El sufrimiento de las personas privadas de su libertad en México se extiende a sus seres más cercanos, en especial a las mujeres, quienes están a expensas de la violencia psicosocial que ejerce contra ellas el poder punitivo, señalaron académicas durante el Primer Encuentro Internacional sobre Familias y Cárcel organizado por el ITESO
La experiencia de tener un familiar en la cárcel es vivida con doble intensidad por las mujeres, al asumir como propio el castigo que cumple la persona privada de su libertad y describir el proceso como un hoyo oscuro sin salida o como un viacrucis.
Al mismo tiempo, esta vivencia repleta de sufrimiento debe contar con procesos de acompañamiento o apoyo jurídico-psicosocial, ya que el dolor de las mujeres familiares de personas en prisión está invisibilizado por el poder punitivo del Estado y su sistema penitenciario.
A estas y otras conclusiones llegaron Nadia Patricia Gutiérrez Gallardo, académica del Departamento de Psicología, Educación y Salud (DPES) del ITESO, y Citlalli del Carmen Santoyo Ramos, integrante del Comité de Latinoamérica y el Caribe para la Defensa de los Derechos de la Mujer (Cladem) y también profesora del DPES.
Ambas desarrollaron una investigación conjunta acerca de los efectos del encierro punitivo en las mujeres con familiares privados de su libertad, sobre cómo el poder ejerce violencia sobre ellas y los enfoques de acompañamiento para ayudarles a resistir frente a un sistema que definen como «despótico».
«Hay que transformar y pasar del aguantar, del sometimiento a un poder político sobre la vida de las personas hacia la resistencia ante ese poder punitivo», señaló Santoyo en el Primer Encuentro Internacional sobre Familias y Cárcel, organizado en modalidad online por el ITESO y el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso).
«La idea de este proyecto es tener mayor riqueza de esta experiencia para pensar en formas de acompañamiento, de caminar junto con ellas en este calvario, de dar una mano para ayudarles en esta lucha y encontrar formas de resistencia», comentó Gutiérrez.
Una experiencia «terrorífica»
«Es como si estuviera hundida, como si estuviera en un lugar oscuro sin salida, como si hubiera caído en un hoyo», narró «Iris», una de las 12 mujeres que compartió su experiencia de tener un familiar en el penal de Puente Grande y cómo esta situación le afecta.
Las historias de las víctimas se pueden condensar en dos metáforas: la de un hoyo oscuro al que hace mención «Iris» y la de un viacrucis o calvario por recorrer, resume Gutiérrez.
«Es algo que trastoca totalmente la vida cotidiana, a partir de ese momento la vida nunca será como antes», apunta.
El estigma de tener a un ser querido en una prisión se sufre como una pesadilla de la cual no se puede despertar. Además la mujer enfrenta al menos tres ciclos tortuosos y repetitivos en lo judicial, lo económico y en el cuidado de la propia persona.
«En lo jurídico, la familiar vive atrapada en un curso repetitivo de estar con abogados y lidiar con una situación que nunca podrá resolverse. Se genera una desconfianza muy fuerte, no solo en la relación con los abogados sino en las relaciones en general. Hay un sentimiento de engaño y estafa», Gutiérrez.
Dentro del «bucle» económico, la mujer se endeuda repetidamente para pagar los gastos del proceso jurídico y mantener a su familia, mientras que en el «loop» del cuidado está tan preocupada por la persona en prisión que eso sobrepasa su propia existencia.
«Me importa que el familiar esté bien, yo no me puedo caer, darme el lujo de enfermarme o caerme en prisión. Tengo que vivir para el otro», explica Gutiérrez. «La mujer asume los costos económicos y de salud ante un sistema que no le reconoce su existencia y se pierde el significado de vivir para sí misma».
¿Cómo el poder punitivo atemoriza a las familias?
Las mujeres con familiares privados de la libertad también sufren el encierro adicional ejercido por las instituciones penitenciarias. Son criminalizadas, tratadas con dureza y frialdad pese a no haber cometido un delito, viven en perpetua confusión por los cambios de reglas que las cárceles imponen a los visitantes y con un temor constante.
Así lo describe Santoyo, quien añade que el sufrimiento de los familiares es «sistemáticamente invisibilizado» y la violencia sociopolítica que reciben procede de un sistema que criminaliza la pobreza y protege los intereses de grupos conservadores y de las élites económicas.
«Hay que cuestionar y problematizar más sobre quienes ocupan las cárceles, la mayoría son jóvenes empobrecidos», asevera. «En las últimas tres décadas, el Estado tiende a salvaguardar los intereses del mercado, y hay una penalidad neoliberal en estas sociedades».
La experiencia carcelaria del familiar es vivida por las mujeres en soledad, debido al sentimiento de vergüenza y culpa que sienten por ese hecho. Además reciben un trato hostil de las instituciones penitenciarias cuando hacen sus visitas.
«Es una forma de criminalizar y castigar a las personas como sujetos de sospecha criminalizada por sostener relaciones con el preso. Es un estigma que produce prácticas discriminatorias. Eres el enemigo, el intruso», describe Santoyo.
Las vejaciones del poder punitivo sobre las mujeres hacen que ellas no sepan qué esperar en cada visita al penal.
«Hay un temor constante no solo de represalias, si no de que se les niegue las visitas a sus familiares. Son tácticas del poder punitivo para reducir la capacidad de agencia de las personas, y busca desestabilizar para someter la voluntad y obtener la constante obediencia», menciona la integrante de Cladem y profesora del DPES del ITESO.
Para enfrentar esta estigmatización, que a su vez genera problemas en la reintegración social tras la salida de la prisión, Santoyo propone un modelo de acompañamiento a las víctimas en cuatro momentos cruciales: en la imputación y posterior detención, durante el encierro, durante la sentencia (y los posteriores recursos de apelación) y en los procesos de preliberación y liberación.
En ese modelo se entrelazan temas como el apoyo económico, respaldo psicológico o la asesoría penal a las víctimas. «No es acompañar todo el tiempo, pero sí en momentos cruciales», enfatizó Santoyo.
El encuentro tuvo por objetivo generar un espacio de comunicación, intercambio y divulgación; reunir a públicos de la academia, sociedad civil, gobierno, familiares y personas interesadas en el impacto del encierro punitivo y sus efectos colaterales en familiares de personas privadas de su libertad.