El autor reflexiona sobre la responsabilidad de quienes son entrevistados en calidad de expertos, en hacer que una realidad sea analizada, en vez de legitimada con el objetivo de obtener más audiencias

Por Christian Grimaldo, profesor del Departamento de Psicología, Educación y Salud

El pasado viernes 8 de marzo al mediodía me contactó uno de los encargados de atención a medios de nuestra universidad para preguntarme si quería dar una entrevista para un medio local sobre los feminicidios cometidos por Alejandro N, tanto en un motel como en un campus de la UTEG.

No es la primera vez que me contactan estos colegas; algunas veces he aceptado participar, pero otras me han pedido conversar sobre temas que no considero manejar y refiero a los medios con alguien más versado, especialmente para evitar decir cualquier cosa. En esta ocasión, una colega refirió al encargado conmigo, de entrada, habría algún motivo que ella percibió por el cuál yo podría decir algo que no fuera sentido común, así que me llamó la atención la consulta. Por lo que se me comentó, las personas del medio no querían que hablara del hecho como tal, sino de (cito): «las razones por las que los jóvenes pueden adoptar las letras o ideologías de alguna agrupación musical o cantante como influencia en su vida».

Mi primera respuesta fue «no estoy muy enterado del caso ¿tú sabes qué tiene que ver lo de la música con éste?», la respuesta del colega fue: «por la playera que traía el asesino». Me intrigó bastante la información, busqué en Google las palabras «crimen uteg» y la segunda respuesta me dejó pasmado. Ahí estaba Alejandro N, parado frente a un espejo de baño, sosteniendo en una mano un hacha y en la otra el celular con el que tomaba la foto, con medio rostro tapado por un paliacate estampado con la quijada de una calavera, vistiendo nada más y nada menos que una playera idéntica a las que yo usaba en la preparatoria.

Quienes me conocen desde entonces reafirmarán que mi gusto por las playeras negras de bandas de nu metal no era poca cosa, tenía una para cada día de la semana y la banda que más ocupaba espacio en mi clóset era una: Slipknot. Mi nivel de uso de esas playeras era tal que uno de mis amigos se refería a ellas como «mis pijamas», ese amigo era el mismo que dibujaba caricaturas de mí vistiéndolas. El diseño de las playeras, siempre negras, era básico, con estampados realistas o caricaturescos al centro, ocupando por lo menos dos terceras partes de la prenda, siempre antecedidos por letras grandes en color rojo o azul nombrando a la banda en la parte superior. Si me pregunto ahora qué me hacían sentir esas prendas, la respuesta es «yo mismo», en ese momento sentía que me distinguían de lxs demás y de quién era yo antes de entrar a la preparatoria. Escuchaba mucha música de nu metal, pero mi manejo del inglés era pobre y no entendía las letras en su totalidad.

Esto que narro está siempre en mi memoria, porque ese periodo de mi vida y esas amistades me proyectaron a lo que soy hoy. Ese acceso a tantas formas culturales que yo ignoraba o a las que no podría haber llegado por falta de recursos intelectuales y económicos me abrió la perspectiva sobre hacía dónde podría orientar mi vida. El mundo era más grande de lo que había pensado, la oferta cultural se escapaba a lo que yo veía y escuchaba en los medios de comunicación convencionales, de esa maravilla por lo desconocido nacieron mis deseos por estudiar que después se convirtieron en vocación por investigar.

Todo esto pasó por mi mente al leer la invitación del colega que me refería a la entrevista a manera de una explosión confusa de recuerdos y sentimientos. Le dije entonces: «puedo participar, tal vez no les daré la respuesta que esperan, la idea de que un gusto determina prácticas es causal y estigmatizante, acabo de ver qué playera traía, yo era fan de esa banda a su edad jajaja».

A la hora puntual en que acordamos sonó mi teléfono, del otro lado de la línea estaba una periodista que me saludo cordialmente y me comentó que reconocía que era un día muy ajetreado (8M). Me dijo que quería hablar de los feminicidios cometidos por Alejandro N, específicamente sobre la relación entre las bandas musicales y los actos cometidos. Debo admitir que una parte de mí esperaba que la periodista me dijera algo distinto al primer colega que me contactó, pero no fue así.

