El argentino Alberto Kornblihtt, una de las principales autoridades mundiales de la investigación genética y quien presentó en la FIL su libro La humanidad del genoma. ADN, política y sociedad, desplegó en el Café Scientifique ITESO un extenso mapa sobre la historia, los avances, sus numerosas aplicaciones y los retos de este campo de la ciencia.

El origen, desarrollo y previsible fin de la vida en este planeta y probablemente en el Universo entero.

Alberto Kornblihtt (extrema derecha) recibe una camiseta de la Selección argentina de futbol de manos de la presidenta de ese país, Cristina Fernández

Alberto Kornblihtt (extrema derecha) recibe una camiseta de la Selección argentina de futbol de manos de la presidenta de ese país, Cristina Fernández

Este es, de manera extremadamente resumida, el vasto campo de estudio del científico argentino Alberto Kornblihtt, eminencia mundial de la investigación genética, la biología molecular y el ADN (el ácido desoxirribonucleico) y las numerosas aplicaciones que estos elementos tienen en la agricultura, el tratamiento de enfermedades, la moda, el conocimiento del origen del ser humano o la medicina, un aspecto que tiene suma relevancia política y social en Argentina, donde gracias a las pruebas de ADN se han podido identificar las relaciones con sus verdaderos familiares de decenas de hijos de asesinados durante la dictadura militar.

Todos los seres vivos estamos formados por células y, como recordó el científico bonaerense, denominado el “Messi de la ciencia argentino”, fue hace unos 3 mil 800 millones de años cuando surgió –los científicos suponen que en la Tierra, pero no tienen certeza absoluta– aquella primera célula.

“Todo indica que si hubo distintos orígenes de la vida, solo uno de ellos fue el que tuvo éxito, y a partir de ese surgieron todos los seres vivos que habitaron el planeta”. Para reforzar lo anterior citó al pensador italiano Italo Calvino: “Somos el catálogo de las posibilidades no fallidas”.

En una charla plagada de humor, anécdotas personales, datos históricos sobre la evolución de la genética y numerosos ejemplos y analogías que permitieron a los asistentes entender, por ejemplo, por qué es muy difícil determinar qué influye más en la manera de comportarse de un ser humano adulto, si el ambiente o los genes, Kornblihtt ofreció una apasionada disertación acerca de sus descubrimientos y los de varios de sus colegas, durante el Café Scientifique ITESO que tuvo lugar la noche del miércoles 3 de diciembre en la biblioteca de la Universidad Jesuita de Guadalajara.

“El número de genes que tiene nuestro genoma –que son 20 mil– no es muy diferente del número de genes que tiene un gusano miserable. Esto es lo que diríamos, psicoanalíticamente, una gran herida narcisista”, apuntó el miembro de la Academia de Ciencias de Estados Unidos.

“¿Y por qué somos más complejos que un gusano? Una respuesta posible es no sé, que es bien válida”, dijo el argentino sin bromear, pero haciendo reír a varios de los presentes, quienes también escucharon su otra respuesta:

“O tiene que ver que con el mismo número de genes nosotros podemos hacer muchas proteínas que el gusano, es decir, aprovechamos el genoma de una manera mucho más grande que lo que la aprovecha el gusano, y ese es uno de los temas que investigamos en nuestro laboratorio: ¿Cómo hace cada gen para producir más una proteína, con un fenómeno que se conoce como splicing alternativo?”

¿Qué nos hace ser lo que somos?

Ojos verdes o cafés; gusto por la música clásica o por el reggae; mayor facilidad para el futbol o el ajedrez; preferir las matemáticas a la poesía… Suele ocurrir, recordó este doctor en biología molecular, que les atribuimos a las personas algunas de sus características a los genes de “papá y mamá” –una postura determinista-, aunque también están los que sostienen que no importan tanto los genes, sino el ambiente, la educación, el entorno.

