Desde la vivencia aprendida durante el voluntariado ignaciano, el autor dio un nuevo sentido a su formación profesional, encaminándola hacia la construcción de un nuevo destino para nosotros y la Gaia, en el que un propósito material se sustituya por el alcance de una ecología integral y de una sustentabilidad interior que se expanda hacia una verdadera sustentabilidad planetaria

Por Luis Carlos Chávez Alzaga, exvoluntario del Centro Universitario Ignaciano

La problemática ambiental, en su complejidad y notoriedad, no es más que el reflejo de una crisis de civilización dada por una concepción de desarrollo, alcanzado a través de la explotación insostenible del medio natural, con serias consecuencias sociales y culturales. Se trata de una ideología de progreso que sutilmente ha evolucionado en acuerdos que condicionan las estructuras sociales, los anhelos intrínsecos personales, el modelo económico productivo y de consumo y el significado (antropocéntrico) del ambiente natural. 

Por ello, como contra respuesta a la crisis planetaria que ha venido generando, han surgido movimientos de concientización y llamado a la población por el trabajo colectivo para una transformación hacia una nueva realidad que asegure un medio ambiente sano como un derecho al desarrollo humano.  

Un ejemplo de ello es el Papa Francisco, quien en su encíclica Laudato si’, no se estanca en evidenciar la complejidad de fuerzas, especialmente antropogénicas, que conducen a la aparición y reproducción de la degradación de nuestra casa común, sino que nos invita a reflexionar y dialogar conjuntamente para cambiar ese destino, a través de experiencias en compañía de la espiritualidad cristiana, y acompañando a los actores afectados y vulnerables en su lucha frente a las injusticias socioambientales de la desnaturalización humana. 

Pude vivir algunas experiencias de ese tipo al participar en el voluntariado “Justicia Ambiental” (anteriormente llamado “Por Nuestro Río”) del Centro Universitario Ignaciano durante mi formación profesional y, sin duda, esa misma experiencia influyó en mi formación desde un sentido humanista. El voluntariado me permitió introducirme y conocer otra parte de la realidad de la Zona Metropolitana de Guadalajara (ZMG) intencionalmente oculta. Mediante el llamado “Tour del Horror” se trabajó (aún lo hace) en visibilizar y sensibilizar a la comunidad universitaria y población en general ante la realidad problemática y multirrelacional alrededor y dentro de la Cuenca El Ahogado, asfixiado por la ZMG. Dicho contexto está integrado por un sistema de variadas actividades humanas y productivas que demandan recursos naturales del medio y desencadenan una serie de negativas repercusiones ambientales y sociales, dando como resultado casos alarmantes como el Río Santiago (véase el documental “Resurrección”, de Polgovsky, 2016). 

Al ecologizar la espiritualidad cristiana se da una motivación y pasión mística que, además, alientan y dan sentido a la acción personal y comunitaria por el cuidado del mundo, porque, como el Papa nos comparte, la espiritualidad se vive con y en la naturaleza, el cuerpo y las realidades. 

Lo anterior me permitió reflexionar que se trata de un síntoma degenerativo de esta modernidad que se rige bajo un sistema neoliberal capitalista privatizador y selectivo en el respeto de la dignidad y derechos humanos. Muestra de eso queda en lo que pude escuchar en las pláticas con los habitantes de las zonas afectadas, como los municipios de El Salto y Juanacatlán, especialmente de aquellos que llevan largo tiempo viviendo y siendo testigos de la degradación paulatina de su territorio; así como en las luchas de estos grupos comunitarios en contrarrestar su situación involuntaria. 

Esta reflexión nos lleva a una sensibilización, en la cual se desarrolla empatía por el sufrimiento e injusticia que vive el otro (humano y no humano), y la comprensión del problema complejo, que atiende Francisco en Laudato si’ al explorar y adentrarse en las causas más profundas de esta devastación. Al ecologizar la espiritualidad cristiana se da una motivación y pasión mística que, además, alientan y dan sentido a la acción personal y comunitaria por el cuidado del mundo, porque, como el Papa nos comparte, la espiritualidad se vive con y en la naturaleza, el cuerpo y las realidades.  

Desde la vivencia de la espiritualidad ignaciana que aprendí durante el voluntariado y en los Ejercicios Espirituales, puedo decir que en el decaimiento de la ambientalización humana en un mundo al cual le hostiga una crisis social de desigualdad, existe una urgencia sobre la erradicación de la dicotomía nosotros/ellos y de la necesaria unión de los diversos mundos que engloba este planeta en un sistema abierto de saberes y prácticas sostenibles, para que un nuevo, diferente y esperanzador futuro sea posible para todos.  

