Volveremos al ITESO con el mayor de los desafíos pues esbozaremos una nueva normalidad en la que debemos hacernos cargo irremediablemente de la contingencia y de la incertidumbre, no como fatalidad, sino como una condición radical que nos impulsa a buscar incesantemente el significado de nuestra presencia en el mundo.
POR CARLOS E. LUNA CORTÉS, DIRECTOR DE INFORMACIÓN ACADÉMICA | BIBLIOTECA JORGE VILLALOBOS PADILLA, SJ, DEL ITESO
ILUSTRACIÓN DE ERWIN GARCÍA, ESTUDIANTE DE LA CARRERA DE DISEÑO
De manera gradual y con todos los cuidados del caso, en algún momento de las próximas semanas quienes trabajamos en el ITESO regresaremos al campus. La prudencia frente a la evidencia de un riesgo todavía muy alto persuadió a la autoridad universitaria de posponer ese regreso programado y anunciado originalmente para el 15 de junio. Cuando ocurra, el regreso no responderá solamente a una necesidad funcional. Si algo ha quedado claro en estas semanas de confinamiento es que hemos logrado sostener la mayor parte de los procesos académicos y administrativos a través de interacciones virtuales, sin merma perceptible de su eficacia. Zoom, Teams y Webex, entre otros, son recursos que forman ya parte de nuestro entorno cotidiano de trabajo. El escritorio del estudio, la mesa del comedor (donde escribo este texto) o la barra de la cocina han sustituido a nuestros lugares de trabajo en el campus, abriendo nuestra domesticidad a la vista de los otros.
El regreso es también una respuesta a nuestra necesidad de vínculo, el vínculo de la copresencia, cuya imprescindibilidad también hemos experimentado, así como de la convivialidad en y con nuestro campus, convertido ya en rasgo distintivo del ITESO. Nuestra pequeña y entrañable casa común.
Según la previsión institucional –y si el desarrollo de la pandemia lo permite- el regreso lo será también para nuestros estudiantes al comienzo del próximo periodo escolar. De nuevo, no se trata solo de resolver aquellas situaciones de aprendizaje que suponen la mediación tecnológica disponible solo en el campus, por ejemplo, los laboratorios, sino, también, de la revaloración de la presencialidad en las interacciones educativas en aquello que solo ésta puede brindar, sin perjuicio de las múltiples posibilidades que ofrecen los recursos de la virtualidad en el aprendizaje. Una presencialidad valorada también por los mismos estudiantes, según consta en los resultados de una encuesta reciente realizada por la Dirección de Planeación. Sin caer en falsas dicotomías, no olvidemos que la educación, tal como la concebimos en el ITESO, no se reduce al seguimiento de las instrucciones en una guía de aprendizaje, lo que en muchos casos puede hacerse en el trabajo individual a distancia, es sobre todo la relación entre sujetos en la que nos vamos constituyendo como tales, nos abrimos a la realidad y la dotamos de significado, lo que pide el momento de vinculación personal en la copresencia.
Cuando ocurra y con el alcance que éste tenga, el mayor desafío del regreso está en cómo conciliar la recuperación de la convivialidad en el campus, la preservación de la salud y la viabilidad de los procesos educativos tal como los concebimos y pretendemos en el ITESO. El inédito esquema en torno de la “mixtura” de las situaciones de aprendizaje entre lo virtual y lo presencial, es el modo previsto para enfrentar el desafío para el semestre de otoño, en un esfuerzo sin precedentes de planeación educativa, con todas sus implicaciones administrativas, así como de gestión de la movilidad y de las interacciones físicas en el campus. Esbozo experimental de una “nueva normalidad” necesariamente transitoria.
Transitoria, porque estos afanes están inevitablemente atravesados por la contingencia y la incertidumbre. “Contingencia” en el sentido de lo no determinado, de lo que puede ser de una u otra manera en los márgenes de imprevisibilidad de la naturaleza y de la acción humana. “Incertidumbre” como consecuencia de lo contingente, como el no saber a qué atenerse, como dificultad para anticipar con seguridad el resultado del esfuerzo.
Si algo ha dejado la pandemia en nuestras vidas es la experiencia de la contingencia y de la incertidumbre y, con ellas, de nuestra vulnerabilidad frente a la naturaleza, pero también frente a las acciones humanas, sobre todo de las que evidenciamos en los poderes constituidos empeñados, como el virus, en su propia y conflictiva replicación, subordinando a ello lo que debería estar en el primer plano: la salud de la población y la atemperación del desastre económico en curso, cuya manifestación más directa y contundente está en la pérdida o reducción ya constadas del ingreso de millones de mexicanos.