“En los humanos es muy difícil establecer con precisión el porcentaje de cada uno de los dos componentes. ¿Por qué? Porque no hay capacidad de hacer muchos estudios poblaciones en humanos, debido a que el número de crías que tenemos es bajo, entonces es muy difícil hacer estudios que permitan saber cuándo una característica que aparece en la progenie [descendencia o conjunto de hijos] está determinada por los genes de los ancestros y no por un fenómeno ambiental”, explicó para, acto seguido, utilizar como ejemplo a los 20 hijos que tuvo Johann Sebastian Bach, el genio alemán de la música.

“Cuatro por lo menos fueron músicos destacados y tres fueron excelentes músicos. Uno puede decir, ‘¡ah, fueron excelentes músicos porque heredaron los alelos del gen del oído absoluto de su papá!’ Esa es la hipótesis determinista, biologicista. Pero otros pueden decir, ‘¡no, por favor! Fueron excelentes músicos porque admiraban al padre, o al revés, fueron excelentes porque el padre les pegaba con un látigo todas las mañanas para que tocaran el órgano’. En fin, no lo sabemos… Y cuando no lo sabemos, lo mejor que podemos decir es no decir nada”.

Kornblihtt subrayó la importancia de inculcar en científicos y estudiantes la capacidad de decir, con total honestidad, “no sé”.

“No todas las diferencias que existen en el mundo vivo tienen que ver con los genes, y es lo que los biólogos explicamos con una fórmula que dice que el fenotipo, lo que nosotros vemos ya sea a nivel morfológico, fisiológico o del comportamiento es indefectiblemente la interacción de lo que está escrito en los genes, el ADN, y el medio ambiente”, aseveró el científico, cuyo ídolo científico es el sueco Svante Pääbo.

“Puede ser una mezcla de las dos cosas, o ninguna de las dos, y como no podemos testearlo, no podemos verificarlo, no podemos hacer experimentos ni observaciones que nos permitan evaluarlo, no podemos decir nada. Y esto es algo clave en la formación de nuestros jóvenes investigadores y nuestros jóvenes científicos: la posibilidad de no saber y de afirmar y admitir que no se sabe”.

El largo camino del ser humano

Como “hijos” de la cruza del homo sapiens con los neandertales, puso sobre la mesa Kornblihtt, los seres humanos no descendemos del mono, tal como planteaba Charles Darwin, sino que somos monos. O como afirman otros científicos: los monos son hombres.

“Los seres humanos no descendemos del mono; el ser humano es un mono, un mono africano”. Gorilas, chimpancés –la especie viva más cercana al ser humano-, el orangután y el bonobo somos todos hominini, dijo el argentino, quien dibujó rápidamente la travesía de nuestra especie desde sus inicios, hace aproximadamente 200 mil años.

“Todos llevamos porciones de neandertal [entre un 2 y un 5%] en nuestro genoma; esto se descubrió hace muy poquititito. Lo llevan los europeos y sus descendientes, lo llevan los asiáticos, los indochinos, los de Oceanía y los indoamericanos que dieron origen a la mayor parte de las poblaciones latinoamericanas, cuando miles de años después la Conquista europea mezcló los que ya tenían genes de neandertal europeos con los que ya tenían genes de neandertal indígenas americanos”, mencionó el investigador, quien de pronto levantó la voz para lanzar una pregunta a los presentes.

“¿Y quiénes son los únicos que no tienen genes de neandertal? ¡Los que no salieron de África, los negros! No tuvieron la ‘oportunidad’ de cruzarse con esa especie arcaica y primitiva [los neandertales]; o sea, para el nazismo esto es una paradoja, porque si hay una raza pura… ¡Son los negros!” De nueva cuenta, las risas llenaron la cafetería de la Biblioteca del ITESO.

Una cosa sí que le angustia a Kornblihtt: el fin de la vida.

“Hasta hace poco no me angustiaba y ahora me angustia pensar que quizás la vida –y no me refiero a la vida humana, me refiero a la vida de células en este planeta–, en algún momento se va a acabar, porque el Sol se va a recalentar y la vida va a desaparecer de la Tierra, y si los humanos no colonizamos otro planeta, cosa que es bastante poco probable, la vida pase a ser un evento único en la historia del Universo”. Texto Enrique González Foto Roberto Ornelas