Lo anterior implica que desde lo local hasta lo global se trabaje con y para una ética ambiental y del bien común, que genere relaciones entre humanos y no humanos de coexistencia y sinergia, pero, sobre todo, de identificarnos como parte de una misma creación. Una nueva forma de ser y habitar con estilos de consumo y de vida distintos, con mayor protagonismo la inteligencia espiritual y emocional en la vida de los colectivos. Una nueva realidad social que aminore la materialización del ambiente y resalte el aspecto cósmico-emocional frente a las maravillas misteriosas de la naturaleza, celebrando la belleza de la vida que el Señor nos ha otorgado para su permanente existencia.  

Dicha ética, nos permite soñar un mundo con personas unidas en ciudadanía que luchan con justicia por la dignidad humana, que no son indiferentes y que no le son aisladas las desigualdades que sufren los más desfavorecidos en este modelo excluyente. Una pluralidad que cuestiona y critica el ángulo contextual desde donde toman las decisiones los altos funcionarios, embrujados por el sistema urbano-agro-industrial. Donde el sentido y actuar político no es exclusivo del Estado, sino que es el pueblo quien genera o propone políticas públicas desde su realidad. Sobre todo, se reconoce a cada ser creación divina de Dios, un reflejo de Él y como un igual. 

Si eres de esos soñadores que decide tomar acción por ver un nuevo futuro y mundo, primero debes conocerlo, saber y comprender la realidad que vas a enfrentar y rehacer. De tal manera que esa chispa que llevas dentro se convierta en una llama inagotable, te convierta en una máquina perpetua y te invoque a trabajar en soluciones que ayuden a los colectivos y se sostenga. 

Estos saberes que aquí comparto no se hubieran materializado en mi formación profesional sin estas vivencias que trascendieron y complementaron los conocimientos de la lógica científica, matemática y tecnológica de la carrera ingenieril, para la atención a estos problemas complejos, abrazados por vertientes éticos, estéticos y epistemológicos. Sin mencionar que, tras haberme adentrado a estas realidades que a muchos les incomodan, presenciar la situación desfavorecida pero asignada, involucrarme en su cotidianeidad y escuchar sus conflictos y luchas por su territorio, salud y economía, fue lo que me impulsó a seguir mi formación profesional, tornándose más personal, al estudiar la maestría en Educación Ambiental para la Sustentabilidad en el Centro Universitario de Ciencias Biológicas y Agropecuarias de la Universidad de Guadalajara. 

Entonces, alcanzar el cambio obliga a la imaginación de otro mundo posible para un futuro esperanzador. Necesitamos que la especie humana deje de sobre-posicionarse y supra-valorizarse frente al planeta y retornar al mundo real en una mirada crítica, para que una vez insertados, redescubramos la majestuosidad de la obra de Dios y nuestra conexión e identidad con toda la complejidad del planeta Tierra. Vernos como un solo organismo para generar una nueva solidaridad humana; y entablar un nuevo diálogo colectivo en la construcción de un nuevo destino para nosotros y la Gaia, que nos lleve a un diferente concepto de desarrollo, en el que un propósito material se sustituya por el alcance de una ecología integral y de una sustentabilidad interior que se expanda hacia una verdadera sustentabilidad planetaria.  

Así que, dejando las formalidades, quiero invitarte a ti lectora, lector, itesiano o no, a que complementes tu formación profesional o personal viviendo experiencias de voluntariado, experiencias que se dirigen hacia el cambio externo pero que se adentran a lo interno de ti y también lo transforman. Si eres de esos soñadores (los escépticos conformistas te llamarán idealista) que decide tomar acción por ver un nuevo futuro y mundo, primero debes conocerlo, saber y comprender la realidad que vas a enfrentar y rehacer. De tal manera que esa chispa que llevas dentro se convierta en una llama inagotable, te convierta en una máquina perpetua y te invoque a trabajar en soluciones que ayuden a los colectivos y se sostenga. Déjame terminar compartiéndote algo, y es que lo mejor de todo esto, es la comunidad que se construye, con la que te envuelves, te recibe y te acompaña, con aquellos “locos” que comparten anhelos y visiones (no sueños guajiros) y con los que puedes encontrar una identidad en común. Esa es la mayor sensación de esperanza.