No obstante, me alegró escuchar del otro lado de la bocina a una periodista sensible, que tenía el 8M en mente y que se refería a lo sucedido como feminicidios, no como asesinatos. Le dije que lamentaba no decirle lo que probablemente se esperaba, pero que me parecía un desacierto reducir a una explicación causal un hecho tan complejo y doloroso. No podemos establecer esas relaciones como generales, porque una misma canción puede significar cosas muy diferentes para una persona y para otra. No había, hasta el viernes, información suficiente para establecer esa relación en el caso, salvo el hecho de que el sujeto publicó una foto antes de cometer los actos donde se apreciaba que usaba una playera de Slipknot.

«Si hubiera vestido una playera de Adidas no nos estaríamos preguntando si Adidas influye en la mentalidad de los feminicidas», le dije, «acá se establece la relación porque la banda emplea símbolos grotescos, sus máscaras tienen picos, sangre y otros elementos del estilo, pero ¿es eso suficiente para acusar la influencia?». Le recordé que hace años se acusó falsamente a la música de Marilyn Manson por haber influido en los actos de la masacre de Columbine y que muchas otras veces se había culpado a los videojuegos por lo mismo.

Este tipo de relaciones causales invisibilizan otras fuentes de influencia, una estructura social violenta, vidas cotidianas en constante estado de alerta por riesgo de desaparecer, gobernantes que niegan la violencia feminicida, presidentes que aseguran que las protestas son obra de sus opositores, sistemas legislativos que condonan la violencia por falta de pruebas que rayan en lo absurdo, impunidad a secas ¿En qué momento, me pregunto yo, nos parece más lógico culpar al estampado de una playera?

Los símbolos, le comenté, son además más complejos que eso que describe la pregunta, la manera en que nos los apropiamos rebasa lo obvio, los grupos los resignifican más allá de lo que pretendan representar. Algunos elementos simbólicos tienen la capacidad de reivindicar, otros de despreciar, lo que incitan depende del uso y sentido que le den los grupos en contextos determinados, no de los símbolos en sí mismos. Que algo represente lo grotesco, no necesariamente conlleva la realización de actos grotescos, podría involucrar incluso su sublimación.

No quise dejar de decirle a la reportera que yo solía vestirme con esas playeras, que aceptar esa premisa era un contrasentido para mí mismo. Ella me dijo que también era fan de Slipknot. ¿En qué momento llegamos a normalizar ese tipo de hipótesis al grado de agravarnos a nosotras y nosotros mismos?

La compañera me dijo «tiene razón, tenía más preguntas, pero no tiene sentido que se las haga porque van en la misma línea». Me disculpé si es que lo que le estaba diciendo afectaba su trabajo, le aclaré que, en todo caso, solo iba a hacer que tuviera que buscar a otro entrevistado que le confirmara aquello con lo que yo no estaba de acuerdo, pero que me parecía que como medio tenían una responsabilidad importante. «Imagínate», le dije, «¿Qué podría pasar con otras personas que vistan esas playeras si le damos fuerza a esa idea? ¿Cuánta gente las verá raro o les sacará la vuelta sin que hayan hecho nada para merecerlo?, incluida tú que eres fan».

Finalmente, conversamos sobre lo peligroso que era reducir la violencia feminicida a un elemento tan simple. Me pareció claro que la reportera pensaba similar a mí, pero estaba tratando de hacer su trabajo.

Cuando colgamos me quedé pensando que era la primera vez que me plantaba tan abiertamente opositor a una pregunta en una entrevista, también la primera que notaba a quien me entrevistaba en esa disyuntiva por estar preguntando algo con lo que no necesariamente estaba de acuerdo. ¿Qué tan común es el sentido común? Notando que la reportera no parecía cómoda preguntando eso, me cuestioné sobre qué tan hegemónica es la visión de un medio al que, como público, solemos ver monolítico. Pensando en quienes solemos responder a estas preguntas, reflexioné sobre cómo podemos explicar la violencia que paulatinamente se ha convertido en cotidiana. Y, como universitario, me surgía la duda ¿qué responsabilidad tienen nuestras explicaciones en su avance o detenimiento?

Han pasado ya varias semanas y, por primera vez, después de ya varios años colaborando con este tipo de entrevistas, el medio no ha publicado ningún fragmento de mis respuestas. ¿Será la realidad como la vemos representada en ellos? Sigo pensando lo mismo que el día que fui entrevistado, pero ahora tengo muchas dudas sobre el rol que juegan las personas “expertas” en la validación de una realidad que, más que ser analizada, es legitimada con el objetivo de obtener más audiencias. Ampliar la pluralidad de voces y cuestionar nuestras visiones hegemónicas sobre el mundo es también una tarea universitaria a la que toca comprometernos.

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