Desde la espiritualidad, en medio de dolor es posible encontrarnos con la esperanza y el consuelo que nos da el Dios de Jesús. El dolor es uno de los grandes misterios con que nos enfrentamos. Muchos de nuestros aprendizajes están relacionados con experiencias y circunstancias extraordinarias que nos ocasionaron algún dolor o nos confrontaron lo suficiente para ser conscientes de quiénes somos. 

Por Rebeca del Rocío Ramírez Barajas, estudiante de Psicología e integrante del Programa de Liderazgo Ignaciano Universitario Latinoamericano. 

Pareciera que en el último año el dolor se hizo más tangible, más presente para muchos. Para algunos en las despedidas, para otros tan solo en la ausencia del día a día, en la incertidumbre, el miedo, los cuestionamientos y en la enfermedad. 

Muchas son las pérdidas, los movimientos interiores y exteriores, los cambios que se han vivido. Desde aquellas personas que perdieron su trabajo, hasta las que perdieron a alguien o se perdieron a sí mismas. Las que vivían desde los automatismos, las que tuvieron que migrar, los pueblos originarios desplazados, aquellas que en su mente crearon realidades alternas porque lo que han vivido las ha herido demasiado. Hay muchas otras pérdidas, especialmente para las llamadas minorías, que en conjunto terminan siendo las mayorías 

En muchos momentos de nuestra vida enfrentamos diversas realidades dolorosas. 

Tú, ¿cómo te vives frente al dolor? 

A veces el dolor puede ser confrontante, una sensación incomoda y angustiante en nuestro cuerpo y en nuestra psique, a la que la inmediatez nos lleva a desear deshacernos de él, una tentación a huir que nos lleva a vivir desde la indiferencia, desde el ego, desde el individualismo.  

El dolor también puede ser reconocido. Podemos transformar nuestras formas de relacionarnos con él, hacerlo presente, permitirnos sentirlo, asumirlo. Voltear a ver esa incomodidad, que viene acompañada de un deseo por querer que sea diferente, en otras palabras, al aceptar nuestra fragilidad se hace posible que podamos elegir cómo vivir la adversidad que enfrentamos y vivirnos desde aquello que responde a nuestros deseos más profundos. Un buen amigo decía que el enfrentarnos con el dolor, nos puede llevar a exigirnos el generar una solución ante éste y se nos olvida que antes del resolver va el responder, es decir, poner al servicio lo que nos fue regalado como dones o capacidades. 

¿Qué dice el dolor de nosotros mismos? ¿Puede ser el dolor una fuente de autoconocimiento?  

El dolor nos hace tomar consciencia de quiénes somos y de nuestra realidad personal y social. El dolor puede ponernos en contacto con nuestras creencias, temores, deseos, fortalezas y fragilidades. Es ante el dolor que también podemos reconocer nuestra fuerza, esa que quizá no veíamos antes y que brota desde nuestro interior. Las situaciones dolorosas pueden ser ocasión de crecimiento emocional y espiritual. 

Y así es como decimos que el creer que hay espacio para lo distinto y el disponer la voluntad suscita el soñar, idear y percibir que podemos construir un mundo comunitario.

¿Cuáles han sido tus horas más oscuras? ¿Cuáles son esas tragedias que se te vinieron encima?  

Si bien el ser humano no se puede entender sin el dolor, porque éste es parte de la vida, tampoco se puede quedar ahí. Porque también está la Resurrección, el amor, el regresar a la vida con nuevas comprensiones de nosotros mismos, de la existencia, del renacer con nuevas ilusiones y esperanzas 

El dolor nos abre a los otros, sea porque nos hace empáticos hacia el dolor de quienes lo enfrentan, o porque somos acogidos por otras personas en nuestro propio dolor. Al ser acogidos por otros o por nosotros mismos, mirados con compasión y amor, nos es posible reconocer y asumir nuestro dolor, nuestro miedo y sufrimiento; y también nos abre a la posibilidad de vivir un proceso de reinventar nuestra vida, de transformarnos de manera interna en un esfuerzo cotidiano por continuar y por crecer en el amor. Un amor que da sentido al vivir y que lleva a co-construir vida con las otras y los otros. 

¿Cuáles son los rostros de aquellos que fueron cercanos a ti en esos momentos? Las y los que te voltearon a ver, que cuidaron de ti, que con pequeños gestos te permitían sentirte acompañad@ o tal vez amad@.  

