Desde la Antigüedad los cometas fueron vistos por muchos pueblos y culturas como agentes de mal agüero y mensajeros de catástrofes y desastres.
Los asociaron con la caída de imperios, la aparición de pestes, enfermedades, muertes y otras tragedias. Pero los cometas, dentro de la historia del hombre, no sólo construyeron una mala reputación: también tejieron una gran fama y prestigio, reconociéndose en la gastronomía, particularmente en la etnología. Su imagen quedó plasmada en los corchos y en las botellas de los mejores champagne y coñacs del mundo.
Alrededor de 1670, Dom Pérignon, un monje benedictino, llegó a la abadía de Hautvillers. Entre sus encomiendas estaba resolver los problemas que presentaba el vino producido en la abadía: un color turbio traslúcido y una gran cantidad de burbujas. Los primeros viñedos en la región de Champagne fueron fundados por los romanos aproximadamente en el año 57 a. C. En ese tiempo los vinos que ahí se originaban eran de cuerpo ligero, pálidos, de colores rojizos, sabores ácidos, con poca azúcar y menor consistencia que los vinos desarrollados en zonas vecinas. Ello obligó a la región de Champagne a producir más vinos blancos que tintos. Los primeros, obtenidos principalmente de la uva roja pinot noir, tenían un corto tiempo de vida, con sabores apagados, cuya gama de colores iba desde el blanco grisáceo hasta el rojizo o rosado pálido.
En la década de 1660, intentando preservar por más tiempo las características físicas (color, sabor y duración), los vinos blancos pasaron de conservarse en barricas a ser embotellados en vidrio. Ello trajo consigo un nuevo problema: muchas de las botellas – en algunas ocasiones 3 de cada 4 – explotaban o aventaban el tapón. Este inexplicable fenómeno (debido al gas bióxido de carbono de la fermentación) constituyó en aquel tiempo todo un misterio y se atribuyó a la aparición de 3 cometas que cruzaron los cielos entre 1664 y 1668. Dos de estos cometas fueron muy brillantes y se presentaron con 4 meses de diferencia: entre noviembre de 1664 y marzo de 1665. Además entre el primero y el segundo cometa, el 31 de enero de 1665, se observó un eclipse parcial de luna. Estos eventos astronómicos fueron culpados de las extrañas características de los vinos de Champagne: las burbujas, el color, la explosividad; y los dejó envueltos en un halo de misticismo y de superchería. Por ello se les conoció como los “vinos del diablo” o “vinos salta tapones”. Sin embargo, su delicioso sabor pudo sobreponerse a la maldición y a la peligrosidad que este vino representaba – producto de los cometas – generándole una gran aceptación y un mayor consumo. El vino de Champagne fue especialmente apreciado en Inglaterra, por lo que su producción aumentó.
La ola de paranoia y miedo traída por los cometas no fue exclusiva de la región Champagne sino que asoló a toda Europa. Un ejemplo lo encontramos en el libro “De Cometis (1665)” de John Gadbury, astrólogo inglés: <<¡ Estas estrellas llameantes ! Amenazan al mundo con hambre, plaga y guerras … ¡ A los príncipes, muerte; a los reinos, muchas crisis; a todos los estados, pérdidas inevitables ! >>. Sus profecías tuvieron mucho éxito y fueron particularmente “acertadas” en Inglaterra. La Gran Plaga de Londres apareció entre 1665 a 1666; y posteriormente el Gran Incendio de Londres acabó con buena parte de la ciudad entre el 2 y el 5 de septiembre de 1666. Ello le dio un gran renombre y prestigio, al menos momentáneamente.
La palabra “cometa” proveniente del griego kometes “estrellas de cabello largo” – ya que pueden ser uno de los espectáculos astronómicos más llamativos y extraordinarios; llegando en ocasiones a llamárseles “gran cometa”. Pero su concepción de objetos bellos y majestuosos tiene apenas unas cuantas décadas. Tolomeo – alrededor del año 150 d. C. – y Johannes Hevelius, en el siglo XVII, los clasificaron en base a su forma (como rayos, trompetas, jarras y otras figuras) y los culpó de ser causantes de guerras, sufrimientos, catástrofes y desordenes climáticos. Los encuentros entre los hombres y los cometas o “Estrellas Escoba” – como los llamaban los chinos – están plagados de malas experiencias, sinsabores y supersticiones. Por mencionar sólo algunos casos:
El primer registro del cometa Halley data del año 240 AC en China, en el libro “Shih chi”; y se relacionó con la muerte de la reina Dowager Xia en un frío mes de mayo. A ese mismo cometa se le adjudicó con la caída de Jerusalén en el año 66 d. C. En 1517, durante el México prehispánico, Moctezuma Xocoyotzin lo observó – quedó registrado en el Códice Durán – y lo interpretó como una señal de la caída del Imperio Mexica, lo que ocurriría dos años después con la llegada de los españoles.
