Visibilizar este tipo de violencia que arrebata hijos, tranquilidad, vínculos y sentido de vida, es el primer paso para detenerla

Por María Gabriela Arreola Martín

En el Área Metropolitana de Guadalajara se está librando una lucha silenciosa. Madres que han decidido salir de relaciones violentas están perdiendo a sus hijas e hijos. No porque hayan abandonado su hogar. No porque hayan fallado como madres. Los pierden porque sus exparejas utilizan a los menores como instrumentos de castigo. Esta violencia tiene nombre: violencia vicaria.

Se trata de una forma extrema de violencia de género, en la que el agresor daña a la mujer a través de lo más valioso: sus hijos, sus hijas. Es una violencia que se esconde detrás de discursos como “paternidad comprometida” que usa al sistema legal como arma y que deja marcas profundas en los cuerpos y emociones de quienes la viven.

 

“Me los fue quitando con palabras”

Una mujer de 34 años, psicóloga y madre de dos niños, comenzó a notar que algo estaba mal cuando sus hijos regresaban de las visitas con su padre. “Empezaron a decir cosas que nunca habían dicho: que yo era la culpable del divorcio, que lo había arruinado todo. Eran sus palabras, no las de ellos”.

Después de separarse de su expareja, quien había ejercido violencia emocional durante años, enfrentó una nueva pesadilla: falsas denuncias, manipulación emocional de los menores y un proceso judicial en el que se sintió sola.

“Fui al DIF, al juzgado familiar… pedí ayuda. Sólo me dijeron que intentara llevarme bien con él por el bien de los niños. ¿Cómo te llevas bien con alguien que te está arrebatando a tus hijos con mentiras?”

La violencia vicaria la afectó en todos los niveles: emocionalmente, con una depresión severa; económicamente, por los gastos legales y terapéuticos, y físicamente, por el agotamiento y el insomnio constantes.

Hoy continúa en un proceso legal complicado, donde sus derechos como madre parecen pesar menos que los discursos manipuladores de su agresor.

 

“La fue alejando de mí con regalos y mentiras”

Otra madre, de 42 años, habitante de Tlaquepaque y madre de una adolescente, relata cómo su exmarido convirtió a su hija en un campo de batalla. “Le decía que yo lo dejé por otro hombre, que era egoísta, que ella no me importaba. Y yo veía cómo poco a poco dejaba de hablarme, de abrazarme.”

Cada intento de convivencia era saboteado. Cuando debía entregarla, el padre ponía pretextos o simplemente no lo hacía. Cuando la niña estaba con él, no respondían llamadas ni mensajes.

Acudió al juzgado familiar en Guadalajara. Le dijeron que debía resolverlo de forma civilizada. “Como si esto fuera una discusión por vacaciones y no una estrategia sistemática para separarme de mi hija”.

Sólo gracias a una asociación civil pudo acceder a apoyo legal y psicológico. Con mucha paciencia, empezó a reconstruir el vínculo con su hija. Aún duele. Aún lucha.

 

Las instituciones que no ven ni oyen

Ambas mujeres buscaron ayuda institucional. Ninguna encontró una respuesta efectiva. Las autoridades minimizaron la violencia, les pidieron pruebas casi imposibles de conseguir, o simplemente les recomendaron “llevar la fiesta en paz”.

Pocas autoridades en Jalisco están capacitadas para reconocer la violencia vicaria. A menudo la confunden con disputas por custodia o “problemas de pareja”. Y mientras tanto, madres pierden el contacto con sus hijos. Hijas e hijos son utilizados, manipulados y emocionalmente dañados.

 

¿Qué se necesita?

Las víctimas piden algo sencillo: ser escuchadas y protegidas. Que los jueces, trabajadores sociales y agentes del Ministerio Público comprendan que no toda disputa por la custodia es neutral. Que hay contextos en los que uno de los progenitores utiliza el poder para seguir ejerciendo violencia.

Se necesita capacitación urgente, protocolos específicos y un compromiso real del Estado. También redes de apoyo psicológico, legal y emocional para las madres y para los niños y niñas afectados.

 

A otras mujeres: “No estás sola”

Ambas mujeres coinciden en algo: hablar de lo que viven les ha dado fuerza. Compartirlo también es una forma de resistir. Y a otras madres que puedan estar viviendo lo mismo les dicen: “No estás loca. No estás exagerando. No estás sola”.

La violencia vicaria no solamente arrebata hijos. Arrebata tranquilidad, vínculos y sentido de vida. Visibilizarla es el primer paso para detenerla.

María Gabriela Arreola Martín estudia la licenciatura en Derecho en el ITESO. Este artículo es parte de la investigación «Violencia vicaria en el Área Metropolitana de Guadalajara, análisis jurídico y barreras en el acceso a la justicia» que se lleva a cabo en el PAP «Mirar la ciudad con otros ojos» en el ITESO, Primavera 2025.