a duras penas, se aplican cuotas de género y no falta el magistrado que cuestiona que eso se aplique en el Poder Judicial.
No luchar por el poder supone romper el esquema mental que tiene en la emblemática toma del Palacio de Invierno el paradigma del cambio social. Así como la toma de la Bastilla funcionó como paradigma de la fundación del estado moderno, para muchas izquierdas del mundo entero sigue operando el modelo de la toma del poder. Los zapatistas dicen que por ahí no va el cambio de la sociedad, porque además, no se trata de cambiar el mundo, dicen ellos, sino de algo mucho más sencillo: se trata de construir otro mundo en el que quepan muchos mundos.
Por tanto, la coyuntura electoral del 2018 se pintará de muchos colores, repetirán candidatos, se reciclarán otros, pero el modelo de dominación seguirá incues- tionado con sus ingredientes mexicanos de impunidad y corrupción, incluyendo, por supuesto, diversidad
de candidatos independientes, desde los más arraigados en las tradiciones de la sociedad civil que emerge con el movimiento estudiantil del ’68. Para las y los zapatistas, que llevan más de 500 años de resistencia y rebeldía y han sobrevivido a varios intentos de genocidio, nos dicen que no se trata de tomar el poder sino de construir autonomías, una manera de gobernarse en el que manda obedece a la comunidad, no a una mayoría.
De esta manera, una candidata independiente e indígena, será de alto contraste, no sólo de las candidaturas oficiales de partidos políticos registrados, también lo será de otros candidatos independientes. Con una diferencia radical, CNI – EZLN no luchan por el poder, sino algo más sencillo, luchan por el derecho a vivir, por el derecho a ser y ser diferentes.