El Día del Nutriólogo, Julieta Ponce visitó la universidad para ofrecer la conferencia “Nutriología y participación social en México”. La nutrióloga y directora del Departamento de Nutrición del Centro de Orientación Alimentaria profundizó sobre la raíz de los problemas de malnutrición y obesidad que existen en el país.

“Necesitas ser muy valiente para ser nutricionista en este momento en México”, declaró Ponce. Las cifras que presenta sustentan su argumento: según estimaciones del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición, en los últimos 30 años murieron un millón 300 mil niños en México por cuestiones básicas de nutrición. “Y los que no se murieron, hoy están gordos, porque la desnutrición es factor de riesgo para la obesidad. Lo bueno de la obesidad es que se ve, lo malo es que oculta la verdadera muerte; 40% de los niños que sufren obesidad ya tienen hipertensión”.

Desnutrición

Invitada por la Licenciatura en Nutrición y Ciencias de los Alimentos del ITESO, Ponce concedió una entrevista previa a su charla, en la que afirmó que, desde su visión y la del COA, el problema es histórico y se registra en tres momentos fundamentales.

El primero fue durante la crisis de 1982, cuando el gobierno decidió vender alimentos y comprar productos del extranjero, muchos de mala calidad y ultra procesados.

“Ese deterioro del sistema económico también deterioró la salud de personas, pero era insensible, porque la Secretaría de Salud no medía la nutrición, sino hasta 1988, que fue la primera Encuesta Nacional de Salud y Nutrición, y sólo medía a mujeres y niños pequeños”, señaló.

En 1984 apareció el primer McDonald’s, cadena de comida rápida, en México, fecha que antecedió el segundo golpe a la nutrición: en 1994 se firmó el Tratado de Libre Comercio. Según datos de Ponce, el aumento en el consumo de las harinas refinadas y grasas trans se da a partir de ese año, con el ingreso de cadenas de comida rápida. Comenzaron a tomarse decisiones de salud de acuerdo con los intereses de libre mercado.

“Todo mundo pensó en los empleos, nadie en las repercusiones alimentarias”, comentó.

Ponce explicó al respecto que “cuando acaba de nacer un bebé, es más rentable que una marca de bebé le venda un bote de leche que genera empleo del representante médico, y provoque la apertura de una planta (en México) para que nosotros produzcamos leche. Y así, dejó desprotegido el escudo de oro para la nutrición en México, que es la lactancia materna”.

Los esfuerzos por reducir azúcar y grasa de los alimentos, así como por incluir en los envases el contenido energético e información dietética han sido inútiles. “El consumidor mexicano se enfrenta a un anaquel con una guerra entre el hambre genuina que siente y lo que existe en su mente. Los alimentos entran por la cabeza, el impacto que tú tienes (por la publicidad y abundancia de marcas) genera tu cultura alimentaria”.

Pero la cultura alimentaria es más que una estrategia publicitaria exitosa: es un problema socioeconómico.

De acuerdo con datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), en dos sexenios se han generado 12 millones más de pobres, y existen 23 millones con carencia alimentaria. El salario mínimo tampoco alcanza para cubrir las condiciones de bienestar humano.

“La gente con carencias no vive feliz, y vive de publicidad, (porque) la publicidad es una promesa. La televisión, que le llega al 97 por ciento de la población —a más gente que el Programa Oportunidades—, les promete un refresco y se los cumple, porque lo van a encontrar en cualquier tiendita de la esquina”, añadió.

“Es más fácil para el estado abrir carreteras para que suban los camiones de productos chatarra que asegurar agua potable, que (los niños) tengan lactancia materna y puedan ir a la escuela y generar un pensamiento. Ese es el camino largo, y esa es la renuncia del estado”, destacó Ponce.

La respuesta a este problema, expresó, va más allá de arreglar la etiqueta de un producto; es un problema de justicia, de equidad, de igualdad, de derechos y obligaciones. El reto de los profesionales de la nutrición es salirse del cálculo dietético.

“La repuesta está en lo social, donde verdaderamente podemos influir; treinta centímetros antes de que el alimento llegue a tu boca, yo puedo influir como nutricionista”.

El reto está en modificar entornos y trabajar en derechos. Ponce señaló que lo único que puede hacerle contrapeso al mercado libre son los derechos humanos. Y ya ha habido avances. Desde 2010, la Constitución Mexicana reconoce al agua como derecho humano, y en octubre de 2011 se incorporó el derecho a la alimentación. Estos dos derechos, además del interés en la niñez como bien superior de la nación, son los derechos que los nutricionistas deben contemplar para replantearse el ejercicio profesional que deben tener.

“Nuestra propuesta (en el COA) es generar nuevas competencias del nutricionista: análisis de la realidad alimentaria, detección y solución del riesgo alimentario, y defensoría del derecho a la alimentación. Este derecho nos abre una oportunidad de abordar la nutrición desde lo social, con elementos sólidos y con gran participación social”, indicó.

Una recomendación personal que Ponce quiere dejar a los estudiantes de nutrición es nunca perder contacto con el paciente: “el nutricionista que se aleja de las personas pierde, porque la sicología del consumo te dice muchísimo. Ellos son tu universidad, cada caso es un mundo y ellos son los que me enseñan”.

La alimentación puede ser el motor de la economía en México, según estimó la directora del Departamento de Nutrición del COA.

“Ser nutricionista en este momento también es lo más afortunado que le puede pasar a México, en el sentido de volver a la producción de alimentos. Seguimos creyendo que la medicina preventiva es barata y eficiente. La alimentación puede salvar al país económicamente, políticamente, socialmente, y en términos de bienestar humano”.

Foto Roberto Ornelas