La historia de la orden jesuita, creada hace más de 500 años por Ignacio de Loyola, se caracteriza por la persistencia frente a la realidad convulsa. Sus principales fortalezas radican en su espiritualidad, que permea en todas sus acciones, y en su capacidad de operación caracterizada por integrar comunidades, altamente solidarias y comprometidas.

CARTEL DE HUGO GARCÍA SAHAGÚN, PROFESOR DE DISEÑO

Con el Covid-19 como telón de fondo, nos abrimos paso a la tercera década del siglo XXI, conscientes de nuestra fragilidad y de la necesidad de encontrar respuestas a las profundas crisis espirituales, sociales y ambientales por las que transitamos como humanidad. Ante esta realidad, conviene volver a la raíz de nuestra inspiración y reflexionar sobre uno de los rasgos distintivos de la vida de San Ignacio de Loyola, inspirado en la vida misma de Jesús de Nazaret. Me refiero a la construcción de una comunidad solidaria y comprometida.  

Los seres humanos tendemos a formar comunidades, incluso se podría decir que a lo largo de la historia esta ha sido nuestra principal ventaja evolutiva. Al crear comunidades actuamos como un súper-organismo y aumentamos enormemente nuestra capacidad de acción. Esta peculiaridad ha adquirido, en las últimas décadas y gracias a las tecnologías de la información, dimensiones antes inimaginables. Vivimos en la época de las redes globales, situación que no podemos dejar de lado si queremos ser fieles al imperativo evangélico de leer los signos de los tiempos.  

Ante la complejidad de la realidad, ahora más que nunca, hemos de reconocer que como individuos somos pequeños, limitados y vulnerables. Nuestra fortaleza está en formar comunidad, solo podremos mejorar nuestras condiciones de vida formando redes activas que favorezcan el trabajo colaborativo. Pero en este aspecto hay que avanzar con mucha cautela. Es importante recordar que, así como podemos formar comunidades solidarias y constructivas, los seres humanos podemos errar el camino y agruparnos en organizaciones excluyentes y dañinas. Para darnos cuenta de esta realidad, solo hace falta voltear a ver las redes formadas por el crimen organizado o a las instituciones políticas dictatoriales que, buscando imponer su visión del mundo, han usado la violencia para aplastar a la oposición. 

La tendencia constructiva o destructiva de una organización viene derivada del sistema de valores en torno al cual se integra. Si para la comunidad global el valor supremo es el capital económico, entonces, para maximizar sus ganancias, no dudará en realizar acciones investidas de progreso que destruyan el Amazonas o mantengan a sus trabajadores en condiciones infrahumanas. Con esto llegamos al meollo del asunto, nos hemos vuelto expertos en la formación de redes humanas altamente eficientes, pero nuestras redes hegemónicas están edificadas sobre sistemas de valores egocéntricos y destructivos. 

Desde sus inicios, la vocación misionera de los jesuitas los llevó a formar una comunidad sólida extendida por todo el mundo, que les ha permitido salir avante ante difíciles pruebas, como lo fue la supresión de la Compañía de Jesús en 1773 por el Papa Clemente XIV.

Es precisamente aquí que, como integrantes de la Compañía de Jesús, tenemos la responsabilidad de actuar y ser firmes en nuestra misión. Desde sus inicios, la vocación misionera de los jesuitas los llevó a formar una comunidad sólida extendida por todo el mundo, que les ha permitido salir avante ante difíciles pruebas, como lo fue la supresión de la Compañía de Jesús en 1773 por el Papa Clemente XIV. Es notable cómo a través de los siglos esta comunidad global se ha mantenido fiel a un sistema de valores que trasciende modas e ideologías, valores que permanecen porque surgen de lo más profundo del ser humano y lo trascienden, valores verdaderamente espirituales. 

Los valores centrales de la Compañía de Jesús, que permanecen a lo largo de su historia, nacen de la experiencia de Dios que vivió San Ignacio de Loyola. Los valores no se basan en conceptos rígidos, sino en conceptos que se adaptan a la realidad cambiante, a la luz del trabajo espiritual de los jesuitas y laicos que conformamos la Compañía de Jesús, a partir de la práctica común de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio y del Discernimiento Ignaciano, y con una postura abierta a otras formas de trabajo espiritual, así como al diálogo con la ciencia y la cultura desde la fe. 

Colaborar en la coordinación de la red de pastoral universitaria AUSJAL, en donde trabajamos de la mano con otras 24 universidades latinoamericanas para el fortalecimiento de nuestra identidad y misión, me ha hecho darme cuenta de la importancia de vernos como un solo cuerpo. Una de nuestras principales fortalezas es que somos parte de una red de más de 200 universidades alrededor del mundo, todas constituidas en torno a una espiritualidad y pedagogía común, todas abiertas al diálogo entre la fe, la cultura y la ciencia, e integradas desde la pluralidad. Universidades en países tan diversos como Nepal, Japón, Birmania, Rusia, Zimbabwe, Suecia, México y Brasil, entre muchos otros, formamos la mayor red universitaria del planeta con una identidad común.  

Una de nuestras principales fortalezas es que somos parte de una red de más de 200 universidades alrededor del mundo, todas constituidas en torno a una espiritualidad y pedagogía común, todas abiertas al diálogo entre la fe, la cultura y la ciencia, e integradas desde la pluralidad. Universidades en países tan diversos como Nepal, Japón, Birmania, Rusia, Zimbabwe, Suecia, México y Brasil, entre muchos otros, formamos la mayor red universitaria del planeta con una identidad común.  

Como comunidad global es necesario que seamos congruentes con los signos de los tiempos y asumamos nuestra responsabilidad profética ante la convulsa realidad planetaria, recordando que nuestra principal fortaleza radica precisamente en nuestra espiritualidad, en que todos formamos una familia en torno a los valores universales del evangelio, inspirados en la persona de Jesús:en su manera de actuar, en sus actitudes, en sus palabras, en sus interacciones, en sus gestos, en su manera de relacionarse con la ley, con la tradición y con las instituciones; en su relación con su padre, en su manera de relacionarse con otros y en especial, en su manera de relacionarse con los débiles, los diversos, los excluidos, los alejados, los olvidados y los rechazados. (Castañeda, Peña, & Posada, 2018)  Y por supuesto, en torno a los valores legados por San Ignacio de Loyola, quien nos invita a comportarnos “Como un fuego que enciende a otros fuegos”, a través del apostolado espiritual, social y educativo. 

Seamos conscientes de que pertenecemos a una Compañía universal, que como ha hecho en otros periodos de la historia, tiene la capacidad y la misión de afrontar los grandes retos que se le presentan a la humanidad, a través del trabajo integrado en torno a valores auténticamente humanos, para cumplir con el imperativo cristiano de contribuir a la construcción del Reino de Dios. 

Descarga el Cartel de Hugo García Sahagún, profesor del Departamento del Hábitat y Desarrollo Urbano.

Referencias 

Castañeda, L. A., Peña, M. R., & Posada, C. (2018). Fundamentos de una pastoral universitaria ignaciana. La pastoral universitaria: Eje integrador en las universidades AUSJAL, 32-43.

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