La vida cotidiana, tras un hecho trágico, necesita del olvido para poder sostenerse. ¿Por qué no abrirnos a la posibilidad de escuchar lo que tanto dolor causó?

Por Lorelvir Escamilla Cassy

A lo largo de la historia de la humanidad, han ocurrido innumerables acontecimientos que han dejado una profunda huella en la sociedad y moldeado el curso de la civilización. La peste negra, la colonización de América, la Primera Guerra Mundial, el Holocausto, la Guerra Fría, entre otros, han sido todos eventos que han marcado la memoria del ser humano. Sin embargo, cuando nos referimos a la “memoria del ser humano” no estamos hablando sobre una memoria individual sino de una memoria colectiva. 

La memoria colectiva, concepto introducido por Maurice Halbwachs, se puede definir como la reconstrucción del pasado a través de lo experimentado por un determinado grupo o comunidad. Este autor expone que la memoria individual no funciona como un fenómeno aislado, sino que esta se encuentra fuertemente influenciada por la memoria colectiva “Nuestra cultura y nuestros gustos aparentes (…) se explican en gran medida por los lazos que nos unen siempre a un gran número de sociedades (…)” (Halbwachs, 1968, p.132). Al mismo tiempo, esta última únicamente puede existir si se cuenta con los marcos sociales -tiempo, lugar y lenguaje-, puesto que estos funcionan como un pilar mismo de la memoria, haciendo que esta permanezca.

Por un lado, los marcos de tiempo y lugar nos brindan ubicación y contexto y, por el otro, es del marco del lenguaje del que va a depender que se preserve la memoria, puesto que este permite que se narren las experiencias pasadas. Es evidente, entonces, que en el caso de que no se cuente con alguno de estos tres marcos, la memoria no podría continuar y la sociedad se sumergiría en el olvido.

Imaginar lo anterior no es para nada descabellado. Si bien existen grandes ejemplos de una buena preservación de la memoria a lo largo de la historia y el mundo (como lo son las víctimas del holocausto o del 9/11), la realidad es que es más fácil olvidar que recordar. Resulta menos laborioso y doloroso para una comunidad olvidar eventos pasados que pudieron generar un trauma social, que el hecho de escucharlos y asimilarlos, reconociendo así la violencia y tragedia que les precede. El mejor ejemplo para explicar lo anterior, es la Guerra Sucia y el borramiento que esta tuvo en Guadalajara.

Vale la pena aclarar que el olvido no siempre es algo malo y que en más de una ocasión es necesario, según lo explica Marc Augé: “La memoria y el olvido guardan en cierto modo la misma relación que la vida y la muerte.” (1998, p.19). Sin una no existe la otra y no podemos recordarlo todo, ya que esto nos llevaría, posiblemente, a la locura. Sin embargo, una sociedad que voluntariamente decide olvidar todos los días ha perdido su memoria. Algo similar ocurre en Guadalajara.

Durante la década de los 70s, México experimentó un despertar social, encabezado principalmente por estudiantes y sindicatos. Estos dos grupos que se oponían al régimen y exigían democracia fueron fuertemente sofocados por el gobierno, que utilizó la tortura y desaparición como sus dos principales herramientas para controlar a los grupos de oposición considerados subversivos como la Liga Comunista 23 de Septiembre[1], fundada en Guadalajara, pero que rápidamente llegó a distintos estados de la República.[2]

La Guerra Sucia en Guadalajara dejó a su paso un legado de catástrofe, dolor y trauma y, sin embargo, es impresionante lo poco que sabemos de esta. Desde las cifras de muertos, desaparecidos y torturados, hasta los nombres de las víctimas y responsables de la tragedia. Guadalajara se sumergió en el olvido, sin dejar al menos una puerta entreabierta para la memoria.