La visión catastrófica de los cometas no es privativa de Occidente, básicamente se ha dado en todas las culturas y en todos los tiempos y su origen está en la naturaleza y en el instinto humano. Una explicación muy sencilla – y no por eso menos cierta – es el miedo que el hombre experimenta con los cambios desconocidos y repentinos: si a una persona ve que al mediodía se apaga el Sol, tendría suficientes motivos para sentirse muy atemorizado. Si por la noche, al regresar de una jornada laboral, observa una estela de luz en el cielo, que no estaba el día anterior, tendría una buena razón para preocuparse; más aún si dicha estela adquiere formas extrañas y crece noche tras noche. Las auroras boreales y australes son parte de estos fenómenos.
Detrás de estos temores hay algo aún más profundo. Los cielos, desde el paleolítico, tanto en Oriente y en Occidente, en China y en Grecia – como en muchas otras culturas – se asociaron a lo permanente, a lo absoluto y a lo eterno. Las estrellas y sus movimientos en el firmamento fueron ejemplo de un orden absoluto, la base de la confianza y la seguridad, porque eran inmutables y perennes. De ahí que la aparición súbita de un cometa, de la “estrella con cabellera” ponía en riesgo lo inamovible, el orden y permanencia absolutos. Los eclipses no entraron en este caso, porque fueron predecibles cientos de años antes de Cristo por los babilónicos y los asirios y otras culturas en América. Pero los cometas, que eran imposibles de predecir con tanta antelación, aún en nuestros días – salvo los periódicos – se convirtieron en mensajeros del mal.
Aristóteles, que dividió al Universo en dos espacios, propuso que los cometas eran cuerpos pertenecientes al mundo sublunar, un poco más allá de las nubes, formados de los 4 elementos básicos (agua, tierra, aire y fuego).[1] Por ende los cometas, elementos cambiantes que un día aparecían y otro desaparecían, eran una señal de desorden y corrupción del mundo y no podían significar otra cosa que calamidades y desastres. La herencia judeocristiana acentuó esta visión en Occidente. Los evangelios sinópticos (Mateo 24, 29-30; Marcos 13, 24-25; Lucas 12, 54-56 y Lucas 21, 25) explícitamente mencionan que los eventos astronómicos serán las señales de un cambio de era:
“E inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces aparecerá la señal del Hijo del Hombre en el cielo; y entonces lamentarán todas las tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran gloria.” [2]
Cuando Tycho Brahe y Johannes Hevelius, de manera independiente, midieron la trayectoria y la distancia del Gran Cometa de 1577, notaron que éste orbitaba más allá de la Luna. El descubrimiento complicó aún más las cosas, el desorden también existía en el mundo supralunar.
Fue hasta finales del siglo XVII que los cometas se empezaron a desmitificar y a ser vistos de forma más objetiva y científica. El Gran Cometa de 1680, o Cometa de Kirch, en honor a Gottfried Kirch quien lo descubrió el 14 de noviembre de ese año, fue el primer cometa descubierto gracias a un telescopio. Este Gran Cometa también se conoció como el Cometa de Newton porque Isaac Newton aplicó su Teoría Universal de Gravitación para calcular su órbita y demostrar que estos objetos también se sujetaban a las leyes físicas del Universo.
Antes de Newton muchos astrónomos creían que los cometas estaban exentos de las leyes del Universo y seguían sus propias reglas. En su gran obra Philosophiae Naturalis Principia Mathematica (1687), los cometas y su comportamiento fueron los últimos y más complicados temas tratados. Calcular la órbita – y con ello probar que los cometas, como los planetas, se sujetaban a la gravedad del Sol – tomaba hasta 6 semanas de trabajo.
En 1682 apareció otro cometa que cautivó al geofísico, oceanógrafo, matemático y segundo Astrónomo Real, el inglés Edmond Halley. Después de 10 años de investigación y utilizando los datos de John Flamsteed, obtenidos en el observatorio de Greenwich, Edmond Halley identificó que el cometa de 1682 era el mismo que Johannes Kepler vio en 1607 y Pedro Apiano en 1531; y le calculó un periodo de 75 años. En su obra “Sinopsis sobre la astronomía de los cometas” (A Synopsis of the Astronomy of Comets) Halley predijo que este cometa regresaría en 1758. A partir de entonces fue bautizado como el Cometa Halley en su honor.
Actualmente sabemos que los cometas son cuerpos hechos de hielo, piedras y polvo que al acercarse al Sol se “evaporan” (en realidad se subliman porque pasan del estado sólido al gas sin pasar por el estado líquido), desprendiendo de su cuerpo principal – o coma – material, el cual forma una cola o cauda. En ocasiones la cauda es tan notaria y luminosa que puede observarse aun de día. Esta estructura básica de los cometas la propuso por primera vez Friedrich Bessel, a principios de 1880, pero fue olvidada hasta que en 1951 fue retomada por Fred Whipple, formulando el modelo que actualmente conocemos.
La imagen del cometa llegó a las botellas de Champagne hasta 1811 gracias al cometa Flaugergues (llamado así en honor a su descubridor Honoré Flaugergues), mejor conocido como el Gran Cometa de 1811.
