La llegada de Joe Biden a la presidencia abre la posibilidad de que Estados Unidos y México se acerquen y recompongan el daño causado por Trump.

E​l pasado miércoles 20 de enero, la desesperación y el hartazgo de la pandemia se detuvieron unos instantes y por un momento el mundo dejó de pensar en cubrebocas y vacunas para centrar su atención en el performance político más esperado desde hace 4 años: la toma de protesta del presidente que pusiera fin a la era de Donald Trump.  Sin duda alguna, la llegada de Joe Biden al poder es el inicio de una nueva etapa en la historia de la hegemonía estadounidense, por lo que este evento será recordado como ese esfuerzo inicial por poner orden en casa, después de que un tornado haya destruido casi todo en su interior.  

Pero el estado del mundo que recibe a Biden es muy caótico y los desafíos que tiene frente a él no son menores. Por poner un ejemplo, el desorden generado por su predecesor en política exterior va desde la ruptura con el multilateralismo, reflejada en el abandono de foros internacionales como el Acuerdo del París, o el intento de abandonar la OMS en medio de la pandemia; el uso de Twitter como azote político para someter a otros países; la riesgosa propuesta de un acuerdo de Paz para Medio Oriente que ha generado cambios en el delicado equilibrio de las relaciones árabe-israelíes; el enfrentamiento económico con China infectado de xenofobia; y finalmente, la tortuosa y cruel manera en que la relación con México se convirtió en uno de sus símbolos favoritos para desplegar su fuerza como recurso electorero.  

En este contexto, Biden reconoce la urgencia de revertir el daño que su predecesor fue repartiendo por el mundo en los últimos 4 años, prueba de ello han sido las 17 órdenes ejecutivas firmadas apenas se sentó en el escritorio de la Oficina Oval en la Casa Blanca, de las cuales 8 están relacionadas con política internacional. En ellas se refleja el cambio radical de rumbo con el regreso al multilateralismo, la eliminación del uso de la política exterior como ejercicio de despliegue de poder -el caso de las deportaciones a personas de Liberia y el del muro fronterizo con México- y sobre todo el cambio en la postura migratoria.  

Afortunadamente, en el mundo de la diplomacia real, no hay cabida para rencores ni revanchas, esa diplomacia emotiva y visceral de Trump son ahora un recuerdo. Y en este sentido, para México la llegada de Biden es una oportunidad muy positiva. Y es que, pese a que las redes sociales estén plagadas de opiniones que critican y son escépticas de las capacidades del gobierno de Andrés Manuel López Obrador para aprovechar este cambio, y sobre todo resaltan los “tropiezos” en la relación con Trump, esto no quiere decir que ahora Biden, le va a cobrar a AMLO el haber adulado tanto a su predecesor, y mucho menos el no haber reconocido su triunfo electoral en el minuto inmediato a la elección. México y Estados Unidos tienen frente a sí una gran oportunidad para reconstruir y repensar la relación bilateral, y ya hemos tenido pruebas de que Biden y López Obrador son conscientes de ello. Al día siguiente de la toma de protesta López Obrador indicó los tres temas que marcarán esta nueva etapa: gestión de la pandemia, recuperación económica y migración. Tres temas reflejados en esas 17 órdenes ejecutivas con las que abrió la administración de Biden, lo que nos habla de que ambos gobiernos comparten posturas respecto a estos temas.  

En lo inmediato, la gestión de la pandemia y la regulación migratoria irán poniendo la mesa para las primeras citas entre ambos gobiernos. Además, durante este año México ocupará un lugar en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, lo que multiplicará forzosamente las comunicaciones entre Washington y la Ciudad de México. Otro elemento a destacar es que la ex embajadora de Estados Unidos en México, Roberta Jacobson, será quien esté al frente de las relaciones fronterizas en entre ambos países, un gesto más de la urgencia del gobierno de Biden por cambiar el tono del diálogo entre las dos naciones y recomponer el daño causado por el símbolo del Muro y las funestas formas de gestión de la migración irregular implementadas por Trump. Por su parte, la designación de Esteban Moctezuma como embajador de México ante Estados Unidos, reafirmando el interés por extender la mano al vecino nuevamente, es un ejemplo más de la disposición por cambiar y renovar el tono de la relación. De esta manera, parece que la mesa está puesta para que la relación entre ambos países mejore.  

Ahora bien, estas buenas intenciones de ambos gobiernos tendrán que sortear dos desafíos. El primero: el tema de la seguridad y la gestión de la guerra contra el narcotráfico. López Obrador estiró mucho la liga en el periodo de transición entre Trump y Biden y el caso del general Salvador Cienfuegos, es un punto crítico que habrá de superarse para que se pueda aprovechar esta oportunidad de cambio. Independientemente de lo que el caso representa para la política nacional mexicana, los desencuentros en temas de seguridad entre Estados Unidos y México no son cosa nueva. Ni es la primera vez que se contradice a la DEA ni será la última vez que esta actúe en el secretismo y se brinque los protocolos diplomáticos. Pero el caso del General Cienfuegos es solo la punta del iceberg, pues en realidad el problema de fondo es la urgencia de que ambos gobiernos fijen su postura en la guerra contra el narcotráfico, pues en el fondo es eso lo que está en juego, y es un tema del que no dialogaron en los últimos 4 años. Y un elemento más, que está ahí y los acompañará aun cuando se haya superado la pandemia, será la implementación del TMEC, un recurso del que se debería estar echando mano para la reactivación económica de la que habla López Obrador, pero que tiene algunos puntos en discordia con la visión de su proyecto económico, por ejemplo, el tema de las energías renovables y la administración de las telecomunicaciones.  

No queda más que esperar que la urgencia por contener la pandemia sea un incentivo para que ambas naciones se acerquen y comiencen a recomponer el daño causado por Trump. Esperemos que, así como Biden ha actuado con inmediatez para detener el alud generado en la administración anterior, López Obrador y su equipo en la Secretaría de Relaciones Exteriores aprovechen la oportunidad de cambio para dar un giro en el enfoque de nuestra política exterior. La incertidumbre amenazadora de la era Trump ha terminado, es tiempo de que también termine el aislacionismo mexicano respecto de política internacional.