Lo anterior, lo podemos atribuir a tres causas distintas, según lo expone Mendoza García en Reconstruyendo La Guerra Sucia En México: Del Olvido Social A La Memoria Colectiva

“Se puede hablar de al menos tres maneras en que el olvido se afinca en una sociedad. En el primero se plantea la necesidad de olvidar (…) (segundo) acelere social que la sobre modernidad imprime a las ciudades, la velocidad con que se vivencian los sucesos (…) (tercero) se denomina institucional y que, de consumarse, asimilarse o asumirse, termina por producir un olvido social.” (2007, p.5).

En Guadalajara, entonces, nos encontramos con las tres. La sociedad, después de los horrores vividos durante la Guerra Sucia, decide olvidar en un intento de continuar con la vida cotidiana, ignorando el sufrimiento de las familias de las víctimas y haciendo más sencillo la consumación de las otras dos formas de olvido: el acelere social y el olvido institucional.

Lamentablemente, la Guerra Sucia en México no fue el fin de una época de violencia, más bien el inicio. El crimen organizado entró con fuerza y continuó con el legado de terror, el que vivimos actualmente. Todos los días hay una persona desaparecida o muerta, la violencia que se vive en México no es normal, pero sí común y esto resulta suficiente para que la sociedad decida ver estos eventos y luego, continuar con su día normal, puesto que se asume que, en unas horas, la noticia de otro desaparecido opacará la del muerto. La máxima expresión del acelere social “(…) la dinámica social es de tal vertiginosidad que impide que un acontecimiento sea significativo porque aún no ha terminado de respirarse, de vivirse, de significarse, y ya está llegando otro (…)” (Mendoza García, 2007, p.5).

Por último, nos encontramos con el olvidar institucional. Elizabeth Jenil en Los trabajos de la memoria explica cómo funcionaría este olvido ocasionado a través de lo institucional:

“El pasado ya pasó (…) no puede ser cambiado. Lo que puede cambiar es el sentido de ese pasado, sujeto a reinterpretaciones ancladas en la intencionalidad y en las expectativas hacia ese futuro (…) La intención es establecer / convencer / transmitir una narrativa, que pueda llegar a ser aceptada.”

Jenil explica que, en los relatos de las dictaduras, se le atribuye el papel de héroe al militar que, valientemente, luchó contra la amenaza que representaban los grupos de oposición. Se enaltecen ciertas acciones y se elimina la evidencia los crímenes y violaciones a derechos humanos. Esto ocasiona un borramiento de memoria colectiva, donde lo único que queda es una memoria privada, silenciada, censurada y contenida en la intimidad. Exactamente, esto fue lo que sucedió en Guadalajara. Se ocultaron los crímenes, se alteró la narrativa a favor del régimen y se silenciaron las voces.

Hoy en día aún hay sobrevivientes de esta Guerra, preservando la memoria de aquello que la sociedad tanto se ha esforzado en olvidar. Sus historias, las de sus amigos y familiares están resguardadas en su intimidad, sin embargo, las de otros se vociferan con tanta fuerza como la que este olvido les permite. Queda en nosotros decidir si estamos dispuestos a escuchar, recordar y exigir el respeto a la memoria.

BIBLIOGRAFÍA

Augé, M. (1998). La memoria y el olvido. Las formas del olvido, (pp.11-34). Gedisa.

Halbwachs, M. (1968). La memoria colectiva y el espacio. La memoria colectiva, (131-165). Prensas Universitarias de Zaragoza.

Jelin, E. (2002). Las luchas políticas por la memoria. Los trabajos de la memoria, (pp.39-62). Siglo XXI.

Mendoza, J. (2007). Reconstruyendo La Guerra Sucia En México: Del Olvido Social A La Memoria Colectiva. Iztapalapa: revista de ciencias sociales y humanidades, (pp.1-23). Recopilado de: Núm. 62-63/1-2 (2007) (uam.mx).

 

[1] Considerada como uno de los actores más destacados en la Guerra Sucia, fue fundada en 1973 y estaba conformada en su mayoría por jóvenes estudiantes.

[2] Guadalajara fue, verdaderamente, un estado clave durante la Guerra Sucia en México y, sin embargo, hoy en día no tenemos recuerdo alguno de los eventos de esta.

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