Después de dos años de pésimas cosechas, este Gran Cometa trajo una de las mejores añadas – si no es que la mejor – de la que se tenga memoria. Ese verano fue largo, seco y caluroso, especialmente en Francia, lo que culminó en una cosecha muy abundante. Desde entonces los cometas – por lo menos en el ámbito vitivinícola – auguraron buena suerte, excelentes cosechas y añadas. Su imagen quedó grabada en los corchos y en las botellas como una señal de su unión con los vinos, el champagne y el coñac; una tradición heredada desde entonces. El mejor ejemplo de esta añada – y de esta unión – es el champagne “Viuda de Clicquot” (Veuve Clicquot). Madame Clicquot, en 1811, produjo uno de los mejores champagne que la posicionó a nivel mundial, en especial en Rusia. Desde entonces la Casa Veuve Cliquot Ponsardin hizo del cometa su símbolo de suerte y el guardián de su destino. El champagne Bollinger, Moet & Chandon y varias marcas de Cavas también adoptaron la imagen del cometa o de una estrella. El vino blanco 1811 Chateau d’Yquem, calificado como uno de los mejores vinos de la historia y el más caro de su tipo; Chateau Trotanoy Pomerol, los coñacs Roi de Rome, Napoleón, Imperial etc. aunque no agregaron la imagen del cometa, si ligaron su éxito a ellos.
Cabe señalar que el Gran Cometa de 1811 también tuvo su carácter trágico: se le atribuyó el fracaso de Napoleón Bonaparte en Rusia y su posterior caída en 1812; así como la Guerra Angloamericana o Guerra de 1812 entre Estados Unidos y el Reino Unido, donde entre muchas consecuencias, ocasionó el incendio de la Casa Blanca y del capitolio en 1814.
Científicamente no existe ninguna correlación entre los cometas y la calidad de las añadas, pero desde 1811 las “añadas de cometas” se han vuelto de suma importancia para las casas vitivinícolas. Algunos ejemplos son las añadas de 1832, del cometa Biela o 3D/Biela; la 1858, del cometa Donati o C/1858 L1; la 1874 del cometa Coggia; y otras muchas.
Dom Pérignon vivió el resto de su vida al cuidado de los vinos de la abadía de Saint-Pierre d’Hautvillers. Ahí implementó cambios importantes, no sólo en el embotellado del vino sino en su fabricación como una botella y un tapón de corcho cilíndrico más gruesos (el tapón adquiere la forma de hongo debido a la presión con la que se mantienen dentro de la botella); la sujeción de éste a la botella a través de una cuerda; mejoras en la selección y recolección de las uvas (esta actividad se hacía por las mañanas); cambios en los procesos de prensado, etc. Con el tiempo estas medidas fueron la base del método Tradicional o Método Champenoise.
Así pues, toda historia y todo encuentro, por más trágico y problemático que sea, siempre tiene algo de bueno. Tales han sido los encuentros entre los hombres y los cometas, en donde siempre los últimos son culpados de las desgracias de los primeros, excepto – y valga de excepción a la regla – cuando de vinos y licores se ha tratado.
Bibliografía y ligas de interés:
The History of Astronomy de Heather Couper & Nigel Henbest
Historia del Vino de Hugh Johnson.
The Space Book de Jim Bell
Cosmos de Carl Sagan
Exposición Astronómica del Cometa de Eusebio Francisco Kino
The Story of Astronomy de Peter Aughton
Universe, The Definitive Visual Guide de Martin Rees.
Cometography: Volume 1, Ancient-1799: A Catalog of Comets by Gary W. Kronk
El Símbolo Sagrado de Julien Ries
Historia de las creencias y las ideas religiosas Vol 1 de Mircea Eliade
El Espejo Enterrado de Carlos Fuentes
http://ssd.jpl.nasa.gov/?great_comets
http://www.ianridpath.com/halley/halley2.htm
http://terrar.io/2013/03/don-carlos-de-siguenza-y-el-cometa-halley/
http://www.guiaepicureo.com.ar/espumantes/historia_del_champagne.html
http://www.livescience.com/32829-why-celebrate-with-champagne.html
http://www.corkforest.org/history_of_cork.php
http://www.dcanterwines.com/blog/vintage-is-important-or-is-it/#.VT7uU5NsxvA
http://www.veuve-clicquot.com/en/signs#scroll-to-comet
http://www.dailycognac.com/1811-the-comet-vintage/
http://www.peachridgeglass.com/page/16/?cat=yxqqdzfyj
http://blog.bolomey.nl/2009/05/comet-vintages.html
http://www.oldliquors.com/cognac-1811-lucien-foucauld-co-4221
[1] Aristóteles separó el Universo en dos espacios: el Supralunar, constituido de éter y habitado por cuerpos radiantes (estrellas y planetas) caminando en círculos; y el Infralunar, todo nuestro mundo, hecho de tierra, fuego, aire y agua, donde las trayectorias de los objetos son rectilíneas.
[2] Mateo 24, 29-30