De cara a la hasta ahora incesante acumulación de los contagios y las muertes en México y Jalisco, seguramente por encima de las cifras oficiales, en el regreso previsto está asumido un riesgo. Se apuesta a que en el otoño la pandemia habrá entrado ya en la fase de declive y que las tecnologías sociales de prevención sanitaria serán lo suficientemente efectivas para que ese riesgo pueda considerarse aceptable. El tiempo dirá su palabra. Más allá de la funcionalidad de sus procesos, en ese riesgo el ITESO está haciéndose cargo del valor educativo de las interacciones presenciales, así como de la necesidad elementalmente humana de habitar de nuevo el campus y, con ello, de restablecer el vínculo comunitario en todo aquello que la mediación tecnológica no puede ofrecer.
Aún dentro de las diferencias internas de ingreso asumidas como naturales, la mayor parte de quienes trabajamos aquí hemos podido confinarnos sin comprometer nuestra estabilidad económica. Afortunadamente, el ITESO es una institución sólida en prácticamente todos los sentidos de la palabra, incluido el que Zygmunt Bauman opone a la “liquidez” de la modernidad. El compromiso con sus colaboradores es también rasgo distintivo de las universidades confiadas a la Compañía de Jesús. El regreso no responde al apremio económico, como sí lo es para la mayoría menos favorecida de los mexicanos, muchos de los cuales no tienen ya a dónde regresar o nunca tuvieron la opción de retirarse. Con mayor o menor “variación”, quiero suponer que la mayoría de nuestros estudiantes están en una condición similar. Por lo menos así se desprende de la evolución de las inscripciones para este próximo otoño, asistida en parte por la ampliación del apoyo económico que para ese fin ha hecho posible, también, la solidez del ITESO.
En estas condiciones, regresaremos al campus. Ojalá sea pronto y como está previsto. Experimentaremos -como lo experimentamos ya- la pregunta de a qué regresar. Una parte de nuestras querencias añora la normalidad conocida y habitada. Esa parte vive el presente como sobresalto temporal. Reconoce que la experiencia de lo ya vivido y de lo que está por venir en el futuro inmediato, ha sido y será fuente de aprendizaje que tocará aprovechar para hacer mejor las cosas. Sobresalto como oportunidad de mejora, pero con la certeza consoladora de que más temprano que tarde llegará la vacuna y con ella nuestra normalidad mejorada. Otra de nuestras querencias vive el presente como crisis, es decir, como la emergencia de algo de magnitud tal que saca a flote las tensiones acumuladas, lo que no podemos asimilar sin más a lo ya conocido y que nos obliga a reabrir las preguntas constitutivas y volver a los rasgos identitarios. Revaloración de la memoria y de la experiencia como condición de apertura a la realidad, asumida ésta en su fuerza interpeladora y siempre cambiante. La normalidad no es el destino confortable del regreso. Es algo por construir asumiendo, con Leonardo Boff, que el sufrimiento hace crecer y que las crisis son creativas.
Pero tal vez sea necesario dar un paso más y poner en cuestión la idea misma de normalidad, nueva o vieja.
La emergencia del virus es un fenómeno de la naturaleza –mientras no se demuestre lo contrario no soy de la idea de que ha sido el resultado de una conspiración humana con propósitos inconfesables-, pero de una naturaleza intervenida por el hombre, humanizada para bien y para mal. Los efectos sociales de la pandemia que constatamos día con día se explican, no solo ni principalmente, por las características genéticas del SARS Cov 2 y la fisiopatología de nuestra especie, sino por las condiciones sanitarias, institucionales, económicas y políticas de nuestro país en el mundo globalizado. El orden de lo natural en su relación compleja con el orden de lo social y de lo humano, para utilizar una vieja distinción epistemológica.
La contingencia y la incertidumbre que experimentamos no aparecieron con el coronavirus, han estado ahí. En todo caso el virus las ha recrudecido y puesto en evidencia de una manera incontrastable. La vacuna contra el Covid 19 llegará, nos aligerará el riesgo, pero hasta nuevo aviso. Tal vez la nueva normalidad por imaginar y construir no sea otra que aquélla que nos permita hacernos cargo de la contingencia y la incertidumbre, no como fatalidad, sino como la condición asumida en la que nos movemos en la búsqueda incesante del significado de nuestra presencia en el mundo y de nuestras formas de socialidad, de la acción eficaz solidaria con el vulnerable, el que está cerca y el que no vemos, pero que también lo es en razón de las relaciones que nos estructuran como sociedad.
Tal vez la nueva normalidad no sea otra que aquella en la que podamos vivir con radicalidad lo que significa el cuidado de nosotros, el de los otros y el de la casa común.
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