Thomas Bianchette, especialista en ciclones, dio una charla sobre estos fenómenos naturales, como parte de las sesiones de aula abierta sobre paleotempestología y del convenio entre el ITESO y la de la Universidad de Oakland

«Lo que realmente preocupa no es la frecuencia sino la intensidad. No hay una tendencia positiva en el tema de la intensidad de los huracanes”, sentenció Thomas Bianchette, experto en esta área de la Universidad de Oakland, quien ofreció la conferencia en el ITESO “Factores climáticos y riesgo costero: causas y variabilidad de la actividad ciclónica a lo largo del tiempo, impacto en diferentes cuencas oceánicas”. 

El académico impartió la charla organizada por la carrera de Ingeniería Ambiental y Tecnologías Sustentables de la universidad jesuita –como parte de las sesiones de aula abierta sobre paleotempestología y del convenio con esta casa de estudios estadounidense–, donde abordó diversos aspectos del impacto y evolución de los ciclones tropicales, así como la relación entre el cambio climático y la intensidad de estos fenómenos. 

El investigador señaló que, si bien el consenso científico no predice un aumento en la cantidad de ciclones, sí se espera que estos sean más intensos. «El cambio climático no necesariamente generará más huracanes, pero los hará más fuertes», advirtió. Además, factores como la velocidad de traslación y el momento en que tocan tierra (marea alta o baja) influyen en la magnitud de la marejada ciclónica. También mencionó que las temperaturas oceánicas más cálidas proporcionan mayor energía a los ciclones, incrementando su potencial destructivo. 

“El cambio climático podría generar tormentas más fuertes, con vientos más intensos, lo que incrementa el impacto devastador de estos fenómenos. Factores como la velocidad de desplazamiento de un huracán o su interacción con las mareas también influyen en la magnitud del daño. Un huracán lento, por ejemplo, puede generar un surge de tormenta más alto, mientras que, si golpea durante la marea alta, el impacto puede ser aún más catastrófico”, mencionó. 

El experto con formación en geografía y oceanografía explicó que el registro de huracanes en el Golfo de México y el Atlántico comenzó en 1851, y en el Pacífico Occidental, los registros datan de 1949. Sin embargo, antes de 1960, la falta de tecnología avanzada como los satélites geoestacionarios limitaba considerablemente la precisión de los datos.  

Uno de los puntos centrales de su exposición fue la importancia de la paleotempestología, disciplina que estudia la actividad ciclónica del pasado a través de técnicas geológicas y archivos históricos. «Antes de 1851, hay muy poca información sobre los huracanes en el Golfo de México y el Atlántico», explicó Bianchette, enfatizando la necesidad de utilizar sedimentos costeros para reconstruir registros de tormentas anteriores. Mediante el análisis de estos núcleos sedimentarios, los científicos pueden identificar capas de arena transportadas por huracanes antiguos y así determinar la frecuencia de estos eventos en una escala de cientos o miles de años. 

El especialista destacó el caso del huracán Otis, un fenómeno de categoría 5 que impactó directamente en Acapulco en 2023, algo poco común en la región. «Los huracanes en esta zona suelen moverse paralelos a la costa debido a la presencia de la Sierra Madre», comentó. Sin embargo, Otis presentó un comportamiento inusual, lo que subraya la necesidad de ampliar los registros históricos para entender la periodicidad de huracanes extremos y evaluar mejor los riesgos a futuro. 

Bianchette, quien tiene un doctorado en Oceanografía y Ciencias Costeras por la Louisiana State University, también hizo referencia al huracán Pauline de 1997, otro evento devastador para Acapulco, pero con características distintas. «Pauline no causó una marejada significativa, pero dejó más de 400 mm de lluvia en un solo día, provocando deslaves y flujos de escombros», indicó. Comparando ambos eventos, señaló que, con solo 70 u 80 años de registros detallados, es difícil establecer patrones claros sobre la recurrencia de este tipo de ciclones en la región.  

Otro aspecto clave de su intervención fue la influencia de fenómenos oceánicos como El Niño y La Niña en la formación de huracanes. Explicó que, durante El Niño, los vientos alisios se debilitan y permiten que las aguas cálidas se desplacen hacia el este, aumentando la actividad ciclónica en el Pacífico oriental. «Los huracanes son más activos durante El Niño porque el agua caliente se acumula frente a las costas de México», explicó. En contraste, durante La Niña, las aguas más frías en el Pacífico reducen la formación de ciclones en esa región, pero favorecen una mayor actividad en el Atlántico. 

Finalmente, el Dr. Bianchette enfatizó la importancia de seguir investigando estos fenómenos para mejorar la planificación y respuesta ante desastres naturales., pues este tipo de investigaciones permite a los científicos anticipar los impactos de eventos climáticos extremos y a las comunidades adaptarse mejor. «Los registros sedimentarios nos ayudan a entender el pasado y a prepararnos para el futuro», concluyó. 

FOTO: Zyan André