Un diagnóstico en varias comunidades del país, todas con altos índices de violencia, llevó a los jesuitas Gabriel Mendoza Zárate y Jorge Atilano González a plantear una propuesta para sanar la fractura del tejido social.

Los eventos ligados al narcotráfico no son los únicos indicadores de que en el país hay una fractura del tejido social: también lo son acontecimientos como el que un menor de edad dispare contra sus compañeros en una escuela de Monterrey y el aumento en la construcción de cotos en la Zona Metropolitana de Guadalajara.

“Hay una crispación social que vemos de manera aislada. Por ejemplo, el evento del niño que dispara a sus compañeros no está ligado al narcotráfico o al crimen organizado; es un acontecimiento que nos muestra una situación con raíces culturales y estructurales, es un hecho más sistémico que nos habla de una discapacidad para convivir con el otro, para generar sentido de comunidad, y de cómo está destruido el tejido social”, dice Gabriel Mendoza, SJ.Él y el también jesuita Jorge Atilano González elaboraron una propuesta para su reconstrucción, tras hacer un diagnóstico en 14 comunidades del país. Ambos pertenecen al Centro de Investigación y Acción Social del Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro.

La Compañía de Jesús les encomendó esta iniciativa, en una búsqueda por responder a la situación de la violencia que vive México.

“La Compañía tiene presencia en lugares que han sido muy sensibles a la violencia o lugares que nosotros llamamos ‘lugares críticos’, por el índice de violencia que hay, como la Tarahumara, Chihuahua, Tamaulipas, Torreón, Tijuana, Guadalajara y en el sureste del país, Chiapas y Tabasco”, explica Mendoza.

Lo que encontraron, dice, fue una violencia invisible que se fraguó durante años. A ello le denominaron fractura del tejido social. “Es decir, se había roto la capacidad de crear vínculos con los demás, con los vecinos. Esto provocó que despertara la desconfianza y se perdiera la identidad de grupo y la capacidad para tomar acuerdos”.

González señala que el rompimiento del tejido social es un proceso lento en el que intervinieron varios factores como la migración, el boom del aguacate, el cultivo de marihuana y los cárteles.

“Hay muchas secuelas de la violencia, hace perder el sentido del orden y del respeto, eso deteriora las relaciones al interior de la familia”, cuenta.

Gabriel Mendoza, por su parte, señala que en México el punto de inflexión fue la llegada del neoliberalismo en la década de los 80. “Lo vemos muy claro en las transformaciones que hubo en el trabajo; toda esa precarización de la vida donde ya no había empleos fijos aumentó la subcontratación y la pérdida constante del poder adquisitivo del salario”.

El reporte “Poder adquisitivo del salario y la precarización del nivel de vida de los trabajadores en México 2012”, del Centro de Análisis Multidisciplinario de la UNAM, reveló en 2012 que en 25 años se perdió el 73% del poder adquisitivo del salario mínimo en México.

Esta caída orilló a que en las familias trabajara más de uno de sus integrantes, y además aumentó el tiempo dedicado al trabajo para ganar lo necesario para subsistir.

“La mayoría de los trabajadores llegan agotados a su casa, estresados, se la pasan enajenados en la televisión, no porque sean malas personas, sino porque están físicamente agotados”, detalla Gabriel Mendoza.

“El mismo trabajo los va individualizando y pierden la capacidad de cuidar a los hijos, de tal manera que quedan en la desprotección familiar y social; y es fácil que un muchacho que ya no está bajo el cuidado de sus papás reduzca su interés en la escuela porque no se siente motivado y se refugia en la calle, en las pandillas, etcétera”.

Agrega que el resultado de estos procesos sociales no se puede enfrentar de manera aislada, como se pretende hacer desde programas de prevención de violencia que solo piensan en el alumbrado, habilitar canchas de futbol o aumentar la vigilancia.

Acciones como el incremento de fuerzas del orden, ellos opinan, no abonan a la construcción de paz. “Necesitamos un programa de reconstrucción del tejido social que rehabilite esos elementos sociales que nos dan cohesión social, que nos dan fortaleza institucional, volver a construir estos tejidos frágiles”, dice Mendoza.

¿Por dónde empezar?

Jorge Atilano González considera que, aunque existe la conciencia de la ruptura social, el problema es que no hay claridad de qué hacer, lo que dificulta la toma de acuerdos de la sociedad.

“Es un problema sistémico, multicausal y complejo. La respuesta tiene que ser también compleja y con diferentes componentes, el problema no lo va a poder solucionar solo gobierno, ni solo la iglesia, ni solo los maestros, ni solo las familias”, advierte.

En el libro Reconstrucción del tejido social: una apuesta por la paz se encuentran tanto el diagnóstico de las comunidades como la propuesta de reconstrucción social, cuyo núcleo es recuperar los vínculos de confianza, el sentido de identidad y llegar a acuerdos.

En Cherán y Tancítaro, Michoacán, y en Bachajón, Chiapas, encontraron las condiciones para trabajar los cinco ejes que plantean ambos jesuitas en la publicación: economía social y solidaria; educación para el buen convivir; reconciliación familiar; gobierno comunitario, y espiritualidad eco-comunitaria.

“Cherán es un tema en sí mismo, el cómo la comunidad logra reconstituirse e instituirse como gobierno comunitario; nosotros llegamos ahí un poco para reforzar esas iniciativas que ellos ya habían tomado de manera comunitaria, porque también estaban aprendiendo, experimentando y nosotros más bien les ofrecimos el programa que habíamos diseñado a partir del diagnóstico y de otras experiencias que habíamos recuperado. Ellos dijeron, ‘sí, esto nos va a ayudar’” relata Mendoza.

En una década (2005 a 2015) en Tancítaro se registraron 5 mil actos de delincuencia entre asesinatos y secuestros en una comunidad con 29 mil habitantes.

“Los niveles de violencia en Tancítaro fueron muy altos y eso creó la conciencia en los partidos de no seguir fracturando más el tejido social, sino que tienen que cambiar los modos de hacer lo político” cuenta González.

Para la elección de 2015, los partidos registraron una planilla de unidad, agrega Zárate y señala que “tanto en Cherán como en Tancítaro se dieron esas condiciones para trabajar los cinco ejes porque hubo una vinculación entre el actor político, en este caso el gobierno municipal y el gobierno comunal en Cherán, el párroco y autoridades como las escuelas”.

Zárate relata que Bachajón les interesó porque consideran al mundo indígena un lugar del cual todavía se pueden rescatar ejemplos de fortaleza social.

“En las comunidades indígenas encontramos que la asamblea sigue siendo una institución fuerte y el modo en que ellos resuelven sus conflictos, por medio de la reconciliación, por ejemplo; son instituciones con más legitimidad que el ministerio público o el modo de justicia occidental en el que vivimos nosotros” señala.

González coincide en que en el proceso de reconstrucción del tejido social ellos han enriquecido su propuesta con las comunidades con las que están trabajando. “Nosotros vamos aprendiendo junto con las organizaciones que acompañamos porque tene- mos que desaprender prácticas y volver a aprender otras, entonces lo vamos haciendo junto con otros porque hay que recurrir a la sabiduría de otros y de nuestros antepasados también”.

Asambleas de paz, programa de familias fuertes y campamentos, son solo una parte de las acciones que ya se están desarrollando en las tres comunidades, a la par de la capacitación de otras personas para que reproduzcan estos programas en otras comunidades.

Gabriel Mendoza y Jorge Atilano González estarán en el ITESO durante las actividades por el Día de la Comunidad Solidaria, del 7 al 8 de marzo, que este año tiene como tema la reconstrucción del tejido social.