En medio de la crisis se puede reconocer una invitación a volver el rostro y el corazón hacia lo esencial, volver a lo que posibilita la existencia de la vida y el vivir; es decir, ser un espacio latente de amor gratuito, entregar lo que tenemos, compartirnos y caminar con sentido rumbo a la fe y esperanza. Estos frutos a su vez confirman y siguen invitando a mantenernos en esta dinámica de contemplación-acción. 

El encuentro con otra u otras personas es clave para entender la esperanza desde lo diferente, nos traslada a vislumbrar otras posibilidades, nos capacita para percibir a quienes se empeñan en construir el proyecto de amor pues saben que el dolor no tiene por qué vivirse desde la soledad, que se puede acompañar y ser acompañada desde la ternura. Así mismo, la esperanza en la partida trae la invitación a reconocer el trascender (los frutos) pues está sujeta a una espera confiada. Y así es como decimos que el creer que hay espacio para lo distinto y el disponer la voluntad suscita el soñar, idear y percibir que podemos construir un mundo comunitario.  

Es importante señalar que la esperanza no supone la desaparición de la realidad, ni del dolor, sino que da lugar al encuentro con otras personas, al vivirse desde la autenticidad, que motiva a la búsqueda y construcción de la justicia. Como lo expresa el P. Thomas Smolich en una carta publicada por Jesuits Global (2020) que pretendía repasar lo vivido en el 2019:   

Esperanza no significa optimismo, la discutible opinión que el mañana será mejor. La esperanza nace del sufrimiento, da fuerza a los exhaustos y reúne a las personas para ir dando forma a un porvenir guiado sobre todo por el amor de Dios. En palabras del exdirector internacional del JRS, Mark Raper SJ, «La esperanza es una promesa enraizada en el corazón… (la esperanza) nos capacita para vivir de lleno en el momento presente». 

La esperanza también tiene que ver con la espera del encuentro con Dios, y ese encuentro no es sólo esperado por ti, porque Él busca también encontrarse contigo. Disponerte al encuentro es el preparar la mesa para dos, saber que Él estará, que también te busca. Él actúa en ti y te prepara, cuida de ti, ubicando tu humanidad, cómo estás y que necesitas, siendo compasivo contigo, con tu propio ritmo y tiempo, eso también te prepara. Y en medio de todo esto, la esperanza, es decir esa energía en tu interior, el sentido y el amor de Él que te acompañan. 

El dolor y la espiritualidad  

En momentos de dolor recuperamos componentes de nuestra espiritualidad, la necesidad de encontrar sentido a lo que vivimos, la dimensión trascendente de la vida, los valores que son significativos, los ritos que nos permiten acomodar lo vivido, el sentido de lo sagrado y de la esperanza. 

Podemos decir que es el dolor que viene a fortalecer nuestra dimensión espiritual y que también es nuestra espiritualidad la que nos ayuda a acomodar el dolor en nuestra vida, a darle un sentido, a vivirlo como invitación para la renovación. 

El mensaje de Jesús de Nazareth nos dice que el dolor, que la muerte no tienen la última palabra, sino la vida, el resurgir a una vida nueva, el renacer. Nos invita a sentirnos, como dice José María Rodríguez,abrazados por Dios que nos llama y nos levanta con Él, un Dios que vacía los sepulcros y reconcilia a la humanidad consigo. Y todo estará bien”. 

Es en estos momentos que recién hemos celebrado la Pascua, en los que Dios nos renueva la esperanza frente a todo dolor y sufrimiento. Con la celebración del fuego nuevo recordamos y pedimos que su presencia en nuestra vida sea luz que ilumine siempre nuestro caminar. 

Referencias 

Jesuits Global. (10 de enero de 2020). La esperanza vive: reflexión del director del servicio jesuita a refugiados. Obtenido de https://www.jesuits.global/es/2020/01/10/la-esperanza-vive-reflexion-del-director-del-servicio-jesuita-a-refugiados-jrs/ 

Rodríguez Olaizola, José María. Al paso de Dios. Claves de semana santa. Sal Terrae 95, 2007, p.197-207. 

Podemos decir que es el dolor que viene a fortalecer nuestra dimensión espiritual y que también es nuestra espiritualidad la que nos ayuda a acomodar el dolor en nuestra vida, a darle un sentido, a vivirlo como invitación para la renovación.